HERMOSO AZUL

Hoy he decidido usar cinturón, quien me conozca sabrá cuanto detesto la sensación de ser dividido por la mitad por una especie de soga. Esa tensión es realmente insoportable. Hoy necesito de él, y de su trabajo principal, mantener mis pantalones en su lugar. Pase lo que pase. Mis zapatos se ven ligeros, pero no lo son. Las botas de seguridad, como las llaman los hombres de ese oficio, proporcionarán un destello de carcajadas irónicas para los morbosos y humoristas de baja moral. Mi gremio.

Es otoño, así que debería ponerme una chaqueta, o dos. Estas de tela tan absorbente se ven idóneas para la ocasión. La zapatillas de cristal del postmodernismo. Salgo a la calle y solo encuentro rostros que se asimilan realmente a máscaras, colocadas delicadamente sobre la cara de cada transeúnte que veo pasar, tan faibles se ven que el viento podría agrietarlas. Mantengo mi mirada al frente y aplico una de mis más preciadas niñatadas: desenfocar mis ojos como si de lentes de cámara se trataran, e ir por esas calles sin ni siquiera detallar las numerosas caretas de colores vivos que me rodean. Halloween es solo un juego de niños en comparación a lo que se ve cada día de tu vida. Hoy decidí no ir a trabajar, estoy realmente harto de esclavizar la poca libertad que se me fue otorgada por los dados en un juego de números, horas, papeles sin sentido y compromisos no queridos. Me enferma saber que produzco yo mismo la droga que me mantiene enfermo. ¡Qué indigno para la sociedad si uno de sus individuos piensa siquiera en rehabilitarse de esa adicción tan infame!

Me he liberado de mi yugo, pero como cualquier abusivo, eso no acaba allí. La sociedad, con sus miles de látigos y cadenas viene a mí y me ata, me impide el escape, sin saber que yo he conseguido la llave, y me encuentro marchando justamente a buscarla. Siempre me gustaron estos pantalones por lo resistentes que eran, y el tamaño casi incomprensible de sus cuatro bolsillos, que como si de agujeros de conejo se trataran, engañan a simple vista. Los idealistas se llenan la boca diciendo que todo tiene una razón. Les doy la razón en esta ocasión. Me perdí por un momento, pero llegué a mi primera destinación, el parque. Siendo una quimera entre geólogo y amateur de tetris, dejo sin domicilio fijo a cuatro dulces conejos, pero verán, no lo saben, eso también lo hago por su propio bien. Mi cuerpo enclenque ya nota como la gravedad aumentó impresionantemente, siento como si la tierra quisiera engullirme de manera dolorosa, pero no puede. Ni lo hará. 

Es jocoso como siempre tuve ese miedo irracional derivado del vértigo infantil, y en este momento me encuentro yo saltando desde un puente de una altura considerable, esperando un abrazo nada cálido de ese cuerpo de agua que se aproxima y se aproxima. No esperen un clavado de profesional de mi parte. Pies en la tierra, pies en el agua, así es como viven y mueren los hombres de intelecto. No hay palabras para describir el frío que entra a mi cuerpo, pero ya se desvaneció, o mi carne ahora me lo oculta. A veces pienso que la adrenalina está hecha en base a la naturaleza humana, nos deja en total negación y nubla nuestras realidades, ya no hay frío, dolor, ni miedo. Aunque sea por un instante. 

He estado preparado todo el día para ello, y al mismo tiempo, no lo tuve en mi cabeza hasta que decidí hacer esa demostración ciudadana de salto acrobático. Mis botas de seguridad, irremovibles como ya lo son en la densidad y tranquilidad del aire se vuelven sobreafectuosas e imposibles de retirar cuando la turbulencia torrencial del agua las somete a su dura gravedad. Mi cinturón ha ganado su respeto y mantiene a mis pantalones  acelerando mi descenso. Mis chaquetas se hastían de agua, como camellos en épocas de sequía y limitan cualquier movimiento innecesario de mi ahora engullido cuerpo.

Subo la mirada y puedo notar la refracción clara de la luz atravesando moléculas de agua, recordándome como eso mismo podría decirse que pasa con la verdad cuando cruza por el prisma nuestra existencia. Yo orquesté mi final, y he dejado sus últimos compases para un poco de improvisación: ¿No se han fijado como la asfixia genera un código rojo en nuestro cuerpo, y este comienza a tratar de sobrevivir aun cuando la mente trata justamente de hacer lo contrario? Eso que yo llamaría "Medida de emergencia biológica" es el seguro que su Dios trata de colocar para evitar lo inevitable. En esos momentos la mirada de cualquier humano rompería cualquier esquema de lo patético, es el cascarón tratando de salvar a su bellota. Hace segundos que ya no respiro, mis tímpanos están que explotan por ese cambio de presión y aún soy capaz de mantener mi calma. Cada burbuja que veo me hace darme cuenta del límite de mi resistencia, y sorpresa sorpresa, espasmos provienen de mi cuerpo y sin yo ordenárselo, trata patéticamente de liberar sus cadenas con la energía de un insomniaco  de primera. Es curioso como esta sensación ya la he vivido antes estando en la superficie, y solo aquí moriré. Creo que el vacío eterno es el infierno de los que no pueden morir.

Syssmo.
http://somosysolos.wordpress.com/

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