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GRACIAS


Siempre he visto la Literatura, y la cultura en general, como un corazón con engranajes oxidados al que nadie, a excepción de unos locos llamados escritores y lectores, intenta reparar, apoyar, empujar.

Si no fuera por estos locos (aunque me gusta quedarme con la idea de Poe de que somos locos con largos intervalos de horrible cordura) ya no existiría la Literatura. Si no fuera porque se ha decidido lubricar esos engranajes con letras ya no se podría viajar con la imaginación. 

Se está intentando desde hace mucho tiempo cortar las alas a la imaginación pero gracias a unos fieles revolucionarios que siguen leyendo, que siguen escribiendo, ese apesadumbrado corazón sigue latiendo. 

Cada libro que leemos, cada frase que anotamos en un papel, es una donación en forma de vida a la Literatura. Podemos seguir siendo cuerdos en un mundo loco o podemos darnos a una locura que es la que provoca que se nos erice el vello, se nos caiga una lágrima o rompamos a carcajadas únicamente leyendo unas letras colocadas una detrás de otra, y que provocan algo así como esa magia que tanto soñábamos poseer de pequeños. Solo los lectores conocemos esa sensación, y nadie negará que no hay nada que se le iguale.

Nosotros, Libres de Lectura, hemos tenido la inmensa suerte de toparnos con un número inmenso de locos a los que llamamos seguidores (algo que nunca esperábamos), locos que siguen apoyando a la Literatura y que cada día regalan un latido más a su corazón con sus 'me gusta', con sus comentarios, con su participación en este proyecto.

Sigamos así, que no nos corten las alas, consigamos que la Literatura vuele más allá de donde llegan las balas de la cordura. 

Víctor G.
@libresdelectura
www.facebook.com/libresdelectura
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TERCERA PARTE DEL QUIJOTE EN EXCLUSIVA

¡

¡Feliz día de los inocentes, lectores! 





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LA PRINCESA QUE ESPERÓ


Apenas advirtió el gran copo de nieve que se había estampado en el cristal y descendía ahora con endeblez por su ventana. Mantenía la vista fijada en el fuego imponente que daba vida a su chimenea y que brillaba esta noche con una extraña fuerza. Tampoco reparaba en el alborozo navideño de familiares y amigos que, fuera de su alcoba, rasgaban y abrían un sinfín de regalos, como si aquello fuese lo último que iban a hacer en sus vidas. Desde niño le seducía el hechizo de estas fiestas y él era siempre el primero entre sus hermanos en colocar, con suma delicadeza y esmero, los diversos aderezos al abeto risueño, así como los demás aliños de Pascuas a los vastos muebles e interiores de la acogedora morada. En los últimos años, quizá motivado por lo predecible de la era de las actuales y remozadas tecnologías, sentía con aparente nostalgia que había perdido cierto idilio hacia estas fiestas. Sin embargo, hoy sabía que era distinto. Miraba con ojos enfrascados hacia la llama que salía presta de su fogón mientras sus pies se movían sin concesiones hacia ese despierto fuego. Lo podía tocar. El fuego no quemaba. Y antes de que pudiera extender su otra mano sobre la vivaracha lumbre, ya había girado al completo el alféizar de piedra sobre el que se sentaban las brasas...

Se miraban sin pestañear. La niña no parecía extremedamante asustada pero no apartaba su solemne mirada de los ojos de ese extraño joven hombre que acababa de aparecer en su dormitorio. Éste, mientras clavaba de la misma manera los suyos, se dio cuenta de que desde hacía muchísimo tiempo no había visto unos ojos tan brillantes como hermosos. Tras el diáfano azul del iris de aquella niña era capaz de ver el reflejo que mostraba el contenido de la estancia en donde se encontraba: vastos y extendidos doseles rosados, armaduras de metal dispuestas en cada una de las esquinas de la cámara, y holgados y puntiagudos ventanales que una vez terminara esa noche darían un monumental fulgor, gracias al Sol traspasado entre sus vidrios.

-”¿Quién eres?”- preguntó la niña con un tono más desatinado que sorpresivo.

-”Tu regalo de Navidad”-, a él le salió del alma esa respuesta.

-¡Eres el príncipe que he pedido!- exclamó la pequeña con aplomo y contento.

-”Quizás...” -esta vez le brotó un titubeo lleno de incredulidad y asombro.

