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GRACIAS


Siempre he visto la Literatura, y la cultura en general, como un corazón con engranajes oxidados al que nadie, a excepción de unos locos llamados escritores y lectores, intenta reparar, apoyar, empujar.

Si no fuera por estos locos (aunque me gusta quedarme con la idea de Poe de que somos locos con largos intervalos de horrible cordura) ya no existiría la Literatura. Si no fuera porque se ha decidido lubricar esos engranajes con letras ya no se podría viajar con la imaginación. 

Se está intentando desde hace mucho tiempo cortar las alas a la imaginación pero gracias a unos fieles revolucionarios que siguen leyendo, que siguen escribiendo, ese apesadumbrado corazón sigue latiendo. 

Cada libro que leemos, cada frase que anotamos en un papel, es una donación en forma de vida a la Literatura. Podemos seguir siendo cuerdos en un mundo loco o podemos darnos a una locura que es la que provoca que se nos erice el vello, se nos caiga una lágrima o rompamos a carcajadas únicamente leyendo unas letras colocadas una detrás de otra, y que provocan algo así como esa magia que tanto soñábamos poseer de pequeños. Solo los lectores conocemos esa sensación, y nadie negará que no hay nada que se le iguale.

Nosotros, Libres de Lectura, hemos tenido la inmensa suerte de toparnos con un número inmenso de locos a los que llamamos seguidores (algo que nunca esperábamos), locos que siguen apoyando a la Literatura y que cada día regalan un latido más a su corazón con sus 'me gusta', con sus comentarios, con su participación en este proyecto.

Sigamos así, que no nos corten las alas, consigamos que la Literatura vuele más allá de donde llegan las balas de la cordura. 

Víctor G.
@libresdelectura
www.facebook.com/libresdelectura
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TERCERA PARTE DEL QUIJOTE EN EXCLUSIVA

¡

¡Feliz día de los inocentes, lectores! 





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LA PRINCESA QUE ESPERÓ


Apenas advirtió el gran copo de nieve que se había estampado en el cristal y descendía ahora con endeblez por su ventana. Mantenía la vista fijada en el fuego imponente que daba vida a su chimenea y que brillaba esta noche con una extraña fuerza. Tampoco reparaba en el alborozo navideño de familiares y amigos que, fuera de su alcoba, rasgaban y abrían un sinfín de regalos, como si aquello fuese lo último que iban a hacer en sus vidas. Desde niño le seducía el hechizo de estas fiestas y él era siempre el primero entre sus hermanos en colocar, con suma delicadeza y esmero, los diversos aderezos al abeto risueño, así como los demás aliños de Pascuas a los vastos muebles e interiores de la acogedora morada. En los últimos años, quizá motivado por lo predecible de la era de las actuales y remozadas tecnologías, sentía con aparente nostalgia que había perdido cierto idilio hacia estas fiestas. Sin embargo, hoy sabía que era distinto. Miraba con ojos enfrascados hacia la llama que salía presta de su fogón mientras sus pies se movían sin concesiones hacia ese despierto fuego. Lo podía tocar. El fuego no quemaba. Y antes de que pudiera extender su otra mano sobre la vivaracha lumbre, ya había girado al completo el alféizar de piedra sobre el que se sentaban las brasas...

Se miraban sin pestañear. La niña no parecía extremedamante asustada pero no apartaba su solemne mirada de los ojos de ese extraño joven hombre que acababa de aparecer en su dormitorio. Éste, mientras clavaba de la misma manera los suyos, se dio cuenta de que desde hacía muchísimo tiempo no había visto unos ojos tan brillantes como hermosos. Tras el diáfano azul del iris de aquella niña era capaz de ver el reflejo que mostraba el contenido de la estancia en donde se encontraba: vastos y extendidos doseles rosados, armaduras de metal dispuestas en cada una de las esquinas de la cámara, y holgados y puntiagudos ventanales que una vez terminara esa noche darían un monumental fulgor, gracias al Sol traspasado entre sus vidrios.

-”¿Quién eres?”- preguntó la niña con un tono más desatinado que sorpresivo.

-”Tu regalo de Navidad”-, a él le salió del alma esa respuesta.

-¡Eres el príncipe que he pedido!- exclamó la pequeña con aplomo y contento.

-”Quizás...” -esta vez le brotó un titubeo lleno de incredulidad y asombro.

Nunca supo con exactitud cuánto tiempo pasó con aquella hermosa y misteriosa niña, pero lo que sí pudo saber de inmediato por sus conocimientos y tras el ligero y cristalino examen visual, es que se hallaba en pleno siglo XVIII. Quizá fue por ese miedo colosal a encontrarse trescientos años atrás o tal vez por comprobar si estaba o no soñando, el hecho es que aprovechó el momento en que la pequeña abandonó la sala para meter la mano en el fuego frío de aquella estancia palaciega. Y volvió a encontrarse con un giro vigoroso pero sutil en la chimenea que, al traspasarla, le introducía de nuevo en su moderna habitación de su actual sociedad. Se quedó durante un largo minuto pensativo y conteniendo la respiración. No, no estaba soñando. El tacto y la agudeza de los demás órganos sensoriales de su cuerpo le confirmaban que seguía consciente y despierto. Intentó asimilar lo que le acababa de ocurrir. Oía el ajetreo de sus conocidos que continuaban disfrutando de sus presentes y viandas navideñas. Y volvió a mirar al fuego. Esta vez miró como si hablara en silencio a las llamas fascinantes que se enfrentaban bajo la repisa. Y mientras miraba, se aproximaba de nuevo a esa luz movido por el ávido deseo del misterio y del encanto...Y acercó sus manos al ardor con mayor seguridad...Cuando comprobó de nuevo que no tenía ni una sola quemadura en su dorso volvía a estar en la misma sala cortesana que segundos atrás dejó tras las llamas.

Una mujer rubia, lozana y apuesta profirió un clamor tras percatarse de la existencia del joven.

-”Lo siento...Yo...Busco a una niña pequeña... ¿La ha visto?-”

La mujer, aún algo espantada, le hundió la mirada sin responderle.

-”Siento de nuevo haberla despertado así. Prometo que me iré en cuanto vuelva a acostarse.”-

Por nada del mundo el joven quería que la mujer o cualquier testigo pudiera ver su puerta mágica con la que había accedido ya en dos ocasiones a ese aposento. “¿Y si lo descubre más y más gente e igual que yo pueden acceder? ¿Y si me encuentro con todo un ejército de población de hace tres siglos traumatizado en este?” No. Había que evitarlo a toda costa y, por lo tanto, mantener ese secreto.

-”Se lo prometo señora, vuelva a acostarse y me iré”-.

A pesar de que en su mirada ya no había señales de pasmo, la mujer siguió en silencio sin articularle respuesta alguna. Tras un largo rato de cargante mutismo, el hombre desistió en su planteamiento inicial y, sin apenas despedirse, dio media vuelta en dirección al fuego. Y fue en el momento en que le quedaba medio paso para introducir uno de sus brazos en la pira, cuando sus intenciones se paralizaron en seco:

-”¡Te dije que me iba a poner mi vestido de princesita! ¡Te estuve esperando! ¡Nunca más apareciste!”-.

A medida que los minutos y la charla transcurría la mente del joven se aclaraba y las maneras de ella se calmaban. Habían pasado dos minutos para él, pero quince largos años para ella desde su primer encuentro. Y conversaron larga y profundamente. Y cuando él descubrió que se había enamorado, ya le había contado todo acerca de cómo había logrado traspasar tres siglos en este día de Navidad. Ella intentó hacer lo propio y poner un dedo en la lumbre pero la apartó de inmediato tras lanzar un pequeño alarido de dolor provocado por la quemadura. Sólo funcionaría con él... Ninguno de los dos pudo saber cúanta noche había transcurrido en el momento en que sus labios se mantenían unidos y a la paz apasionada tan sólo la retaba el rugir de las despiertas brasas.

-”Me encantaría pasar en este lecho el resto de mi vida” -le susurró el joven al oído de su princesa.

