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TIEMPO


Compañero implacable que en nuestra mente anida, apenas te conoceríamos si no fuera por el reloj que marca tu vida. Alongado cuando deseamos que pases con rapidez, esperando aquello que tanto ansiamos y demasiado breve cuando llega, haciendo que pases rápido sin apenas notar tu presencia.

Te perdemos cuando lo que tenemos a nuestro alrededor nos aburre, utilizándote en tareas insípidas mientras tu existencia transcurre e, ilusos de nosotros, te queremos recuperar cuando lo que creíamos eterno se ha marchado para no volver jamás.

A veces todo lo curas, incluidas esas cicatrices que parece que no sanarán, y nos conformamos diciendo que si te damos tiempo a ti también todo cambiara, cuando en realidad, somos nosotros los que debemos cambiar.

No te mimamos lo suficiente, te malgastamos, pensamos que serás infinito y muchas veces nos arrepentimos de no haberte disfrutado más, de no haberte querido más para que el sabor de lo vivido impregne todos nuestros sentidos.

Adoro tu momento presente, ese que apenas dura un suspiro y me gusta mirarte a los ojos para ver cómo te alias con el destino. Me gustaría saber lo que me espera cuando pases y mientras pasas te evoco en el pasado, viejo y añejo, de cuyas experiencias vividas ya solo queda un vago recuerdo.

Sabio anciano que nos mira desde las alturas mientras los mortales vivimos dentro de tu ser, usándote a nuestro capricho, queriéndote siempre tener. Cambiamos tus segundos, tus minutos y tus horas, vapuleándote cuando se nos antoja y tú, volátil, te escapas entre nuestros dedos como agua que nunca los volverá a recorrer.

Así eres tú, tiempo. Invisible pero presente, inútil e importante, fugaz y desesperante y pese a intentar controlarte, es al contrario, tú nos guías con tus instantes. Solo nos queda contarte y valorarte, para cuando al final marques el último segundo estemos preparados para abandonarte.

Tic, tac, tic, tac… Tiempo… Siempre presente, nunca eterno.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
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SI LAS PALMAS LLEVARAN NOMBRE TODOS LOS APLAUSOS GRITARÍAN MARÍA


Años discutiendo que si el diamante, que si el grafeno, que si el carbino…y yo, durante todo este tiempo pensando: ¿cuándo se darán cuenta estos malditos científicos que lo más fuerte del mundo es el amor de una madre? 

Dicen que los hombres buscamos en las parejas el reflejo de nuestra madre. Menudo acto de soberbia, es imposible igualar, aunque sea acercarse, a la figura incomparable de ella. La cuarta pata de esta mesa de tres cojos que, si no fuera por el hilo invisible que nos une a ella, ya estaríamos en lo más hondo de unos pozos que gritan desde hace mucho tiempo, y con ganas, nuestros nombres. 

Son las dos sílabas que más fácil, y antes, pronunciamos, pero parémonos a pensar en lo contradictorio de todo ello, son también las dos sílabas que más nos costará olvidar. Ma – ma. Ella es quien nos ha invitado a la privada fiesta del arte poniéndonos a Sabina de chupete, dejando libros por casa, viéndola bailar flamenco o viendo al flamenco dejarse bailar por ella. Ella nos ha dado alas teniendo siempre bien cogido ese hilo que nos protege de las ventoleras que hay por allá fuera. Un hilo que nosotros no sabíamos que ella tenía ni que existía pero que, cuando nos dejábamos llevar sin pensar en las consecuencias era cuando lo notábamos, bien cogido a nosotros. 

Una maga de la cocina que ha conseguido convertir en palacios nuestros estómagos, en fiesta el paladar, en orgasmos nasales el hecho de levantarse tarde – o pronto, ella cocina 24/7 – y encontrarse en la cocina un olor con cuerpo, físico, que te abraza y se deja comer. 

Recuerdo los parches que nos ponía de pequeños en los pantalones cuando llegábamos con las rodillas descubiertas por el roce de las caídas y pienso: las madres son eso, los parches que nos salvan de las rozaduras de las caídas, que siempre vienen y se repiten. Es la red de nuestros pasos de equilibrista, es el ala que nos falta para volar, es la solución para que no acabemos nuestros días gritando aquello que se grita cuando solo confías en lo que no se ve: Eli, Eli, lama sabachtani. Porque ella no nos va a abandonar. 

Si las palmas llevaran nombre todos los aplausos gritarían María. 

Víctor G. 
@chitor5


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MIENTRAS SIGAS CONSIDERANDO UN BESO COMO UNA AGRESIÓN...


Mientras sigas considerando un beso como una agresión
te seguiré cerrando puertas ya enclaustradas,
mientras no te decidas entre espadas,
si no besas por impulso, si no vuelas tu dragón.
No me agredas, te lo pido,
no me dejes con dolor.

Hasta que no abandones para siempre tus maniobras,
los sistemas, las argucias que te enclaustran,
no me agredas entre ojos que te aplaudan
eternamente a ti y a mí me cieguen entre lágrimas.
No me ciegues, por favor,
que aún te veo entre deseos.

No siempre esperaré a que emborrones artimañas,
pero aún hay tiempo entre palabras prisioneras,
quiero que me agredas entre besos de primavera,
quiero que me impulses ante el fuego de tu entraña.
Bésame con fuego,
que un beso no es una agresión.