Nunca supo con exactitud cuánto tiempo pasó con aquella hermosa y misteriosa niña, pero lo que sí pudo saber de inmediato por sus conocimientos y tras el ligero y cristalino examen visual, es que se hallaba en pleno siglo XVIII. Quizá fue por ese miedo colosal a encontrarse trescientos años atrás o tal vez por comprobar si estaba o no soñando, el hecho es que aprovechó el momento en que la pequeña abandonó la sala para meter la mano en el fuego frío de aquella estancia palaciega. Y volvió a encontrarse con un giro vigoroso pero sutil en la chimenea que, al traspasarla, le introducía de nuevo en su moderna habitación de su actual sociedad. Se quedó durante un largo minuto pensativo y conteniendo la respiración. No, no estaba soñando. El tacto y la agudeza de los demás órganos sensoriales de su cuerpo le confirmaban que seguía consciente y despierto. Intentó asimilar lo que le acababa de ocurrir. Oía el ajetreo de sus conocidos que continuaban disfrutando de sus presentes y viandas navideñas. Y volvió a mirar al fuego. Esta vez miró como si hablara en silencio a las llamas fascinantes que se enfrentaban bajo la repisa. Y mientras miraba, se aproximaba de nuevo a esa luz movido por el ávido deseo del misterio y del encanto...Y acercó sus manos al ardor con mayor seguridad...Cuando comprobó de nuevo que no tenía ni una sola quemadura en su dorso volvía a estar en la misma sala cortesana que segundos atrás dejó tras las llamas.

Una mujer rubia, lozana y apuesta profirió un clamor tras percatarse de la existencia del joven.

-”Lo siento...Yo...Busco a una niña pequeña... ¿La ha visto?-”

La mujer, aún algo espantada, le hundió la mirada sin responderle.

-”Siento de nuevo haberla despertado así. Prometo que me iré en cuanto vuelva a acostarse.”-

Por nada del mundo el joven quería que la mujer o cualquier testigo pudiera ver su puerta mágica con la que había accedido ya en dos ocasiones a ese aposento. “¿Y si lo descubre más y más gente e igual que yo pueden acceder? ¿Y si me encuentro con todo un ejército de población de hace tres siglos traumatizado en este?” No. Había que evitarlo a toda costa y, por lo tanto, mantener ese secreto.

-”Se lo prometo señora, vuelva a acostarse y me iré”-.

A pesar de que en su mirada ya no había señales de pasmo, la mujer siguió en silencio sin articularle respuesta alguna. Tras un largo rato de cargante mutismo, el hombre desistió en su planteamiento inicial y, sin apenas despedirse, dio media vuelta en dirección al fuego. Y fue en el momento en que le quedaba medio paso para introducir uno de sus brazos en la pira, cuando sus intenciones se paralizaron en seco:

-”¡Te dije que me iba a poner mi vestido de princesita! ¡Te estuve esperando! ¡Nunca más apareciste!”-.

A medida que los minutos y la charla transcurría la mente del joven se aclaraba y las maneras de ella se calmaban. Habían pasado dos minutos para él, pero quince largos años para ella desde su primer encuentro. Y conversaron larga y profundamente. Y cuando él descubrió que se había enamorado, ya le había contado todo acerca de cómo había logrado traspasar tres siglos en este día de Navidad. Ella intentó hacer lo propio y poner un dedo en la lumbre pero la apartó de inmediato tras lanzar un pequeño alarido de dolor provocado por la quemadura. Sólo funcionaría con él... Ninguno de los dos pudo saber cúanta noche había transcurrido en el momento en que sus labios se mantenían unidos y a la paz apasionada tan sólo la retaba el rugir de las despiertas brasas.

-”Me encantaría pasar en este lecho el resto de mi vida” -le susurró el joven al oído de su princesa.

-”Créeme, no hay nada en el mundo que me hiciera más feliz.” -le respondió ella antes de proseguir: -”Pero aún hay algo que no sabes...Es algo inevitable...”-.

Ella le contó que estaba destinada a casarse con un señor de alta alcurnia y que tan solo podría liberarse del compromiso aquel apuesto que, mediante su propia espada, pudiera ganarle en duelo. Él brincó del lecho entre doseles en el que ambos se encontraban, no sin antes arrojarle un prolongado y ardiente beso a su princesa: “¡Para Navidad no hay nada inevitable amada mía!-” y con una amplia sonrisa en el rostro se introdujo raudamente tras las llamas. Había dejado en una esquina de su habitación la espada que tantó anheló desde niño y que, ahora, sus leales amistades le habían regalado en estas fiestas. Al separar la hermosa vaina de piel contempló con candidez y orgullo la hermosa hoja de acero. Y tomando con tesón y firmeza la empuñadura, adentró, con más seguridad que nunca, su cuerpo entero a través del perenne fuego, con el ánimo y confianza que llevaba en sus manos: el regalo destinado a hacerle por siempre feliz.