-”Créeme, no hay nada en el mundo que me hiciera más feliz.” -le respondió ella antes de proseguir: -”Pero aún hay algo que no sabes...Es algo inevitable...”-.

Ella le contó que estaba destinada a casarse con un señor de alta alcurnia y que tan solo podría liberarse del compromiso aquel apuesto que, mediante su propia espada, pudiera ganarle en duelo. Él brincó del lecho entre doseles en el que ambos se encontraban, no sin antes arrojarle un prolongado y ardiente beso a su princesa: “¡Para Navidad no hay nada inevitable amada mía!-” y con una amplia sonrisa en el rostro se introdujo raudamente tras las llamas. Había dejado en una esquina de su habitación la espada que tantó anheló desde niño y que, ahora, sus leales amistades le habían regalado en estas fiestas. Al separar la hermosa vaina de piel contempló con candidez y orgullo la hermosa hoja de acero. Y tomando con tesón y firmeza la empuñadura, adentró, con más seguridad que nunca, su cuerpo entero a través del perenne fuego, con el ánimo y confianza que llevaba en sus manos: el regalo destinado a hacerle por siempre feliz.

No fue hasta que llevaba recorrido tres cuartos de la fogosa estancia que reparó en la presencia de un hombre algo rechoncho, vestido de uniforme y con la prenda cabellera acicalada entre grandes rulos:

-”Se la acaban de llevar...”- le dijo este cabizbajo y sin mirarle. -“ Estuvo muy débil en los últimos días, y apenas podía hablar...Antes de que su cuerpo se fuera para siempre me dio esta carta para ti. Nunca me contó nada. Y creo que nunca se lo contó a nadie...”. El hombre le entregó la carta y el joven, entre un presumible desasosiego y desesparanza, la leyó en silencio sin pestañear:

"Esperé. Esperé en aquel amanecer y hasta que el día apareció. Esperé hasta que el Sol se puso pero no fui capaz de encontrarte. Esperé cada Navidad a tu espada inevitable pero no llegó. Esperé casada durante treinta años a prometerme con tu fuego pero tan sólo pude arder en el recuerdo. Y seguiré esperando. Será inevitable que algún día ambos podamos cruzar nuestra llama del amor eterno.

Tu princesa desde niña, hasta el cielo."

Y al calor del comedor se dirigió a ser uno más entre presentes tras un copo de nieve disipado entre el cristal. Y entre lágrimas de calor lanzó la carta a un fuego consumido entre años y minutos, y entre corazones divididos.

Daniel Arrébola.
@apetececine
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ÁNGEL O DEMONIO


Aquella tarde el cielo anocheció sin estrellas, más oscuro de lo que jamás había sido, los gatos acallaron sus maullidos, quedaron mudos al igual que el resto de seres vivos. No se oía ni un susurro aquella noche de invierno, sólo el latido sordo de un corazón desesperado, la respiración insuficiente de aquella loca chica que aún creía en el amor y los finales felices.

Con el corazón acelerado corría todo lo que sus piernas podían aguantar por una carretera perdida de la costa, con el único objetivo de alcanzar al motivo de su felicidad, Dan, un chico al que apenas conocía pero que lo sabía todo de ella, alguien que había dado su vida por rozar tan solo una vez sus labios, alguien que había cambiado su eternidad por un 'te quiero', se existencia por una caricia suya.

Ajena a la realidad Heaven seguía corriendo, sentía que el corazón se le salía del pecho; a lo lejos Dan, con los brazos en cruz, descamisado y descalzo, con tan solo unos pantalones negros miraba al cielo esperando su final. Ella sabía que Dan había escuchado sus pisadas a más de 300 m de distancia pero continuaba allí parado.

Heaven se acercaba cada vez más, sin parar de correr y cuando estuvo a solo unos pasos de aquel temerario chico que se había atrevido a amar él se dio la vuelta; Heaven chocó contra él y fundiéndose en un abrazo él la rodeó y le susurró:

- Todo estará bien pequeña, todo estará bien, tú sólo sigue hacia delante y nos encontraremos en el camino.

Dan separó sus cuerpos y sostuvo la cara de Heaven entre sus manos, los ojos de ambos mantuvieron una mirada llena de dolor, él acercó su cara lentamente a la de ella y con los labios temblorosos la besó en la boca y a continuación en la frente.

La luna se tiñó de rojo y la tierra comenzó a temblar, la noche que unos segundos antes era estática, un cadáver, ahora no paraba de vibrar en un rugido, un estallido sonoro.

- Adios - le gritó Dan por encima del aullido de la tierra. Y entonces pronunció las palabras prohibidas - Te quiero - rápidamente la tomó de la mano, se la apretó suavemente como despedida y la levantó por encima su cabeza para a continuación tirarla por los aires a unos 5 metros de distancia; su cuerpo chocó contra el suelo como si de una muñeca de trapo se tratase, acto seguido todo el tramo de carretera que lo separaba se desmoronó, pedazo a pedazo, dejando un enorme abismo entre ellos.

Heaven pudo escuchar como Dan profería un aterrador grito de dolor mientras una luna roja caía del cielo hasta penetrar en su cuerpo a través de sus ojos; un escalofrío doloroso cruzó el cuerpo de ella, que a duras penas y casi arrastrándose consiguió ver lo que estaba pasando al otro lado. Dan se retorcía de dolor en el suelo, una luz roja como una minúscula llama inscribía símbolos extraños por toda su piel, seguía retorciéndose, gemía de dolor. Heaven no podría soportarlo, no podía ver a la persona que más quería sufriendo por su culpa, tirado en el suelo, y no hacer nada... Apoyándose en el suelo y en sus propias piernas consiguió ponerse en pie. Cuando por fin se había erguido del todo notó que algo dentro de su abdomen crujía, se había roto una costilla y esta le había perforado la carne, saliendo por debajo de su pecho. Heaven se mordió el labio y, con los dedos índice y corazón, mientras sujetaba su costillar con la otra mano, introdujo el saliente de hueso en su abdomen. Caminó cuatro pasos hacia atrás, cerró los ojos y recordó aquel primer beso que se dieron al amanecer en la playa, recogió una lágrima a la altura de su mejilla con un dedo ensangrentado y echó a correr hacia el precipicio. Había un vacío de un largo de tres metros aproximadamente, pero nada de eso importaba, ni la distancia más grande habría podido separarlos. La carrera infinita llegaba a su fin, y al fin Heaven saltó, el vuelo duró unos segundos que parecieron eternos, pero no fueron suficientes. Todo lo que unía a Heaven con la vida y con Dan en aquellos instantes fueron las yemas de sus dedos.

Sacó fuerza de su dolor y trepó, trepó como si hubiese dedicado más de la mitad de su vida a eso, apoyó los pies y se empujó hacia arriba, se agarró con las manos, siguió hasta poder apoyar la rodilla y una vez en ese punto nada podía detenerla; saltó a la superficie y se acercó a Dan, sentada de rodillas levantó su cabeza y al contacto de su piel se transmitió aquella llama abrasadora que poco a poco devoró la vida de ambos.

- En el cielo o en el infierno estaremos juntos para siempre - dijo Heaven y después de esto ambos entregaron su último aliento en un beso.

Los dos habían pensado siempre que las normas estaban para romperse. No importa si eres un ángel o el mismo demonio.

Alba Ferrer.
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LA LUNA, SU MAYOR TESTIGO

Jamás – que es la eternidad puesta en negativo – se olvidó del firmamento. Lloraba. Lloraba sin sentirse triste o desdichada, sin sollozar, sin hipar. Quien la hubiese visto solo habría adivinado que lloraba por los grandes lagrimones que resbalaban sin prisa por sus mejillas. De hecho, ella nunca supo que lloró. El llanto no cumplía más función que la de purgar; limpiarla por dentro; vaciarla;  arrastrar con el agua salada todo aquello que la distraía; dejar a un lado todo lo que no fuese ella misma o la luna. El hambre, el sueño, el frío o la vida, eran puntos y aparte; náufragos que llegaban a la orilla de su mentón y caían al vacío. Y solo quedaba ella en la buhardilla de la media noche; no sus manos, ni su pelo o su boca, ni si quiera su cuerpo. Solo ella. Y la luna.

