SOMBRAS BAJO LA CLAQUETA DE SUS LATIDOS

Esta vez ÉL entró en la sala con las manos libres. Hoy, a conciencia, decidía imponer una excepción a su ritual, cuyas armas se componían de un hermoso cubo palomitero y otro no menos gigantón refresco. No es que fuese supersticioso, pero hoy confiaba en sentirse más cómodo con sus enhebradas manos desnudas. Examinó la sala como solía hacerlo desde hacía años. Un examen ocular que, probablemente, respondíese a una manía adquirida de niño cuando su madre le llevaba a ver historias que vivían y morían en una pantalla, aunque ya era incapaz de recordar las raíces de tal hábito. Comprobó que la sala estaba casi vacía y que la única vida que corría por allí era la de esos bultos solitarios que anhelaban evadirse de la dura y rutinaria jornada de trabajo. Y se sentó. Le encantaban esos sitios altos e imponentes de tres cuartos de butacas. Aún faltaban minutos para que las luces se apagaran...

ELLA apareció como si de alguna manera estuviera destinada a aparecer. Era necesaria su presencia para vestir de motivos y otorgar algún sentido a esa sala algo despoblada. Ni sabía ni era consciente que llevaba años enamorada de la sutilidad. Algo tímida, pero también rebelde, había aprendido desde bien pequeña a ensimismarse en su particular mundo compuesto de estrellas e imágenes. Y con ese frágil arte se sentó, como si el rumbo no admitiera ninguna otra posibilidad, a su lado...

Cuando ÉL se dio cuenta, ELLA ya llevaba un par de minutos haciéndole una tenue compañía. La advirtió por su noble perfume culpable de inyectarle armonía por su olfato y múltiples preguntas sin respuesta en su mente. La miró. Tenía miedo a inclinarse demasiado, a ser para tal sutileza tan evidente. Y las luces se apagaron...

A ELLA le encantaba acabar con la vida de las alegres chucherías que, de manera sempiterna y desde niña, traía en la bolsa. Mientras veía sueños en la pantalla, no le importaba sumergir sus manos en el azúcar esparcido. Pero esta vez, a su lado, algo le imponía su atención. Era como un interrogante mayúsculo lleno de luces de misterio. La desconcertaba. Desde que se convirtió en mujer, su insultante belleza y su cándida inocencia la habían obligado a adjudicarse un carácter fuerte. No. No era nada fácil desconcertarla con aquel ánimo tan enigmático. Más bien era un logro que nadie había sido capaz de alcanzar. Cuando convirtió el interrogante en solución, su corazón le latió con una garra envuelta en seda. Y entre las tinieblas de la sala le clavó sus verdes ojos...

Jamás supo ÉL los segundos exactos que le robó a su esplendor antes de que esta le atrapara. Tampoco resolvió ELLA cuánto tiempo pasó entre el encuentro de sus pupilas y la leve sonrisa que bombeaba por la comisura de sus labios. Dieron descanso a sus ojos pero no a sus latidos. Quizá nunca pasó el tiempo cuando las manos sintieron las caricas de las otras. Y la película florecía..

Y los actores, iluminados, les regalaron en silencio la pantalla. Solos. Sombras bajo la claqueta de sus latidos. Como único reflejo en la sala. Y entre sus manos, ÉL y ELLA, estiraron y se quedaron, latido a latido, con el corazón de gominola.

Daniel Arrébola.
@apetececine
https://apetececine.wordpress.com/

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;