No fue hasta que llevaba recorrido tres cuartos de la fogosa estancia que reparó en la presencia de un hombre algo rechoncho, vestido de uniforme y con la prenda cabellera acicalada entre grandes rulos:

-”Se la acaban de llevar...”- le dijo este cabizbajo y sin mirarle. -“ Estuvo muy débil en los últimos días, y apenas podía hablar...Antes de que su cuerpo se fuera para siempre me dio esta carta para ti. Nunca me contó nada. Y creo que nunca se lo contó a nadie...”. El hombre le entregó la carta y el joven, entre un presumible desasosiego y desesparanza, la leyó en silencio sin pestañear:

"Esperé. Esperé en aquel amanecer y hasta que el día apareció. Esperé hasta que el Sol se puso pero no fui capaz de encontrarte. Esperé cada Navidad a tu espada inevitable pero no llegó. Esperé casada durante treinta años a prometerme con tu fuego pero tan sólo pude arder en el recuerdo. Y seguiré esperando. Será inevitable que algún día ambos podamos cruzar nuestra llama del amor eterno.

Tu princesa desde niña, hasta el cielo."

Y al calor del comedor se dirigió a ser uno más entre presentes tras un copo de nieve disipado entre el cristal. Y entre lágrimas de calor lanzó la carta a un fuego consumido entre años y minutos, y entre corazones divididos.

Daniel Arrébola.
@apetececine
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ÁNGEL O DEMONIO


Aquella tarde el cielo anocheció sin estrellas, más oscuro de lo que jamás había sido, los gatos acallaron sus maullidos, quedaron mudos al igual que el resto de seres vivos. No se oía ni un susurro aquella noche de invierno, sólo el latido sordo de un corazón desesperado, la respiración insuficiente de aquella loca chica que aún creía en el amor y los finales felices.

Con el corazón acelerado corría todo lo que sus piernas podían aguantar por una carretera perdida de la costa, con el único objetivo de alcanzar al motivo de su felicidad, Dan, un chico al que apenas conocía pero que lo sabía todo de ella, alguien que había dado su vida por rozar tan solo una vez sus labios, alguien que había cambiado su eternidad por un 'te quiero', se existencia por una caricia suya.

Ajena a la realidad Heaven seguía corriendo, sentía que el corazón se le salía del pecho; a lo lejos Dan, con los brazos en cruz, descamisado y descalzo, con tan solo unos pantalones negros miraba al cielo esperando su final. Ella sabía que Dan había escuchado sus pisadas a más de 300 m de distancia pero continuaba allí parado.

Heaven se acercaba cada vez más, sin parar de correr y cuando estuvo a solo unos pasos de aquel temerario chico que se había atrevido a amar él se dio la vuelta; Heaven chocó contra él y fundiéndose en un abrazo él la rodeó y le susurró:

- Todo estará bien pequeña, todo estará bien, tú sólo sigue hacia delante y nos encontraremos en el camino.

Dan separó sus cuerpos y sostuvo la cara de Heaven entre sus manos, los ojos de ambos mantuvieron una mirada llena de dolor, él acercó su cara lentamente a la de ella y con los labios temblorosos la besó en la boca y a continuación en la frente.

La luna se tiñó de rojo y la tierra comenzó a temblar, la noche que unos segundos antes era estática, un cadáver, ahora no paraba de vibrar en un rugido, un estallido sonoro.

- Adios - le gritó Dan por encima del aullido de la tierra. Y entonces pronunció las palabras prohibidas - Te quiero - rápidamente la tomó de la mano, se la apretó suavemente como despedida y la levantó por encima su cabeza para a continuación tirarla por los aires a unos 5 metros de distancia; su cuerpo chocó contra el suelo como si de una muñeca de trapo se tratase, acto seguido todo el tramo de carretera que lo separaba se desmoronó, pedazo a pedazo, dejando un enorme abismo entre ellos.