Cientos, miles, millones de estrellas se resguardaban cada noche en apenas tres centímetros de su rostro. Sus ojos eran el lienzo que la noche anhelaba, y todo lo que pasaba en la bóveda celeste – incluso lo que no pasaba – quedaba registrado en sus pupilas. Nunca supo qué vio o qué fantaseó. En ocasiones se empachaba de luna, sentía cómo le invadía el paladar, sabía a hielo a veces, a miel, a queso fundido, a azúcar quemado; pero nunca dejó de mirarla embelesada. Qué infinito era todo cuando desaparecía el cuerpo. 

Se pasaban – sus ojos, digo – media vida buscando y la otra media esperando encontrar lo que buscaban. Y mientras tanto, la noche le hablaba de universos y estrellas,  de planetas, de aire puro.

– Háblame de ti – le dijo alguien en una ocasión, y ella habló del cosmos sin necesidad de palabras. Eso era ella, creación y Creadora. Finita e infinita. Cerraba los ojos a menudo – lo hacía con una fuerza distraída, con una pasión descafeinada – y el universo estiraba los brazos para aferrarse a sus pestañas, pero aún así desaparecía. Y entonces todos los mundos eran posibles; mientras ella no mirase todo estaría sucediendo, todas las posibilidades danzarían a su alrededor, su alma misma la miraría con cariño, todo desaparecería y aparecería sin orden aparente. Cuando los abría, el reloj de su muñeca anunciaba que no había transcurrido más de medio segundo; no obstante,  ella había envejecido; había sido una galaxia; el sol y los planetas simultáneamente; un cráter en la luna que se sentía observado por ella misma; la última chispa de la explosión del volcán de Pompeya.

 – Y otros hablan de Amor – pensaba para sí misma – sin haber levantado antes la vista del suelo. Hablan de Amor sin haber cerrado jamás los ojos. Es asombroso, sublime. Yo jamás supe hablar de álgebra o geometría. Y  sin embargo, otros saben hablar de Amor. 

Cuando se cansaba de encontrar razones que la obligaban a reflexionar, miraba de nuevo a la luna y escuchaba con atención los secretos que le contaba. Y entonces volvía a ser planeta, y luz y vida y eternidad. 

Y así pasaba los días, esperando a que llegase la noche. Y así pasaba las noches, siendo sin ser. Quien la hubiese visto no hubiese dicho jamás que vivía. A ojos de cualquiera no era nadie, pero cuando el mundo cerraba los ojos, ella podía serlo Todo. Y la luna era la única que veía eso todas las noches. 

La luna era, sin duda, su mayor testigo.

Sammy.
@sarazamz
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CON LOS OJOS DE UN NIÑO

¿Por qué los adultos nos empeñamos en retener a ese niño que llevamos dentro? ¿Por qué nos dejamos llevar por la multitud, por lo que nos imponen, por la oscuridad de la rutina y la pereza de la monotonía?

Este mes, mágico pese a los que nos faltan y frente a la tristeza de fechas en las que añoramos aquellos años donde no nos preocupaban las facturas, la crisis o la falta de empleo, sigue siendo diciembre. Un mes donde los niños nos dan lecciones de cómo disfrutar y volverse loco de alegría montando la decoración navideña, con la presencia de Papa Noel y de los villancicos en cualquier rincón de la ciudad y con la dulce incertidumbre de no saber qué regalos porque este año se han portado muy bien.

Para muchos estas fechas se han convertido en consumistas y egoístas, manipuladas por las grandes firmas donde comprar hasta que la tarjeta de crédito eche humo, quien se lo pueda permitir, y comer hasta reventar parecen los mejores planes, como todos los años, porque no hay otra cosa mejor que hacer. Donde el estrés por dejarlo todo hasta el último momento, la subida de precios y el ser falsos, sonriendo y deseando lo mejor a aquellos que no podemos ni ver el resto del año se han convertido en costumbre.

Propongo un reto… ¿Por qué este año no miramos la Navidad con otros ojos? Con los ojos de un niño por ejemplo. Dejemos salir a ese pequeño que vive en nuestro interior, al que le encanta saltar sobre los charcos, ponerse perdido comiendo chocolate, reírse a carcajadas ante cualquier tontería y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida como si fueran el mayor de los placeres.

Miremos a nuestro alrededor con esos ojos, brillantes, alegres, como si vieran todo por primera vez. Con la inocencia y la humildad de aquellos que solo ven luces de colores, vacaciones, nieve, regalos, canciones, familia y amigos. Que sonríen y dejan sus boquitas abiertas ante lo extraordinario de estas fechas que para los adultos se han convertido en ordinarias y que solo significan carreras, atascos, gastos, kilos de más, lotería que nunca toca y reuniones incómodas.

Olvidaos del espíritu Navideño tan manido, ya que más que espíritu es fantasma y simplemente dedicaos a vivir como lo haría un niño, recobrando viejas tradiciones ya olvidadas para algunos como escribir la carta con lo que queremos que nos regalen, poner la leche y las galletas a Papa Noel o dejar los zapatos para Los Reyes Magos, escribir felicitaciones a mano y mandarlas por correo, comer turrón de chocolate hasta que duela la barriga, tocar la zambomba, levantarse a las cinco de la mañana en Navidad para ver los regalos y reír, sobre todo reír.

Romped las ataduras artificiales con las que nos apresan propios y ajenos en este mes y convertíos en niños, mirad a vuestros hijos y sobrinos y haced lo que ellos hagan, mirad como ellos miran, disfrutad como ellos disfrutan.

Recordad que esta Navidad nunca volverá, haced que sea especial, cread momentos que sean recordados con cariño cuando volváis la vista atrás porque este año que ya agoniza nunca regresará y el que viene, como hoja en blanco aún por escribir, es un misterio que se irá resolviendo conforme vayamos viviéndolo.

Sea como fuere, que nunca os falte la ilusión, la alegría, la sonrisa en vuestro rostro y el ansia por vivir. Que nunca os falte ese niño que todos llevamos dentro.

Aunque aún a dos de diciembre, aprovecho la oportunidad de desearos a tod@s l@s lector@s y escritor@s que colaboramos en el blog, con Víctor a la cabeza, una feliz navidad y un feliz año 2015.

Luchad por vuestros sueños, doy fe de que se acaban cumpliendo.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
http://elmundodelosojosdelmisterio.blogspot.com.es/
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SOMBRAS BAJO LA CLAQUETA DE SUS LATIDOS

Esta vez ÉL entró en la sala con las manos libres. Hoy, a conciencia, decidía imponer una excepción a su ritual, cuyas armas se componían de un hermoso cubo palomitero y otro no menos gigantón refresco. No es que fuese supersticioso, pero hoy confiaba en sentirse más cómodo con sus enhebradas manos desnudas. Examinó la sala como solía hacerlo desde hacía años. Un examen ocular que, probablemente, respondíese a una manía adquirida de niño cuando su madre le llevaba a ver historias que vivían y morían en una pantalla, aunque ya era incapaz de recordar las raíces de tal hábito. Comprobó que la sala estaba casi vacía y que la única vida que corría por allí era la de esos bultos solitarios que anhelaban evadirse de la dura y rutinaria jornada de trabajo. Y se sentó. Le encantaban esos sitios altos e imponentes de tres cuartos de butacas. Aún faltaban minutos para que las luces se apagaran...

ELLA apareció como si de alguna manera estuviera destinada a aparecer. Era necesaria su presencia para vestir de motivos y otorgar algún sentido a esa sala algo despoblada. Ni sabía ni era consciente que llevaba años enamorada de la sutilidad. Algo tímida, pero también rebelde, había aprendido desde bien pequeña a ensimismarse en su particular mundo compuesto de estrellas e imágenes. Y con ese frágil arte se sentó, como si el rumbo no admitiera ninguna otra posibilidad, a su lado...

Cuando ÉL se dio cuenta, ELLA ya llevaba un par de minutos haciéndole una tenue compañía. La advirtió por su noble perfume culpable de inyectarle armonía por su olfato y múltiples preguntas sin respuesta en su mente. La miró. Tenía miedo a inclinarse demasiado, a ser para tal sutileza tan evidente. Y las luces se apagaron...

