0 comentarios

RÍO ABAJO


Caminaba siguiendo el río, respirando aire húmedo y limpio, olía bosque, a raíces, a hojas verdes, a vida y muerte, me guiaban la corriente y la intuición, llevaba más de una hora caminando, descalza, con una camiseta blanca y un pantalón vaquero ceñido, vivía cerca de allí, y tras dedicar toda la mañana y parte de la tarde a deshacer cajas de mudanza y colocar cosas decidí salir al jardín trasero y después fue como si algo desde mi interior me gritase que fuera río abajo.

El paisaje era precioso, árboles, setas, pequeños animales correteando y huyendo de mi presencia, la luz del sol impactando en el agua, pequeñas corrientes de aire llevándose los cadáveres de hojas y flores secas.
Caminé aproximadamente dos horas, hasta que llegué a un lugar que frenó mis pasos, un prado de amapolas rojas, me resultaba excesivamente familiar, quizás un recuerdo de niñez o un sueño… Pero no pude evitarlo, me adentré entre las flores y me tumbé a disfrutar los últimos haces de luz del día, estaba atardeciendo, era un día cálido, agradable, hasta el punto en que poco a poco fui cerrando los ojos para adentrarme en los sonidos del bosque, oía pajaritos piar muy cerca de mí, probablemente en los árboles a mi izquierda, oía al sonido del agua al descender y un poco más a lo lejos, como si de una pequeña cascada se tratase, el sonido del agua golpeando contra las rocas.

Oía el viento agitando las ramas de los árboles y un grillo comenzando su serenata nocturna. Perdí el sentido del tiempo y el lugar, supongo que me perdí un poco en mi mente. No sabía cuánto tiempo había pasado pero el piar de los pájaros había cesado, todo estaba en silencio y aún tenía los ojos cerrados, mi respiración era hora más pesada, y el aire mucho más denso, abrí los ojos. La luna llena me permitía ver un poco a mi alrededor, el sol había desaparecido y una niebla tan húmeda como fría había tomado lugar, sólo podía ver eso, niebla, me rodeaba, me sentía perdida.

Comencé a moverme, casi sincronizados con los míos escuché pasos, pasos ajenos, me detuve y se detuvieron, continúe y siguieron; el corazón me iba a explotar, podía notar los latidos en todo el cuerpo, la adrenalina comenzó a tomar el control de mis patéticas y asustadas piernas, que pasaron de estar inmóviles y temblorosas a tensar todos sus músculos con la sencilla intención de echar a correr río arriba, y así lo hice, eché a correr, cegada por el pánico; pero la carrera se detuvo enseguida, entre un paso y el siguiente colisioné contra algo duro delante de mí, me caí de espaldas. La niebla era tan espesa que no hubiera podido distinguir mis manos a más de medio metro. Apoyé un codo tras mi espalda y al apoyar el otro justo delante de mí apareció un rostro, sonriente, un ojo azul y otro color miel, pelo rubio, largo, rizado; mirándome fijamente, a menos de un palmo mi nariz de la suya, las vías respiratorias, el estómago, el corazón fue como si todo eso se hiciese un nudo a la vez, me quedé sin respiración, y perdí el sentido.

Alba Ferrer.
@dihiftsukai

0 comentarios

LO QUE ME GUSTA DE LAS PALABRAS. Y OTRAS COSAS


Me pasa una cosa, que me gustan las palabras. Lo que más me gusta de las palabras es que todo el mundo puede hacerlas suyas, acogerlas. Hacen unos del “rojo” la más intensa de las pasiones y otros – de ese mismo “rojo” – la más descarnada de las violencias. 

Lo que más me gusta de las palabras es que caen como quieren sobre nosotros. A veces, como gotas de lluvia, mojan, calan hasta dejar los huesos de hielo; otras, sin embargo, nos llenan el rostro de polvo y tropiezan por nuestros labios haciéndonos dudar de nosotros mismos. La nitidez pasa a ser cosa de los grandes.

Lo que más me gusta de las frases, de las palabras, es que bailan como quieren, nos cautivan o nos invitan a que las useamos a nuestro antojo. Lo que más me gusta de las palabras es que nos seducen, nos hacen suyos haciéndonos creer que somos nosotros los que las hacemos nuestras. A veces consiguen que todo cobre sentido, y a veces hacen que todo lo pierda. 

Y yo, simplemente, me dejo escribir por ellas. Me dejo decir por ellas.

Por cierto, también me pasa que duermo, pero con los ojos abiertos. No hablo de soñar, o de imaginar, hablo de dormir. Hoy me ha despertado una canción y he llorado, he llorado porque no sabía que estaba dormida. 

Duermo cuando vivo sin sentir que estoy viviendo; cuando cierro los ojos y veo menos que cuando los tengo abiertos. Duermo cada vez que no amo. Duermo si piso y no mancho, si no piso por miedo a manchar o si mancho sin saber por qué estoy pisando. Duermo cuando no imagino, cuando no creo, cuando  no construyo. Duermo cada vez que no me desprendo de un pedazo de mi alma para ponerla en aquello que quiero hacer mío.

Y como de las palabras, también hay algo que me gusta del dormir: el despertar. Llevo durmiendo y despertando toda la vida y hoy mi despertar será compartirme contigo. Realmente no tenía nada que decir, quizá por eso esté diciendo algo.