Heaven pudo escuchar como Dan profería un aterrador grito de dolor mientras una luna roja caía del cielo hasta penetrar en su cuerpo a través de sus ojos; un escalofrío doloroso cruzó el cuerpo de ella, que a duras penas y casi arrastrándose consiguió ver lo que estaba pasando al otro lado. Dan se retorcía de dolor en el suelo, una luz roja como una minúscula llama inscribía símbolos extraños por toda su piel, seguía retorciéndose, gemía de dolor. Heaven no podría soportarlo, no podía ver a la persona que más quería sufriendo por su culpa, tirado en el suelo, y no hacer nada... Apoyándose en el suelo y en sus propias piernas consiguió ponerse en pie. Cuando por fin se había erguido del todo notó que algo dentro de su abdomen crujía, se había roto una costilla y esta le había perforado la carne, saliendo por debajo de su pecho. Heaven se mordió el labio y, con los dedos índice y corazón, mientras sujetaba su costillar con la otra mano, introdujo el saliente de hueso en su abdomen. Caminó cuatro pasos hacia atrás, cerró los ojos y recordó aquel primer beso que se dieron al amanecer en la playa, recogió una lágrima a la altura de su mejilla con un dedo ensangrentado y echó a correr hacia el precipicio. Había un vacío de un largo de tres metros aproximadamente, pero nada de eso importaba, ni la distancia más grande habría podido separarlos. La carrera infinita llegaba a su fin, y al fin Heaven saltó, el vuelo duró unos segundos que parecieron eternos, pero no fueron suficientes. Todo lo que unía a Heaven con la vida y con Dan en aquellos instantes fueron las yemas de sus dedos.

Sacó fuerza de su dolor y trepó, trepó como si hubiese dedicado más de la mitad de su vida a eso, apoyó los pies y se empujó hacia arriba, se agarró con las manos, siguió hasta poder apoyar la rodilla y una vez en ese punto nada podía detenerla; saltó a la superficie y se acercó a Dan, sentada de rodillas levantó su cabeza y al contacto de su piel se transmitió aquella llama abrasadora que poco a poco devoró la vida de ambos.

- En el cielo o en el infierno estaremos juntos para siempre - dijo Heaven y después de esto ambos entregaron su último aliento en un beso.

Los dos habían pensado siempre que las normas estaban para romperse. No importa si eres un ángel o el mismo demonio.

Alba Ferrer.
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LA LUNA, SU MAYOR TESTIGO

Jamás – que es la eternidad puesta en negativo – se olvidó del firmamento. Lloraba. Lloraba sin sentirse triste o desdichada, sin sollozar, sin hipar. Quien la hubiese visto solo habría adivinado que lloraba por los grandes lagrimones que resbalaban sin prisa por sus mejillas. De hecho, ella nunca supo que lloró. El llanto no cumplía más función que la de purgar; limpiarla por dentro; vaciarla;  arrastrar con el agua salada todo aquello que la distraía; dejar a un lado todo lo que no fuese ella misma o la luna. El hambre, el sueño, el frío o la vida, eran puntos y aparte; náufragos que llegaban a la orilla de su mentón y caían al vacío. Y solo quedaba ella en la buhardilla de la media noche; no sus manos, ni su pelo o su boca, ni si quiera su cuerpo. Solo ella. Y la luna.

Cientos, miles, millones de estrellas se resguardaban cada noche en apenas tres centímetros de su rostro. Sus ojos eran el lienzo que la noche anhelaba, y todo lo que pasaba en la bóveda celeste – incluso lo que no pasaba – quedaba registrado en sus pupilas. Nunca supo qué vio o qué fantaseó. En ocasiones se empachaba de luna, sentía cómo le invadía el paladar, sabía a hielo a veces, a miel, a queso fundido, a azúcar quemado; pero nunca dejó de mirarla embelesada. Qué infinito era todo cuando desaparecía el cuerpo. 

Se pasaban – sus ojos, digo – media vida buscando y la otra media esperando encontrar lo que buscaban. Y mientras tanto, la noche le hablaba de universos y estrellas,  de planetas, de aire puro.

– Háblame de ti – le dijo alguien en una ocasión, y ella habló del cosmos sin necesidad de palabras. Eso era ella, creación y Creadora. Finita e infinita. Cerraba los ojos a menudo – lo hacía con una fuerza distraída, con una pasión descafeinada – y el universo estiraba los brazos para aferrarse a sus pestañas, pero aún así desaparecía. Y entonces todos los mundos eran posibles; mientras ella no mirase todo estaría sucediendo, todas las posibilidades danzarían a su alrededor, su alma misma la miraría con cariño, todo desaparecería y aparecería sin orden aparente. Cuando los abría, el reloj de su muñeca anunciaba que no había transcurrido más de medio segundo; no obstante,  ella había envejecido; había sido una galaxia; el sol y los planetas simultáneamente; un cráter en la luna que se sentía observado por ella misma; la última chispa de la explosión del volcán de Pompeya.

 – Y otros hablan de Amor – pensaba para sí misma – sin haber levantado antes la vista del suelo. Hablan de Amor sin haber cerrado jamás los ojos. Es asombroso, sublime. Yo jamás supe hablar de álgebra o geometría. Y  sin embargo, otros saben hablar de Amor. 