A ELLA le encantaba acabar con la vida de las alegres chucherías que, de manera sempiterna y desde niña, traía en la bolsa. Mientras veía sueños en la pantalla, no le importaba sumergir sus manos en el azúcar esparcido. Pero esta vez, a su lado, algo le imponía su atención. Era como un interrogante mayúsculo lleno de luces de misterio. La desconcertaba. Desde que se convirtió en mujer, su insultante belleza y su cándida inocencia la habían obligado a adjudicarse un carácter fuerte. No. No era nada fácil desconcertarla con aquel ánimo tan enigmático. Más bien era un logro que nadie había sido capaz de alcanzar. Cuando convirtió el interrogante en solución, su corazón le latió con una garra envuelta en seda. Y entre las tinieblas de la sala le clavó sus verdes ojos...

Jamás supo ÉL los segundos exactos que le robó a su esplendor antes de que esta le atrapara. Tampoco resolvió ELLA cuánto tiempo pasó entre el encuentro de sus pupilas y la leve sonrisa que bombeaba por la comisura de sus labios. Dieron descanso a sus ojos pero no a sus latidos. Quizá nunca pasó el tiempo cuando las manos sintieron las caricas de las otras. Y la película florecía..

Y los actores, iluminados, les regalaron en silencio la pantalla. Solos. Sombras bajo la claqueta de sus latidos. Como único reflejo en la sala. Y entre sus manos, ÉL y ELLA, estiraron y se quedaron, latido a latido, con el corazón de gominola.

Daniel Arrébola.
@apetececine
https://apetececine.wordpress.com/
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HERMOSO AZUL

Hoy he decidido usar cinturón, quien me conozca sabrá cuanto detesto la sensación de ser dividido por la mitad por una especie de soga. Esa tensión es realmente insoportable. Hoy necesito de él, y de su trabajo principal, mantener mis pantalones en su lugar. Pase lo que pase. Mis zapatos se ven ligeros, pero no lo son. Las botas de seguridad, como las llaman los hombres de ese oficio, proporcionarán un destello de carcajadas irónicas para los morbosos y humoristas de baja moral. Mi gremio.

Es otoño, así que debería ponerme una chaqueta, o dos. Estas de tela tan absorbente se ven idóneas para la ocasión. La zapatillas de cristal del postmodernismo. Salgo a la calle y solo encuentro rostros que se asimilan realmente a máscaras, colocadas delicadamente sobre la cara de cada transeúnte que veo pasar, tan faibles se ven que el viento podría agrietarlas. Mantengo mi mirada al frente y aplico una de mis más preciadas niñatadas: desenfocar mis ojos como si de lentes de cámara se trataran, e ir por esas calles sin ni siquiera detallar las numerosas caretas de colores vivos que me rodean. Halloween es solo un juego de niños en comparación a lo que se ve cada día de tu vida. Hoy decidí no ir a trabajar, estoy realmente harto de esclavizar la poca libertad que se me fue otorgada por los dados en un juego de números, horas, papeles sin sentido y compromisos no queridos. Me enferma saber que produzco yo mismo la droga que me mantiene enfermo. ¡Qué indigno para la sociedad si uno de sus individuos piensa siquiera en rehabilitarse de esa adicción tan infame!

Me he liberado de mi yugo, pero como cualquier abusivo, eso no acaba allí. La sociedad, con sus miles de látigos y cadenas viene a mí y me ata, me impide el escape, sin saber que yo he conseguido la llave, y me encuentro marchando justamente a buscarla. Siempre me gustaron estos pantalones por lo resistentes que eran, y el tamaño casi incomprensible de sus cuatro bolsillos, que como si de agujeros de conejo se trataran, engañan a simple vista. Los idealistas se llenan la boca diciendo que todo tiene una razón. Les doy la razón en esta ocasión. Me perdí por un momento, pero llegué a mi primera destinación, el parque. Siendo una quimera entre geólogo y amateur de tetris, dejo sin domicilio fijo a cuatro dulces conejos, pero verán, no lo saben, eso también lo hago por su propio bien. Mi cuerpo enclenque ya nota como la gravedad aumentó impresionantemente, siento como si la tierra quisiera engullirme de manera dolorosa, pero no puede. Ni lo hará. 

Es jocoso como siempre tuve ese miedo irracional derivado del vértigo infantil, y en este momento me encuentro yo saltando desde un puente de una altura considerable, esperando un abrazo nada cálido de ese cuerpo de agua que se aproxima y se aproxima. No esperen un clavado de profesional de mi parte. Pies en la tierra, pies en el agua, así es como viven y mueren los hombres de intelecto. No hay palabras para describir el frío que entra a mi cuerpo, pero ya se desvaneció, o mi carne ahora me lo oculta. A veces pienso que la adrenalina está hecha en base a la naturaleza humana, nos deja en total negación y nubla nuestras realidades, ya no hay frío, dolor, ni miedo. Aunque sea por un instante. 

He estado preparado todo el día para ello, y al mismo tiempo, no lo tuve en mi cabeza hasta que decidí hacer esa demostración ciudadana de salto acrobático. Mis botas de seguridad, irremovibles como ya lo son en la densidad y tranquilidad del aire se vuelven sobreafectuosas e imposibles de retirar cuando la turbulencia torrencial del agua las somete a su dura gravedad. Mi cinturón ha ganado su respeto y mantiene a mis pantalones  acelerando mi descenso. Mis chaquetas se hastían de agua, como camellos en épocas de sequía y limitan cualquier movimiento innecesario de mi ahora engullido cuerpo.

Subo la mirada y puedo notar la refracción clara de la luz atravesando moléculas de agua, recordándome como eso mismo podría decirse que pasa con la verdad cuando cruza por el prisma nuestra existencia. Yo orquesté mi final, y he dejado sus últimos compases para un poco de improvisación: ¿No se han fijado como la asfixia genera un código rojo en nuestro cuerpo, y este comienza a tratar de sobrevivir aun cuando la mente trata justamente de hacer lo contrario? Eso que yo llamaría "Medida de emergencia biológica" es el seguro que su Dios trata de colocar para evitar lo inevitable. En esos momentos la mirada de cualquier humano rompería cualquier esquema de lo patético, es el cascarón tratando de salvar a su bellota. Hace segundos que ya no respiro, mis tímpanos están que explotan por ese cambio de presión y aún soy capaz de mantener mi calma. Cada burbuja que veo me hace darme cuenta del límite de mi resistencia, y sorpresa sorpresa, espasmos provienen de mi cuerpo y sin yo ordenárselo, trata patéticamente de liberar sus cadenas con la energía de un insomniaco  de primera. Es curioso como esta sensación ya la he vivido antes estando en la superficie, y solo aquí moriré. Creo que el vacío eterno es el infierno de los que no pueden morir.

Syssmo.
http://somosysolos.wordpress.com/

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ANNE

Despertó entre su edredón blanco sin funda, en una cama de matrimonio dormía sola todas las noches.

Habiendo perdido la esperanza estúpida de algún día encontrar a su media naranja, o limón, o quizás su medio mango sin ases en la manga, vagaba por su pequeño ático todos los atardeceres pensativa, mirando un lienzo en blanco de reojo y pensando que deseaba que esa pieza de tela se desdibujase con los años en ella, trataba a los objetos como si tuviesen alma, más incluso que las personas, dado que un pincel por sí mismo nunca le había fallado, a diferencia de sus ex parejas, sus familiares o sus escasos buenos amigos, porque una chimenea siempre calienta pero un buen amigo no siempre arropa. 

Puso los pies en el entarimado de madera y asomó una mano fuera de las sábanas para destaparse por completo, salió de la cama tras remolonear un rato y cogió una de las muchas camisas arremolinadas que habían en la silla y se la puso sin muchas ganas. Cada mañana despertaba ausente, hasta que el sabor del café ardiendo en la punta de la lengua la devolvía a la realidad, pero no la realidad que todos conocen, su realidad adornada con colores y formas imposibles, su realidad de la belleza de los días grises y las mariposas tristes, su realidad de cigarros consumidos entre suspiros en la ventana y semanas tan largas como meses. 