Otra cosa que me pasa es que adoro no hacer nada con alguien a mi lado. Adoro aburrirme mientras nos miramos a los ojos. ¡Y lo que me encanta cruzarme con desconocidos que piensan, como yo, “qué estará pensando”!. A veces me enamoro de alguna gente que no conozco demasiado, o que no conozco en absoluto, y me sonrío al imaginar que me atrevo a hablarles, así, de la nada. Me entretengo, cada dos por tres en “qué pasaría”. Me entretengo inventando unas palabras.

Lo que más me gusta de las palabras es que, cuando despierto, me hago pedacitos con ellas. Y vuelo al pronunciarlas, y quedo para siempre al escribirlas. 

Aunque, en realidad, lo que más me gusta de las palabras quizá sean sus silencios.

Sammy.
@sarazamz 
2 comentarios

TREINTA AÑOS DESPUÉS


- ¿Estás nerviosa? – preguntas con picardía en tus grandes ojos pardos.

- Un poco y no solo por el avión – respondo guiñándole un ojo, abanicando mis pestañas delante de su ya maduro rostro.

Él me aprieta la mano y continúa observando el mando de la televisión que nos ofrece la comodidad de volar en primera clase.
Yo, mientras espero que nuestro pájaro de acero se ponga en marcha y nos lleve de nuevo al destino de nuestra ya lejana luna de miel, miro por la ventanilla.

Cuantos recuerdos se me agolpan en la memoria, toda una vida llena de experiencias hermosas y otras no tanto pero siempre vividas junto a la persona que tengo a mi lado. El comienzo fue fácil, aunque siempre tenía la espada de Damocles encima – por no llamarlo miedo e incertidumbre – de que algo fuera a salir mal. Llevaba una pesada carga conmigo que él se encargó de ir liberando gracias a su paciencia, su forma de ser y hacerme ver de que no todos los hombres son iguales.

Los años fueron pasando, años de convivencia con boda incluida donde cada vez me enamoraba más, no solo de él sino todo lo que le rodeaba. Su forma de ser, pese a ser cabezota y algo despistado, defectillos que me encantan y que acepto gustosa aunque a veces me saquen de quicio. Su forma de comportarse, tan amable y dadivosa, haciendo todo por todos sin esperar nada a cambio. Su forma de sorprenderme, llevándome a lugares increíbles, cercanos y lejanos y que forman parte de nuestro pequeño álbum de escapadas de fin de semana, donde lo mejor era que nada estaba planeado y el dejarse llevar era el mejor de los regalos. Su forma de necesitarme, de amarme, como el sediento que anhela agua más que a su propia vida, bebiendo de mí como si fuera lo único importante y radiografiando cada parte de mi cuerpo con sus ojos, sus manos y toda su alma, hasta que no sabía dónde terminaba yo y empezaba él.

Proyectos en común empezaron a surgir en nuestras cabezas, ingenieros de una vida que solo era nuestra pero que queríamos compartir con todos los demás. Algunos fueron fáciles, otros nos costaron sangre, sudor y lágrimas pero al final, con mi fortaleza que no sería tal si no fuera él mi sustento y con el empeño y las ganas de conseguir todo lo que nos proponíamos, lo conseguimos.

El nacimiento de Cayetana, nuestra primera hija… Se me saltan las lágrimas al recordar aquellos nueve meses, con sus altos y sus bajos pero siempre con la sensación de que la vida nos había recompensado con el mayor de los tesoros y con el miedo de que algún pirata nos lo robara. Pero no fue así y protegiste nuestras aguas frente a todos los peligros, y sigues haciéndolo para que nada nos pase ni a ella ni a mí. Luego vino Alejandro para cuadrarlo todo y ahora, ambos ya más altos y guapos que nosotros también están formando sus familias y aunque siempre serán nuestros pequeños, los polluelos han volado del nido y estamos de nuevo solos, como al principio.

Bueno, como al principio no. Con tantos años a nuestras espaldas, nada es como al principio. Solo nos queda los más importante, la necesidad que tenemos el uno del otro. El amor que lejos de convertirse en otra cosa ha ido creciendo, pasando por etapas tan intrincadas como una montaña rusa, pero que siempre se ha mantenido vivo, llameante, sin posibilidad de que nada ni nadie lo apagase. Hemos vivido decenas de vidas en una sola, ya que ésta nos ha hecho evolucionar siempre a mejor, tanto en nuestros trabajos como en nuestra vida personal.

Y ahora, le observo con los surcos de la experiencia marcados en la cara, que casan perfectamente con los míos. Y así, arrugados por los casi 122 años que sumamos juntos estamos de nuevo donde estuvimos hace 30 años, viajando de nuevo a Canadá gracias al regalo de nuestros hijos en nuestro trigésimo aniversario de boda.

Le cojo la mano por instinto y me devuelve la caricia mientras sonríe. Esa sonrisa que me llena de paz y me calma, esa sonrisa de niño travieso que aún conserva y que me vuelve loca. Esa sonrisa que me dice que todo irá bien.

Mi vida podría haber sido diferente debido a las encrucijadas a las que tantas veces me vi sometida, decidiendo al final por uno u otro camino de los que se abrían ante mí. Podría haber escogido otros caminos, otras metas, otros retos y seguro que mi vida habría sido diferente pero lo que estoy segura es que él hubiera estado presente en todos ellos. Él, la mejor elección que he hecho en mi vida y que me ha acompañado, me acompaña y me acompañará allá donde vaya porque sin él no hay vida, porque él es mi vida.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
 
;