Cuando se cansaba de encontrar razones que la obligaban a reflexionar, miraba de nuevo a la luna y escuchaba con atención los secretos que le contaba. Y entonces volvía a ser planeta, y luz y vida y eternidad. 

Y así pasaba los días, esperando a que llegase la noche. Y así pasaba las noches, siendo sin ser. Quien la hubiese visto no hubiese dicho jamás que vivía. A ojos de cualquiera no era nadie, pero cuando el mundo cerraba los ojos, ella podía serlo Todo. Y la luna era la única que veía eso todas las noches. 

La luna era, sin duda, su mayor testigo.

Sammy.
@sarazamz
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CON LOS OJOS DE UN NIÑO

¿Por qué los adultos nos empeñamos en retener a ese niño que llevamos dentro? ¿Por qué nos dejamos llevar por la multitud, por lo que nos imponen, por la oscuridad de la rutina y la pereza de la monotonía?

Este mes, mágico pese a los que nos faltan y frente a la tristeza de fechas en las que añoramos aquellos años donde no nos preocupaban las facturas, la crisis o la falta de empleo, sigue siendo diciembre. Un mes donde los niños nos dan lecciones de cómo disfrutar y volverse loco de alegría montando la decoración navideña, con la presencia de Papa Noel y de los villancicos en cualquier rincón de la ciudad y con la dulce incertidumbre de no saber qué regalos porque este año se han portado muy bien.

Para muchos estas fechas se han convertido en consumistas y egoístas, manipuladas por las grandes firmas donde comprar hasta que la tarjeta de crédito eche humo, quien se lo pueda permitir, y comer hasta reventar parecen los mejores planes, como todos los años, porque no hay otra cosa mejor que hacer. Donde el estrés por dejarlo todo hasta el último momento, la subida de precios y el ser falsos, sonriendo y deseando lo mejor a aquellos que no podemos ni ver el resto del año se han convertido en costumbre.

Propongo un reto… ¿Por qué este año no miramos la Navidad con otros ojos? Con los ojos de un niño por ejemplo. Dejemos salir a ese pequeño que vive en nuestro interior, al que le encanta saltar sobre los charcos, ponerse perdido comiendo chocolate, reírse a carcajadas ante cualquier tontería y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida como si fueran el mayor de los placeres.

Miremos a nuestro alrededor con esos ojos, brillantes, alegres, como si vieran todo por primera vez. Con la inocencia y la humildad de aquellos que solo ven luces de colores, vacaciones, nieve, regalos, canciones, familia y amigos. Que sonríen y dejan sus boquitas abiertas ante lo extraordinario de estas fechas que para los adultos se han convertido en ordinarias y que solo significan carreras, atascos, gastos, kilos de más, lotería que nunca toca y reuniones incómodas.

Olvidaos del espíritu Navideño tan manido, ya que más que espíritu es fantasma y simplemente dedicaos a vivir como lo haría un niño, recobrando viejas tradiciones ya olvidadas para algunos como escribir la carta con lo que queremos que nos regalen, poner la leche y las galletas a Papa Noel o dejar los zapatos para Los Reyes Magos, escribir felicitaciones a mano y mandarlas por correo, comer turrón de chocolate hasta que duela la barriga, tocar la zambomba, levantarse a las cinco de la mañana en Navidad para ver los regalos y reír, sobre todo reír.

Romped las ataduras artificiales con las que nos apresan propios y ajenos en este mes y convertíos en niños, mirad a vuestros hijos y sobrinos y haced lo que ellos hagan, mirad como ellos miran, disfrutad como ellos disfrutan.

Recordad que esta Navidad nunca volverá, haced que sea especial, cread momentos que sean recordados con cariño cuando volváis la vista atrás porque este año que ya agoniza nunca regresará y el que viene, como hoja en blanco aún por escribir, es un misterio que se irá resolviendo conforme vayamos viviéndolo.

Sea como fuere, que nunca os falte la ilusión, la alegría, la sonrisa en vuestro rostro y el ansia por vivir. Que nunca os falte ese niño que todos llevamos dentro.

Aunque aún a dos de diciembre, aprovecho la oportunidad de desearos a tod@s l@s lector@s y escritor@s que colaboramos en el blog, con Víctor a la cabeza, una feliz navidad y un feliz año 2015.

Luchad por vuestros sueños, doy fe de que se acaban cumpliendo.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
http://elmundodelosojosdelmisterio.blogspot.com.es/
 
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