Fue hasta la cocina arrastrando los pies descalzos, cambió el filtro de la cafetera, puso café árabe y le dio al botón; el minuto escaso que tardó la máquina en completar el proceso se le hizo eterno, retiró la taza, terminó de condimentarlo y se sentó en su mesa familiar, una mesa familiar para cuatro personas que jamás había visto una familia. Se tomó la taza ardiente en silencio y mirando al centro del tablero...

Tenía las manos llenas de pintura de la noche anterior, azul, verde, magenta, amarillo apagado... Y una pincelada de dedo bajo el ojo, de un momento en el que tuvo que retirar una lagrima de su mejilla, una lagrima de emoción.
Con el pelo desastrado, la cara y las manos llenas de acrílico, la camisa arrugada y unos baqueros pitillo se decidió a salir a la calle para comprar un par de pinceles y pinturas.

Salió de su portal con la vista un poco más alta que de costumbre, observando las prisas de la gente, las caras de mal humor de aquellos que caminaban por sus costados, y sin motivo aparente... Se preguntaba cómo una persona que va a trabajar y tiene un hogar, y familia, ya sean padres o hijos, compañeros de trabajo con los que hablar, más o menos, y comida que llevarse a la boca podía caminar por la calle con cara de enfado todo el día, pensaba que no todas esas personas grises podían tener mala vida, pensaba en la prisa de la gente, corriendo para no perder un bus que volverá a pasar en cinco o diez minutos, cómo cinco minutos podían perturbar la tranquilidad de una persona; y acabó por comprender que quizás la rutina era la responsable de todas esas faltas a la inteligencia emocional.

Cansada de ver tristeza y estrés en las caras de esos seres automatizados bajó la mirada y continuó su camino haciendo caso omiso a toda alma desalmada que hubiese a su alrededor, deseaba ser como los niños, sonriendo sin motivo...

Cuando llegó al fin a la caja para pagar alzó la mirada, hubiese sido descortés no mirar a la cara a una persona con la que interactúas... Era un chico de mirada adulta y cara aniñada, como si el dolor hubiese curtido su espíritu pero el trabajo no hubiese hecho lo mismo con su cuerpo, castaño, con el pelo lacio a la altura de las mejillas, su aspecto desgarbado le provocó a Anne una sonrisa, por la similitud que halló en él a sí misma, entonces él sonrió, con una mueca sincera, no una sonrisa por compromiso de esas que estaba acostumbrada a ver. Pasó los productos por la caja registradora y sus manos se rozaron un breve instante que los dos sintieron como un agravio, dado que apartaron las manos de forma apresurada pretendiendo que no se notase tan incómodo, pero lo cierto es que para Anne no fue nada incómodo, no recordaba que el contacto humano fuese tan agradable, es más, probablemente fue aquel chico quien le resultó agradable. 

Con las mejillas de ambos encendidas en color rosado muy intenso y los productos metidos en una bolsa de cartón se despidieron a base de sonrisas torcidas y ella salió por la puerta empujándola con la espalda, dio media vuelta y se dispuso, sonriendo, a cruzar por el paso de cebra, dio dos pasos sobre el asfalto y escuchó una bocina, dio otro paso y escuchó un frenazo, miró hacia enfrente, una niña de unos cinco años junto a su madre avanzaba hacia ella, y entonces miró a un lado, un conductor a velocidad temeraria daba en ese instante un volantazo mirando fijamente a la niña, sin darse cuenta de que en su nueva trayectoria se encontraba Anne, la desgarbada y desastrosa chica que imaginaba figuras en el viento y sonreía por estar viva. 

Alba Ferrer.
@dihiftsukai
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ALGO POR DESCUBRIR

Dicen, y así quiero creerlo, que existe un lugar en donde habitan todos los lugares. Un punto. Nada más que un punto que todo lo contiene -o  algo así decía Borges- en armonía. También he oído, o leído - o quizá lo haya imaginado -  que cada una de nuestras células contiene el mapa del universo; y que si se quisiese, si se quisiese desde el alma, desde la verdad, podríamos acceder a él.
He sentido, desde el amor, que cuando realmente he visto ha sido al cerrar los ojos. Por eso me paso el día imaginando, porque suelo llevarlos abiertos. 

Quizá sea yo, quizá sea cosa mía. O quizá no. Pero te aseguro que siento algo así como un anhelo latente; como un recuerdo que me sobrevuela constantemente en forma de deseo; como un aliento en la nunca cuyo calor me recuerda que aún queda algo. Algo por descubrir. Y digo “algo” por nombrarlo, por ponerle un nombre; pero sé que ese Algo, ese Algo es el Universo dentro de mí. 

Sueño con encontrarme conmigo, con el alma mía. Algunos días, en algunas mañanas, en algunos momentos me hallo sumergida en esa ilusión, pero en seguida se desvanece y se confunde entre ruidos de lo que llamamos “la realidad”. Coches, alarmas, vecinos en obras, prisas en bocinas.
Pero de vez en cuando, y solo de vez en cuando, aparece alguien que, al parecer, ya ha estado en ese lugar que dicen, en ese punto en que todo existe. Ese alguien viene con la intención de ayudarme a llegar hasta allí. Hoy ha sido Debussy, con su Claro de luna; ayer Jaime Sabines con su Tía Chofi; ante ayer Julio Cortázar, con Una flor amarilla... A veces simplemente es el viento, con su aire frío, que me hace cerrar los ojos y sonreírme, y con él sentirme libre del cuerpo y volar por dentro. 

Yo creo que ya he estado en ese lugar, ¿por qué sino tendría que acordarme tanto de él sin saber demasiado bien de lo que me acuerdo? Pero lo he olvidado, aunque no lo suficiente como para no echarlo de menos. Y cada día aparece alguien que también lo busca, como yo, sin saber cómo nombrarlo, sin saber si quiera que lo está buscando. Y yo le sonrío, le sonrío con cariño, como a un niño que todavía no entiende por qué se despide el sol cada día, y por eso cierra los ojos y no los abre hasta que lo vuelve a ver. 

Yo, como el niño, también cierro los ojos; y cada noche, cuando se dejan caer mis párpados, recuerdo un poquito de ese Algo que algún día vi. Y por eso vivo feliz, porque sé que existe y sé que todo, todo, todo, me lleva hasta ese lugar. Y por eso me entristezco, porque quiero volver a él y nunca puedo del todo. 

Un día me levanté, me miré a los ojos y en el fondo de mi pupila estaba ese lugar. Mi pupila era ese punto donde habitaba yo, el alma mía, y donde dejé de ser yo para comenzar a ser todo. 

Dicen, y así quiero creerlo, que existe un lugar en donde habitan todos los lugares; dicen que siempre quedará Algo que descubrir.

Sammy.
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¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Todas las mañanas, cuando me levanto, tengo la costumbre, aunque cada vez con menos ganas, de desayunar mientras veo las noticias. El problema es que últimamente el desayuno se me indigesta al ver y escuchar día tras día tal cantidad de crónicas sobre corrupción, paro, desahucios, atentados, guerras, miserias y un sinfín de historias que muchas veces, por no decir la mayoría, superan las más retorcidas de las ficciones.

Y yo me pregunto, ¿Es que ya no se respeta a nada ni a nadie? ¿Es que ya no quedan personas integras y de buen corazón en este mundo de locos?

Recuerdo que cuando era pequeña mis padres me repetían una y otra vez que la educación y el respeto hacia los demás era primordial. Que se deber ser bueno aunque no tonto, humilde pero luchar por lo tuyo, amable pero sin dejarte pisotear… ¿Qué hay de todo eso ahora? ¿De todos esos consejos que mis padres me daban y he mantenido como leiv motiv durante mis 34 años de existencia?

