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EL VENDEDOR DE SUEÑOS - AUGUSTO CURY


La demostración en forma de libro de que toda persona puede tener sueños. La demostración de que todo es más sencillo de lo que parece. La demostración de que existe un mundo gobernado por lo sueños, un mundo feliz, dónde la única moneda es el amor, y el principal lazo el compañerismo, el cariño. Un cariño real, que sirve de combustible a las personas, que digiere todo tipo de envidia y rencor y lo introduce en un lugar sólo conocido por él, un lugar al que los humanos no sabemos ni podemos llegar, un lugar seguro, dónde tendría que residir todo lo que nos evita perseguir nuestros sueños. Sueños que intentamos ocultar con la rutina, con el conformismo, con la falta de fuerza de voluntad, la falta de fuerza interior, el poco cariño que tenemos hacia nosotros.

Cury nos presenta a un hombre sin igual, un hombre que se presenta como un vendedor de sueños, un hombre sin aparente pasado que su única voluntad es vivir la vida con amor, repartir amor, sacar los sueños que toda persona lleva dentro, pero que la inmensa mayoría rehúye de alcanzar. Él rompe con esa mayoría, se sitúa indirectamente y en contra de su voluntad como personaje principal de una historia en que los más pobres en cuestión de sueños, los más perdidos, los que creen no tener salida, los que creen vivir en un hondo pozo encuentran en él la puerta a la felicidad, con un principio de duda, de miedo, pero con un final de júbilo, de amor completo. Amor completo de una persona completa, de una persona que tuvo que tocar fondo para comprender el verdadero sentido de la vida, y que ni mucho menos se guarda esta receta para él, sino que la comparte con todo aquel que se precie, con todo aquel que lo acepte, y con aquellos que no, también. Ni mucho menos espera ver caer a los demás para compartir su secreto, todo aquel que se acerca a él es bienvenido a su mundo personal, ese mundo amueblado con felicidad, con optimismo, con sueños, y como si se tratara de un excelentísimo arquitecto va construyendo muebles, habitaciones, casas, en forma de sueños para todo aquel con esa voluntad, con la voluntad de querer soñar, de querer vivir la vida con optimismo, de crearse un interior fuerte, un interior seguro, un interior feliz para proyectar esa felicidad al mundo exterior, esa seguridad de sentirse bien por dentro, la que conlleva irradiar ese positivismo, hipnotizando con la sonrisa, abrazando con amor.

Un hombre que muchas personas pueden decir que es ficticio, que no existe, que es un mero invento literario, una utopía. Esas mismas personas que guardaron sus sueños en un cofre muy al fondo de su corazón y perdieron la llave allí dónde nunca poder recordar ni encontrarla, un cofre ya oxidado, que solo aflora en los últimos instantes de tantas marchitadas vidas, cuando nos damos cuenta que ya es demasiado tarde y cuando aparecen en nuestras mentes pensamientos como los del distinguido R. Sharma: “Los jóvenes no saben. Los viejos no pueden”. Nunca es tarde para perseguir nuestros sueños, eso intenta inculcar en las mentes abiertas este magnífico personaje, personaje que vive debajo de un puente, que no tiene ropa, ni aseo, ni comida, ni dinero, pero que se le ve feliz, que es feliz, y al preguntarle el por qué contesta simple y llanamente: “Soy un simple caminante que ha perdido el miedo a perderse”.

Es posible que no existan personas así en el mundo, es posible que todo sea una mera utopía, es posible que no existan los vendedores de sueños, que perseguir los sueños no pase de habladurías e imposibles, que tener sueños sea para los aburridos, para los ignorantes. También puede ser que exista un mundo mejor, un mundo al que ha conseguido llegar poca gente, un mundo donde cada día es un día nuevo, donde nuestra mente solo observa a través del optimismo, un mundo donde todo juega al son de esta mente, la que puede engañarnos hundiéndonos en el pesimismo generalizado o la que podemos conseguir adiestrar y encaminar en la senda de la felicidad. Quizás el error ha sido siempre nuestro. Quizás nos hemos negado tanto a los sueños que han dejado de existir. O quizás no. “Cuando el alumno está listo, aparecen los maestros”. 

Víctor G. 
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