ANNE

Despertó entre su edredón blanco sin funda, en una cama de matrimonio dormía sola todas las noches.

Habiendo perdido la esperanza estúpida de algún día encontrar a su media naranja, o limón, o quizás su medio mango sin ases en la manga, vagaba por su pequeño ático todos los atardeceres pensativa, mirando un lienzo en blanco de reojo y pensando que deseaba que esa pieza de tela se desdibujase con los años en ella, trataba a los objetos como si tuviesen alma, más incluso que las personas, dado que un pincel por sí mismo nunca le había fallado, a diferencia de sus ex parejas, sus familiares o sus escasos buenos amigos, porque una chimenea siempre calienta pero un buen amigo no siempre arropa. 

Puso los pies en el entarimado de madera y asomó una mano fuera de las sábanas para destaparse por completo, salió de la cama tras remolonear un rato y cogió una de las muchas camisas arremolinadas que habían en la silla y se la puso sin muchas ganas. Cada mañana despertaba ausente, hasta que el sabor del café ardiendo en la punta de la lengua la devolvía a la realidad, pero no la realidad que todos conocen, su realidad adornada con colores y formas imposibles, su realidad de la belleza de los días grises y las mariposas tristes, su realidad de cigarros consumidos entre suspiros en la ventana y semanas tan largas como meses. 

Fue hasta la cocina arrastrando los pies descalzos, cambió el filtro de la cafetera, puso café árabe y le dio al botón; el minuto escaso que tardó la máquina en completar el proceso se le hizo eterno, retiró la taza, terminó de condimentarlo y se sentó en su mesa familiar, una mesa familiar para cuatro personas que jamás había visto una familia. Se tomó la taza ardiente en silencio y mirando al centro del tablero...

Tenía las manos llenas de pintura de la noche anterior, azul, verde, magenta, amarillo apagado... Y una pincelada de dedo bajo el ojo, de un momento en el que tuvo que retirar una lagrima de su mejilla, una lagrima de emoción.
Con el pelo desastrado, la cara y las manos llenas de acrílico, la camisa arrugada y unos baqueros pitillo se decidió a salir a la calle para comprar un par de pinceles y pinturas.

Salió de su portal con la vista un poco más alta que de costumbre, observando las prisas de la gente, las caras de mal humor de aquellos que caminaban por sus costados, y sin motivo aparente... Se preguntaba cómo una persona que va a trabajar y tiene un hogar, y familia, ya sean padres o hijos, compañeros de trabajo con los que hablar, más o menos, y comida que llevarse a la boca podía caminar por la calle con cara de enfado todo el día, pensaba que no todas esas personas grises podían tener mala vida, pensaba en la prisa de la gente, corriendo para no perder un bus que volverá a pasar en cinco o diez minutos, cómo cinco minutos podían perturbar la tranquilidad de una persona; y acabó por comprender que quizás la rutina era la responsable de todas esas faltas a la inteligencia emocional.

Cansada de ver tristeza y estrés en las caras de esos seres automatizados bajó la mirada y continuó su camino haciendo caso omiso a toda alma desalmada que hubiese a su alrededor, deseaba ser como los niños, sonriendo sin motivo...

Cuando llegó al fin a la caja para pagar alzó la mirada, hubiese sido descortés no mirar a la cara a una persona con la que interactúas... Era un chico de mirada adulta y cara aniñada, como si el dolor hubiese curtido su espíritu pero el trabajo no hubiese hecho lo mismo con su cuerpo, castaño, con el pelo lacio a la altura de las mejillas, su aspecto desgarbado le provocó a Anne una sonrisa, por la similitud que halló en él a sí misma, entonces él sonrió, con una mueca sincera, no una sonrisa por compromiso de esas que estaba acostumbrada a ver. Pasó los productos por la caja registradora y sus manos se rozaron un breve instante que los dos sintieron como un agravio, dado que apartaron las manos de forma apresurada pretendiendo que no se notase tan incómodo, pero lo cierto es que para Anne no fue nada incómodo, no recordaba que el contacto humano fuese tan agradable, es más, probablemente fue aquel chico quien le resultó agradable. 

Con las mejillas de ambos encendidas en color rosado muy intenso y los productos metidos en una bolsa de cartón se despidieron a base de sonrisas torcidas y ella salió por la puerta empujándola con la espalda, dio media vuelta y se dispuso, sonriendo, a cruzar por el paso de cebra, dio dos pasos sobre el asfalto y escuchó una bocina, dio otro paso y escuchó un frenazo, miró hacia enfrente, una niña de unos cinco años junto a su madre avanzaba hacia ella, y entonces miró a un lado, un conductor a velocidad temeraria daba en ese instante un volantazo mirando fijamente a la niña, sin darse cuenta de que en su nueva trayectoria se encontraba Anne, la desgarbada y desastrosa chica que imaginaba figuras en el viento y sonreía por estar viva. 

Alba Ferrer.
@dihiftsukai

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