Se me cae la cara de vergüenza al ver como críos que apenas levantan una palma del suelo tratan con desprecio a personas que piensan que son inferiores a ellos, como tratan a nuestros mayores, a los que por desgracia viven en la calle o a sus mismos iguales por llevar gafas o no poderse permitir vestir ropa de marca. Me hierve la sangre cuando los demás no respetan las mínimas normas sociales como es el no colarse en una fila, el tratar con respeto a un camarero que te está sirviendo o ir conduciendo con tu coche como si fueras un elefante en una cacharrería, sin tener conciencia ni de peatones ni de otros conductores.

Yo no soy una hermanita de la caridad, cometo errores y hago daño a los demás, pero intento no hacerlo y ser consciente cuando lo hago, y siempre pedir perdón, y enmendar lo que hecho. Perdón, una palabra que de significar disculpa sincera se ha convertido en cajón desastre de todas las picias que se cometen, ya que se piensan que con el simple hecho de pronunciarla todo está solucionado, borrado y libre del polvo y paja para seguir metiendo la pata sin importar las consecuencias.

Pues hay consecuencias y muchas. Pensad que todo lo que hacemos, por muy insignificante que nos parezca, tiene consecuencias para aquellos que nos rodean, y a veces una pequeña "cagada" por nuestra parte puede significar la ruina para quien pasaba a nuestro lado en ese momento. Se me ocurren multitud de ejemplos, pero os dejo a vosotros que reflexionéis sobre los propios y ajenos.

Mención aparte tienen aquellos que me revuelven el estómago por las mañanas, y por las tardes y por las noches. Cuánto daño hacen los siete pecados capitales por parte de quien tiene esa sensación de impunidad por ser quienes son, por sentirse el ombligo del mundo y que nunca los van a pillar. Políticos, pederastas, terroristas, empresarios, banqueros y demás calaña que hacen que los pilares de nuestra sociedad, aquellos que de por sí ya están resquebrajados por nosotros mismos, amenacen en romperse en mil pedazos.

¿Es que solo hay sin vergüenzas (por no decir algo peor) en este mundo?

¡Por supuesto que no! Por supuesto que hay gente buena en el mundo, personas honradas que trabajan, que luchan desde que se levantan hasta que se acuestan por y para los demás. Corazones desinteresados que buscan el bienestar común ante el suyo propio. La pena es que estos no salen en las noticias y si salen es de pasada. Y que los primeros, los que nos ahogan en la desesperanza y el desconcierto cada día un poquito más, pese a ser menos, hacen muchísimo más ruido y arman más escándalo.

Hace unos días me contaba una mujer lo que le ocurrió mientras postulaba para una ONG. Esta persona estaba junto a la puerta de un supermercado compartiendo lugar con un indigente. La mayoría de la gente, sobre todo los que llevaban “buenas pintas”, aceleraban el paso a su altura y pasaban de largo. El indigente y la mujer se miraban y alzaban las cejas en señal de “aquí no echa dinero ni dios”. El hombre, prudente, en ningún momento se molestó porque esta mujer estuviera allí, todo lo contrario, fue él el que rompió el hielo y comenzaron a charlar de lo mal que estaban las cosas y el poco interés que muchas personas se tomaban por los problemas de los demás.

En estas estaban cuando una señora le echó cinco euros al mendigo y colaboró también con una cantidad similar para la obra de la ONG. El indigente se puso en pie, cogió los cinco euros, se acercó a la mujer que pedía junto a él y le dijo:

- Tome señora, la gente por la que usted pide tiene problemas más graves e importantes que los míos. Yo puedo pasar hoy sin comer pero esta gente necesita sus medicinas y que la ciencia siga avanzando para que su calidad de vida mejore.

La mujer, con los cinco euros en la mano, se le quedó mirando con la boca abierta y como es lógico se emocionó por el gesto tan altruista y bondadoso del chaval. Llena de rabia y también de orgullo porque alguien que no tiene nada en el mundo se preocupara por las personas que aun teniendo más que él también sufrían y lo estaban pasando mal, entró en el supermercado y de su propio bolsillo le compró algo de comida. Al salir se la entregó y le dijo:

- Jamás olvidaré lo que has hecho, ha sido una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida y por lo menos hoy tú no te quedas sin comer.

El muchacho le sonrió y le dio unas sinceras gracias cogiendo con agrado lo que le había comprado.

Cada uno podéis sacar de esta historia, que es completamente veraz (la mujer es mi madre), las conclusiones que queráis.

¿La mía?

Que pese a toda la oscuridad que rodea a este mundo, la basura que cada día sale a flote, la maldad de algunas personas, su egoísmo, su indiferencia ante los demás… yo aún creo en el ser humano y por ello siempre intentaré respetar a los demás, ser humilde, empática, amable y sonreír pese a los nubarrones que nos acechan en el camino. El porqué es bien simple.

Porque merece la pena.


María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
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DECÁLOGO DE LA REBELIÓN VITAL

Nacerás con un fuerte lloro de rabia. ¡Qué no te gobiernen otros brazos que no sean los de tu madre, los de tu padre, los de tu sangre!

Despertarás con un NO como respuesta. No querrás esa papilla impuesta y ahora de moda entre mil papillas mejores.

Jugarás con el barro en el parque. ¡Qué nadie te diga que no puedes ensuciarte! Ni te obliguen a volver a casa con tu inmaculada camisa puesta.

Aprenderás preguntando lo que nadie se atreva a preguntar. No te pueden prohibir que interrumpas cuando esos cortes logran curar las dudas.

Te enamorarás de la chica humilde por su rico gesto o quizás de un ricachón al que le sobra corazón; pero rechazarás el anillo de Don Matrimonio Preferido por ambos suegros.

Dudarás de lo que te afirmen tus enemigos, envueltos en pañuelos de pétalos como amigos. Cree solamente a aquellos que no te lancen a cada segundo su aliento de veneno.

Trabajarás aspirando siempre al escalón más elevado, que eres tú mismo. No caigas en la trampa de los cobardes de aceptar ofertas para ser eternamente sumisos.

Mimarás a tus hijos con mimos cautos y prudentes. Que no caigan en el pozo de la sangre fría cuando pueden ser como tú: ¡Calientes y Rebeldes!.

Envejecerás sin miedo. Porque tus arrugas serán un libro de bravura que narran una vida de alma creativa. ¡Que en tus manos de papel se adivinen las batallas donde ganaste el ser inventor y diferente!

Y morirás....Y le recordarás a tu nieto mientras le aprietas la mano y te cierra los ojos: “Lo que la mayoría te obligue a hacer, tú no harás, si quieres crecer”.

Daniel Arrébola.
@dani3arrebola
@apetececine
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TINTA INVISIBLE

Cuando todo se acaba, y no hay nada que decir, o creemos que no lo hay, o no sabemos cómo expresarlo, o no podemos. 

Cuando las palabras nos taladran hasta hacer sangre y duelen no solo en el corazón, o nuestros propios pensamientos no nos dejan pensar, cuando nos gritamos a nosotros mismos por  dentro y las ganas de arrojar algo contra la pared nos dominan. 

Cuando ni tan siquiera un chasquido de dedos es capaz de llamar nuestra atención y miramos por la ventana pensativos pero con la mente en blanco, sin debatirnos, porque no tenemos nada que contarnos, nada que decirnos a nuestro propio oído. 

Cuando el viento nos susurra que corramos hasta el final del precipicio y saltemos a ciegas cual ángel expulsado del cielo, o los nervios no nos dejan ver por exceso de mirar. 

En esos momentos en los que hablar no se puede o no se debe solo quedan las luces y los colores de una canción, música. Tristeza, ira, ausencia, locura. Música. Todo.

Es un sentimiento cifrado, es un color invisible, un cuadro pintado con tinta invisible que solo con la luz adecuada entiendes; es una caricia, un abrazo, un beso en la mejilla o un empujón en el momento justo, es una venda para lo que no quieres ver y la luz que ilumina lo que tienes claro, es el silencio absoluto y tranquilo de la mente, el respiro en el que tu voz se apaga y se encienden los recuerdos, cuando se eriza la piel y sientes un cosquilleo en la nuca, o cierras los ojos como hipnotizado. Es un paisaje que tenías olvidado, como una foto perdida. Las canciones son las lágrimas cálidas que  te arropan en la cama cuando sientes que no puedes más y te desplomas. La melodía de una victoria o una derrota, la canción adecuada, sin una palabra, puede hacerte tomar decisiones que llevaban días colgadas junto a la ropa mojada en el tendedero mientras no paraba de llover, puede hacerte llorar de alegría o de la más grande pena, o puede hacerte reír a carcajadas de ti mismo, o levantarte de la cama mejor que un familiar preocupado o un amigo insistente. Incluso puede ayudarte a planear una declaración de amor o una venganza. 

