¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Todas las mañanas, cuando me levanto, tengo la costumbre, aunque cada vez con menos ganas, de desayunar mientras veo las noticias. El problema es que últimamente el desayuno se me indigesta al ver y escuchar día tras día tal cantidad de crónicas sobre corrupción, paro, desahucios, atentados, guerras, miserias y un sinfín de historias que muchas veces, por no decir la mayoría, superan las más retorcidas de las ficciones.

Y yo me pregunto, ¿Es que ya no se respeta a nada ni a nadie? ¿Es que ya no quedan personas integras y de buen corazón en este mundo de locos?

Recuerdo que cuando era pequeña mis padres me repetían una y otra vez que la educación y el respeto hacia los demás era primordial. Que se deber ser bueno aunque no tonto, humilde pero luchar por lo tuyo, amable pero sin dejarte pisotear… ¿Qué hay de todo eso ahora? ¿De todos esos consejos que mis padres me daban y he mantenido como leiv motiv durante mis 34 años de existencia?

Se me cae la cara de vergüenza al ver como críos que apenas levantan una palma del suelo tratan con desprecio a personas que piensan que son inferiores a ellos, como tratan a nuestros mayores, a los que por desgracia viven en la calle o a sus mismos iguales por llevar gafas o no poderse permitir vestir ropa de marca. Me hierve la sangre cuando los demás no respetan las mínimas normas sociales como es el no colarse en una fila, el tratar con respeto a un camarero que te está sirviendo o ir conduciendo con tu coche como si fueras un elefante en una cacharrería, sin tener conciencia ni de peatones ni de otros conductores.

Yo no soy una hermanita de la caridad, cometo errores y hago daño a los demás, pero intento no hacerlo y ser consciente cuando lo hago, y siempre pedir perdón, y enmendar lo que hecho. Perdón, una palabra que de significar disculpa sincera se ha convertido en cajón desastre de todas las picias que se cometen, ya que se piensan que con el simple hecho de pronunciarla todo está solucionado, borrado y libre del polvo y paja para seguir metiendo la pata sin importar las consecuencias.

Pues hay consecuencias y muchas. Pensad que todo lo que hacemos, por muy insignificante que nos parezca, tiene consecuencias para aquellos que nos rodean, y a veces una pequeña "cagada" por nuestra parte puede significar la ruina para quien pasaba a nuestro lado en ese momento. Se me ocurren multitud de ejemplos, pero os dejo a vosotros que reflexionéis sobre los propios y ajenos.

Mención aparte tienen aquellos que me revuelven el estómago por las mañanas, y por las tardes y por las noches. Cuánto daño hacen los siete pecados capitales por parte de quien tiene esa sensación de impunidad por ser quienes son, por sentirse el ombligo del mundo y que nunca los van a pillar. Políticos, pederastas, terroristas, empresarios, banqueros y demás calaña que hacen que los pilares de nuestra sociedad, aquellos que de por sí ya están resquebrajados por nosotros mismos, amenacen en romperse en mil pedazos.

¿Es que solo hay sin vergüenzas (por no decir algo peor) en este mundo?

¡Por supuesto que no! Por supuesto que hay gente buena en el mundo, personas honradas que trabajan, que luchan desde que se levantan hasta que se acuestan por y para los demás. Corazones desinteresados que buscan el bienestar común ante el suyo propio. La pena es que estos no salen en las noticias y si salen es de pasada. Y que los primeros, los que nos ahogan en la desesperanza y el desconcierto cada día un poquito más, pese a ser menos, hacen muchísimo más ruido y arman más escándalo.

Hace unos días me contaba una mujer lo que le ocurrió mientras postulaba para una ONG. Esta persona estaba junto a la puerta de un supermercado compartiendo lugar con un indigente. La mayoría de la gente, sobre todo los que llevaban “buenas pintas”, aceleraban el paso a su altura y pasaban de largo. El indigente y la mujer se miraban y alzaban las cejas en señal de “aquí no echa dinero ni dios”. El hombre, prudente, en ningún momento se molestó porque esta mujer estuviera allí, todo lo contrario, fue él el que rompió el hielo y comenzaron a charlar de lo mal que estaban las cosas y el poco interés que muchas personas se tomaban por los problemas de los demás.

En estas estaban cuando una señora le echó cinco euros al mendigo y colaboró también con una cantidad similar para la obra de la ONG. El indigente se puso en pie, cogió los cinco euros, se acercó a la mujer que pedía junto a él y le dijo:

- Tome señora, la gente por la que usted pide tiene problemas más graves e importantes que los míos. Yo puedo pasar hoy sin comer pero esta gente necesita sus medicinas y que la ciencia siga avanzando para que su calidad de vida mejore.

La mujer, con los cinco euros en la mano, se le quedó mirando con la boca abierta y como es lógico se emocionó por el gesto tan altruista y bondadoso del chaval. Llena de rabia y también de orgullo porque alguien que no tiene nada en el mundo se preocupara por las personas que aun teniendo más que él también sufrían y lo estaban pasando mal, entró en el supermercado y de su propio bolsillo le compró algo de comida. Al salir se la entregó y le dijo:

- Jamás olvidaré lo que has hecho, ha sido una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida y por lo menos hoy tú no te quedas sin comer.

El muchacho le sonrió y le dio unas sinceras gracias cogiendo con agrado lo que le había comprado.

Cada uno podéis sacar de esta historia, que es completamente veraz (la mujer es mi madre), las conclusiones que queráis.

¿La mía?

Que pese a toda la oscuridad que rodea a este mundo, la basura que cada día sale a flote, la maldad de algunas personas, su egoísmo, su indiferencia ante los demás… yo aún creo en el ser humano y por ello siempre intentaré respetar a los demás, ser humilde, empática, amable y sonreír pese a los nubarrones que nos acechan en el camino. El porqué es bien simple.

Porque merece la pena.


María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;