PRIMER ENCUENTRO

Entre aquellos estantes de madera ajada y tan altos que casi rozaban el techo, envuelta por una atmósfera de libros viejos y apasionantes historias, oliendo un picor dulzón que le hacía cosquillas en la nariz, fruto del cuero envejecido y de las motas de polvo. Estas que de tanto revolotear entre libros tenían ya forma de letras y hacían que la luz del exterior que entraba por los ventanales formara caleidoscópicas frases entre los rincones por donde ese se adentraba. Bajo aquella atmósfera influenciada de cultura centenaria encontró lo que llevaba tantos años buscando.

Era la primera vez que acudía a aquella librería de segunda mano, recomendada por uno de los poco amigos que tenía. Un ratón de biblioteca al igual que ella cuyo interés común por los libros era su único tema de conversación. No es que le dieran miedo los hombres, simplemente era invisible para ellos. Pasaba desapercibida allí donde iba, invisible frente a la sensualidad y voluptuosidad de otras féminas con las que compararse sería una grotesca osadía. Reconocía que su galopante timidez tenía el honorable honor de ser la culpable pero pese a ello, se negaba a renunciar a tener una compañía diferente a la que sus dos felinos le daban en las frías noches de invierno, donde la calidez y suavidad de la piel de un hombre al que amara sería el mejor de sus abrigos.

Para su desgracia, a sus treinta y cinco inviernos, ya que nació en una fría noche de diciembre, esa sensación solo la había revivido en su imaginación, gracias a los mundos donde las novelas que leía la transportaban.

Se paró frente a un estante y su pálida mano acarició el lomo de un libro y cuando lo sacó de donde se encontraba, dejando huérfanos uno de los flancos de sus usados acompañantes, un pelo revuelto y unos ojos ávidos de palabras aparecieron en la cicatriz que acababa de abrir en la estantería.

Él sonrió y ella, presa de un rubor que no pudo ocultar, agachó la cabeza dibujando media sonrisa que se escapó de sus labios sin que fuera consciente de ello.

Arropada por los libros y la intimidad que le proporcionaban, cerró los ojos y su pensamiento se disparó con aquella fugaz imagen que se había grabado en su retina y que seguía viendo como si de un holograma se tratase. Un atractivo rostro de ojos sinceros, acompañados de una agradable sonrisa que no le importaría que fuera lo primero que viese todos los días cuando amaneciera.

Tomó aire y se armó de valor, diciéndose a sí misma que solo era una persona como ella, que respiraba, comía y dormía como ella y que ya era hora de dejar atrás todos sus años de soledad para al menos intentar un mínimo contacto visual que, pese a lo ilusionante de sus pensamientos que se habían entusiasmado como colegiales en Navidad, solo garantizaba dos segundos en el tiempo y varias semanas en sus imaginación. Abrió los ojos lentamente pero cuando quiso volver a encontrarse con aquella mirada, su dueño y ella misma habían desaparecido.

Suspiró y su conciencia la flageló, a modo de estridente vocecita que en su cabeza le decía lo absurdo de los pensamientos que se habían fraguado en tan solo un segundo, por una vulgar sonrisa de cortesía de parte de un desconocido al que jamás volvería a ver.

Dispuesta a retirarse con una ejemplar de La edad de la inocencia, de Edith Wharton y con la imperiosa necesidad de ir a comprar cantidades ingentes de helado de chocolate, abrazo el libro sobre su pecho y sus pies se pusieron en movimiento, pero apenas dio dos pasos cuando de repente, una voz a su espalda la sobresaltó y cuando se giró, sus miradas se tropezaron de nuevo.

Y allí, en aquella librería, entre los libros que tanto le habían hecho soñar encontró lo que hacía tanto tiempo llevaba buscando. Allí, convirtió uno de sus sueños en realidad. Allí, lo encontró a él.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc

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