La música no nos guía, ni nos abraza en las noches frías, pero nos hace el camino más ameno, nos relaja y nos pone de los nervios, casi como un mejor amigo o una relación destructiva.

Alba Ferrer.
@dihiftsukai
http://ytumihorizonte.blogspot.com.es/
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NO TE PREOCUPES

No te preocupes si llega el día que no quieras volverme a ver, no temas si sientes que me pierdes o que estás perdido, no sufras si me esperas y nunca llego… no tengas miedo al silencio, no tengas miedo a la soledad, no temas a nada de lo que pueda pasarte a partir de ahora… 


Has aprendido lo suficiente para vivir lo que te espera, y sabes de sobras lo que tendrás que hacer a cada momento. Seguramente te arrepientas, posiblemente mires atrás y te duela el día en el que tomaste la decisión equivocada. 



Pero no te equivocaste, esa era la única manera de llegar al punto en el que estás ahora. 



El tiempo siempre tiene la razón, y todo lo que hagas lo aprenderás con el tiempo. Solo voy a pedirte que mires hacia adelante y nunca, nunca, nunca te permitas dudar de si lo que hiciste estuvo bien… lo estuvo, y lo que estás haciendo ahora también. 


Alba Villafañe.
@alalba11

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PRIMER ENCUENTRO

Entre aquellos estantes de madera ajada y tan altos que casi rozaban el techo, envuelta por una atmósfera de libros viejos y apasionantes historias, oliendo un picor dulzón que le hacía cosquillas en la nariz, fruto del cuero envejecido y de las motas de polvo. Estas que de tanto revolotear entre libros tenían ya forma de letras y hacían que la luz del exterior que entraba por los ventanales formara caleidoscópicas frases entre los rincones por donde ese se adentraba. Bajo aquella atmósfera influenciada de cultura centenaria encontró lo que llevaba tantos años buscando.

Era la primera vez que acudía a aquella librería de segunda mano, recomendada por uno de los poco amigos que tenía. Un ratón de biblioteca al igual que ella cuyo interés común por los libros era su único tema de conversación. No es que le dieran miedo los hombres, simplemente era invisible para ellos. Pasaba desapercibida allí donde iba, invisible frente a la sensualidad y voluptuosidad de otras féminas con las que compararse sería una grotesca osadía. Reconocía que su galopante timidez tenía el honorable honor de ser la culpable pero pese a ello, se negaba a renunciar a tener una compañía diferente a la que sus dos felinos le daban en las frías noches de invierno, donde la calidez y suavidad de la piel de un hombre al que amara sería el mejor de sus abrigos.

Para su desgracia, a sus treinta y cinco inviernos, ya que nació en una fría noche de diciembre, esa sensación solo la había revivido en su imaginación, gracias a los mundos donde las novelas que leía la transportaban.

Se paró frente a un estante y su pálida mano acarició el lomo de un libro y cuando lo sacó de donde se encontraba, dejando huérfanos uno de los flancos de sus usados acompañantes, un pelo revuelto y unos ojos ávidos de palabras aparecieron en la cicatriz que acababa de abrir en la estantería.

Él sonrió y ella, presa de un rubor que no pudo ocultar, agachó la cabeza dibujando media sonrisa que se escapó de sus labios sin que fuera consciente de ello.

Arropada por los libros y la intimidad que le proporcionaban, cerró los ojos y su pensamiento se disparó con aquella fugaz imagen que se había grabado en su retina y que seguía viendo como si de un holograma se tratase. Un atractivo rostro de ojos sinceros, acompañados de una agradable sonrisa que no le importaría que fuera lo primero que viese todos los días cuando amaneciera.

Tomó aire y se armó de valor, diciéndose a sí misma que solo era una persona como ella, que respiraba, comía y dormía como ella y que ya era hora de dejar atrás todos sus años de soledad para al menos intentar un mínimo contacto visual que, pese a lo ilusionante de sus pensamientos que se habían entusiasmado como colegiales en Navidad, solo garantizaba dos segundos en el tiempo y varias semanas en sus imaginación. Abrió los ojos lentamente pero cuando quiso volver a encontrarse con aquella mirada, su dueño y ella misma habían desaparecido.

Suspiró y su conciencia la flageló, a modo de estridente vocecita que en su cabeza le decía lo absurdo de los pensamientos que se habían fraguado en tan solo un segundo, por una vulgar sonrisa de cortesía de parte de un desconocido al que jamás volvería a ver.

Dispuesta a retirarse con una ejemplar de La edad de la inocencia, de Edith Wharton y con la imperiosa necesidad de ir a comprar cantidades ingentes de helado de chocolate, abrazo el libro sobre su pecho y sus pies se pusieron en movimiento, pero apenas dio dos pasos cuando de repente, una voz a su espalda la sobresaltó y cuando se giró, sus miradas se tropezaron de nuevo.

Y allí, en aquella librería, entre los libros que tanto le habían hecho soñar encontró lo que hacía tanto tiempo llevaba buscando. Allí, convirtió uno de sus sueños en realidad. Allí, lo encontró a él.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
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TREN DE LA VIDA

Fue por poco. Por muy poco. Fue ese preciado botín compuesto por milésimas de segundo el que ELLA logró aprovechar para entrar bajo los pitidos del convoy y sobre unas puertas que ya se juntaban y cerraban por completo. Y por suerte, el tren circulaba semi-vacío. El viaje era largo, de 40 minutos, y hacérselo sentada dulcificaría ese intervalo de tiempo, a pesar de que ELLA esta vez no tenía ganas de leer. De entre los varios huecos que observó sin dueño, eligió uno donde podía recostar su brazo al lado de la ventanilla. No le resultaba difícil ensimismarse del entorno agresivo de ruidos, luces y sombras que presenta un tren en marcha. ELLA había aprendido a escudarse bajo sus auriculares negros y tan discretos como su temperamento. También había aprendido a relajarse en cada asiento, a cerrar sus ojos y ver así el paisaje nítido que no era capaz de ver con estos abiertos. Lo intentó hacer de nuevo, como cada día, pero esta vez advirtió que sus párpados estaban prestos y que aquellas canciones que antaño le entraban como aire fresco, ahora las sentía engrasadas en la más trivial y previsible de las rutinas.

Quizá fue por esas notas predecibles o porque le llegó el aroma de encanto que desprendía a escasos centímetros la chica sentada justo en frente, que aparentaba su edad y que seguramente la tendría. Lo cierto, es que esa suma de advertencias desató el desafío ya perdido por abstraerse y ensoñarse y ELLA, sin apenas desligar los pequeños auriculares de sus pequeñas orejas, desarmó de volumen hasta dejarlas en absoluto silencio esas canciones comunes. Desde hacía un buen tiempo que le gustaba ser sutil y cautelosa, que sus movimientos siempre suaves apenas se advirtiesen. ELLA descubrió de adolescente las ventajas de la astucia implícita a la vez que perdía mientras crecía y sufría tras mostrar sus cartas y ases de manera franca y sincera. Y por eso con disimulo, le gustaba lo que antes oía y ahora ya escuchaba en ese momento en el que todo parecía quieto mientras el tren se movía. ELLA escuchaba cada vez con más aplicación y esmero, como si ELLA fuera la cliente más fiel de las palabras que partían de los labios de aquella chica de enfrente.