Aún prefiero enamorarme de ti,
pero mientras sigas considerando un beso como una agresión
tendrás por brasas lo que pudo ser pasión,
besarás al tiempo en que ya morí.
Ámame a tiempo,
Aquí y Ahora, mi Amor...

Decidid. Lanzaos. Atreveos.
Y si hoy no es, será otro día.

D.A.C.
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CARICIAS DE PAPEL


Llevaba tanto tiempo sin verlo en persona que el sonido de su voz era un recuerdo vago en mi memoria, y su cara había quedado difuminada entre miles de caras de desconocidos y personas memorables. El olor de su cuello se había convertido en un misterio para mí, que tan presente lo había tenido meses atrás, tiempo en el que pensar en su cuello me recordaba a mis labios, y a mis ganas de besarlo, pero de besarlo sin cuidado. El tacto suave de su piel, lo extrañaba tanto, su calidez...

Solía pensar en estas cosas a menudo, en lo mucho que me faltaban sus palabras escuetas, en cuánto echaba de menos el mero placer de su presencia...

Suspiré y me abroché el pantalón, hoy al fin lo iba a ver, pero “¿qué sería de nuestra pasión?” no podía dejar de preguntarme eso, como interactuaríamos, si me miraría a los ojos o fijaría la vista en el suelo como si mi existencia lo incomodase, me preguntaba si me acariciaría la cara como antes o se limitaría a mantener las manos en los bolsillos de la chaqueta, como si quisiese que los bolsillos lo absorbieran... Eran tantas las dudas que me negué a pensar meneando la cabeza frente al espejo mientras comprobaba que el maquillaje que llevaba era lo suficientemente provocativo como para resultarle deseable pero no lo suficiente como para que me viese las ganas de desgarrarle la ropa a tres metros de distancia, el cálculo final resultó ser la combinación de unos vaqueros negros rajados a la altura de las rodillas, una camiseta no escueta en metros de tela pero si en grosor, máscara de pestañas y pintalabios rojo, el pelo negro como el carbón cayéndome por los hombros y ni rastro de base de maquillaje. Hasta donde me alcanzaba la memoria, en otros tiempos, sé que habría podido detenerse horas a contar las pecas que adornaban mis mejillas, aunque tanta adoración hubiese sido enterrada por el tiempo sin verme... Cogí el bolso y la poca dignidad que me quedaba, tras haberme cambiado de ropa cinco veces por los nervios, y fui hasta su casa en transporte público.

El silencio dentro de mi cabeza era insoportable, pero ni el sonido de la música en los cascos había conseguido que dejase de pensar, '¿me verá guapa?', '¿seguirá queriéndome?', '¿querrá besarme?', preguntas que se arremolinaban tanto en mi cabeza como en mi estomago...

Pero al fin estaba ahí, en la puerta de su casa, una casa preciosa sin duda, blanca y con laminas de piedra que adornaban las esquinas, podía oír desde la puerta los móviles de campanitas y caracolas que colgaban en la parte de atrás de la casa, junto a la piscina. Estiré el brazo como a cámara lenta y pulsé el timbre, no tardó ni dos minutos en abrirme la puerta y quedarse ahí, de pie, mirándome, sin invitarme a pasar ni con un gesto ni con una palabra, solo me miraba, tenía el pelo castaño, mojado, la camisa a medio abrochar y los jeans demasiado ajustados como para no apreciar lo tremendamente atractivo que estaba esa tarde.

Ladeó la cabeza, sonrió y me dijo:

      - Adelante, pasa. - su voz seguía siendo igual de grave y tranquila, y por la cara que creo que puse yo seguía siendo igual de tonta.

     -¡Ah!, sí, ¿dónde dejo el bolso? - dije cruzando el umbral de la puerta por el pequeño hueco que dejó entre su cuerpo y el marco.

     -Donde quieras, estoy solo.

Estaba solo, bueno, estaba conmigo, a solas... Tardamos un par de minutos en ubicarnos ambos, y acabamos por salir a fumar un cigarro feliz al jardín. Fue ahí donde ocurrió la magia, con los pies metidos en la piscina y mirándonos a los ojos, cuando me pasó el cigarro, nuestras manos se rozaron, y aun si haber fumado lo suficiente mi mundo dio un vuelco enorme.

La tarde avanzó de forma delicada y tranquila hasta que de pronto estábamos en su cuarto, con la luz tenue del atardecer entrando a través de las cortinas, él estaba apoyado contra la pared y yo a cinco centímetros de sus labios, intentando controlar el grito ahogado de emoción. Cerré los ojos y me lancé al vacío, a sus labios, le desabroché la camisa con una mano mientras con la otra le acariciaba el cuero cabelludo. Dejó de apoyarse en la pared para inclinarse hacia mí, agarré uno de los lados de la camisa y lo guié de espaldas a la cama, lo miré a los ojos y lo hice sentarse, y a partir de ahí solo recuerdo sus labios recorriendo todo mi cuerpo, sus manos aferrando mis muslos, mi espalda, solo recuerdo una espiral de sensaciones vibrantes y descontroladas.

Volví a recordar el tacto de su torso desnudo, y el sabor de su piel.

Alba Ferrer.
@dihiftsukai

 
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