Daniel Arrébola.
@apetececine
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AZUL Y VERDE

¿Qué se esconde en el océano? Quizás grandes pulpos de color violeta o malva, con los ojos grandes de color azul cielo y los tentáculos suaves como el terciopelo. Quizás híbridos entre medusa y globo, como un circulo muy redondito acabado en una especie de tutú de ballet hecho de membrana semi transparente, y de color amarillo, con los ojos más negros que jamás hayas visto. Puede que existan grandes serpientes con aletas similares a las alas de ángel, de todos los colores habidos, con escamas, de color lila, granate, rosa, azul o verde, en la parte superior, y diminutas ventosas a lo largo de todo el vientre, ventosas del mismo color que sus redondeados dientes, plata azulado. O criaturas similares a nosotros, con dedos en las manos pero sin pies, cuyos dientes cortan como sables, con colas similares a las de los peces pero de un tamaño mayor, y trajes hechos de algas, adornando sus cabellos con pedazos limados de coral.

 ¿Qué se esconde en el bosque? Quizás pequeñas hadas con alas de libélula, ataviadas con pequeños atuendos hechos con pieles de conejo, mulliditos y con mucho pelo, y cargando arcos y flechas, con la lengua bífida de color rojo al igual que sus ojos, y la piel translucida a la luz del sol. O quizás cuervos que no son cuervos, sino felinos alados, de un color tan negro que se confunde con la noche en el momento en que para devorarte te ciega poniendo sus alas sobre tus ojos sin que lo veas llegar. O puede que hayan grandes lobos, con un pelaje muy distinto a toda clase conocida, similar al tacto de la corteza de los árboles, con las orejas redondas en lugar de puntiagudas y los dientes no de hueso sino de piedra. O pájaros de luz, como luciérnagas en la noche, fuegos fatuos, con la capacidad de cambiar de color a voluntad para guiar a los caminantes perdidos de vuelta a casa sin ver nada que los pueda desalentar, con los ojos y el cuerpo transparentes para poder iluminarse y el pecho peludito, con el pico rosa y un canto dulce y fino.

Alba Ferrer.
@dihiftsukai
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DE AHORA EN ADELANTE, SIEMPRE:

Que no te arrepientas de haber saltado, que el premio aunque no lo ves, ya lo tienes y así es.

Que no hay que mirar atrás, que el ayer ya no cuenta. Que lo que importa es hoy, y el mañana, y sobretodo…lo que estés haciendo ahora para aprovechar tus horas.

Atrévete con todo, ¡que no hay nada que perder!

Solo el miedo y el saber, que lo que sea que tú quieras, tienes la oportunidad de ser.

Alba Villafañe.
@alalba11
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ENTRE MIL VERSOS DESPIERTOS:

Rebelión bajo la sombra. 
Obra luz una pareja. 
Dos libros alumbran abiertos
páginas en cuerpos insomnes
entre mil versos despiertos. 

Espadas espontáneas sangran coros de amistades. 
Un Te Quiero como ataque y 
un beso de defensa forjado en secretos labios... 
Armados de un arsenal de aromas encontrados, 
de pólvora de amores. 

Viajeros de raíces costeras
que emergen sobre sus huellas.
Sobre sus manos de seda hiladas
salvadas en pieles sumisas a la aventura. 
Empuñan sonrisas pinceladas del color de la ternura. 

Pestañas capitanas de un velero 
llamado Ojos de Ángel de la Guarda,
rostros por mares ingenuos...
Miradas de ninfas.
Semblantes de halagos.

Se les ve en la orilla a ambos
y parecen desafiar a los números
al vestir su cuenta con adornos de latidos,
y parecen pensar con los párpados sellados
y guiar palabras con lacrados labios. 

No son más que dos granos de arena
entre arenas de misterios. 
Mas entre guiños reconocidos
son algo más que muchos...
Son solamente un fruto de mil estrellas. De mil versos. 


A Georgina y Víctor. Una pareja que inspira letras por la sangre de un letrero. 

D.A.C.
@apetececine
http://apetececine.wordpress.com/

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UNA FORMA DE VIDA:

Desde que naciste, la gasolina y el asfalto han corrido por tus venas. Una pasión escrita a fuego en tus genes, alentada por algo que aún ni tú comprendes. Recuerdas ser muy pequeño y sentarte frente al televisor con los ojos como platos para ver las carreras, imaginándote que tú eras uno de ellos. Que ibas montado sobre aquellos caballos de metal, ya pasados de moda, pero que en aquellos tiempos te parecían salidos de una película de ciencia ficción. Te imaginabas que eras tú el que corría, adelantando a rivales, rasgando el viento a velocidades imposibles, luchando por el podio y levantándote dolorido cuando aquellas maquinas endiabladas perdían frente a las leyes de la física que vuelta tras vuelta los pilotos ponían a prueba.

Tú no te dabas cuenta, pero tu pequeño cuerpo se balanceaba sutilmente en el sofá en cada curva, frenaba y aceleraba cuando ellos lo hacían, tensando hasta el último músculo de tu cuerpo, y los latidos de tu corazón palpitaban tan rápido como lo hacían los de tus ídolos, bombeando adrenalina que te secaba la boca y te erizaba el vello.

Creciste y el sueño de tener tu moto propia cada vez era más fuerte. Intentaste convencer a tus padres, pero el miedo de tu madre y la cabezonería de tu padre, junto a una situación familiar bastante ajustada, te negaron ese capricho que para ti era una necesidad, así que decidiste ponerte a trabajar mientras estudiabas, hincando los codos como el que más para demostrarle a tu familia que eras responsable. Tenaz como el que más, día a día dabas ejemplo de tener la cabeza sobre los hombros y no ser un “bala perdida” que quería comprarse una moto para hacer caballitos e impresionar a la chica más guapa del barrio.

Pasó el tiempo y por fin, conseguiste ahorrar lo suficiente para poder tener entre tus manos y tus piernas el objeto de tu deseo. Fue tu padre quien te acompañó ese día y aún recuerdas cómo te temblaban las piernas al montar por primera vez en aquella Yamaha. Fue tu primera moto, tu primera “niña” y jamás olvidarás los buenos momentos pasados con ella.

Cómo gracias a aquella máquina de acero que para ti tenía alma y corazón, descubriste una sensación de libertad que no es comparable con nada más. El cómo poder oler el mundo que te rodeaba mientras sentías el rugir del motor a través del casco, cuando serpenteabas carreteras secundarias y te fundías con ella. Esas manos temblorosas que te asían de la cintura y que ahora son las manos de la mujer que te acompaña allá donde vas y a la que le agradeces infinitamente el que comparta tu pasión. El juntarte con amigos e ir de ruta, conociendo a decenas de apasionados como tú en concentraciones a lo largo y ancho de todo el país. El gritar desde la grada de Jerez a tu piloto favorito y sentir las carreras a flor de piel, emocionándote al ver que miles de almas como tú os convertíais en una sola, unidos por el mismo sentimiento. El ayudar a otros si estaban en apuros, no dudando en detener a socorrer y alentar a los que así lo demandaban, teniendo siempre presente qué es lo que llevabas entre las manos, respetando y haciéndote respetar.

Durante todos estos años, han pasado por tus manos varios manillares, varios motores han rugido bajo tus órdenes y varios trajes de cuero ya han pasado a mejor vida, ajados por el sol, el viento y la lluvia, pero tú sigues siendo el mismo. Sigues disfrutando de esa sensación indescriptible de la fusión de tu cuerpo con el viento, el asfalto y la libertad. De jornadas dominicales con la familia y amigos que comparten tu pasión, donde compartís experiencias ya pasadas y planes que surgen frente a un refresco en una terraza de un pueblecito perdido de la mano de dios. De fines de semanas recorriendo carretas, haciendo de los kilómetros tus mejores aliados. Sintiendo y siendo aquello que desde que eras pequeño sabías que serías.

Porque ser motero no es una elección, no es algo que surja de la nada o que aparezca de repente. Ser motero es algo con lo que se nace, que sientes en lo más profundo de tus entrañas. Ser motero es una forma de vida. Ser motero es una forma diferente de disfrutar de la vida.

Dedicado con especial cariño a todos los hombres y mujeres que como yo disfrutan de las dos ruedas y sobre todo a los que se han dejado la vida sobre ellas. V´sss

 María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc

 
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