Me ha sido inevitable – y lo debo confesar porque ha afectado a mi lectura – ver ya desde la portada de este libro el recuerdo del Campo o las Calas con los que la fotógrafa Jeanne Chevalier buscaba ofrecer junto a los textos de José Ángel Valente las huellas de lo temporal en lo atemporal, de la huella en lo liso, de la grieta en lo duro, como es la vida de uno en este eterno silencio o vacío, como es la vida de Ricardo Martínez Llorca para cualquiera que no sea él. Cuando uno se agrieta tiene dos posibilidades: enmendarse o dejarse romper del todo. Y Ricardo, en este libro, se rompe del todo. Lo que pocos saben es que tras la rotura completa está la liberación, lo que la mayoría obvia es que detrás de la grieta está la luz, y esto es Luz en las grietas.
Ricardo Martínez Llorca nos trae en este libro, Premio Desnivel de Literatura 2016, la confesión de la realidad habida tras el escritor. Olvidamos en la mayoría de ocasiones en las que cogemos un libro que el que ha hilvanado esas líneas es alguien y no algo, pensamos que con poner la atención al producto ya bastará sin dejar ningún momento nuestro al artesano. Pues bien, si eso es lo que solemos hacer, con Luz en las grietas no nos quedará opción porque producto y productor se funden en un mismo relato. El relato es el relator, el cuento es el cuentista, lo escrito es el escritor.
Nos encontramos delante de un vaciamiento personal del protagonista autor. Y aquí me surge una disyuntiva. Estoy seguro de que muchos de los que lo lean dirán que estamos delante de alguien marcado por la tragedia, e incluso puede que sientan lástima por él. Puede que estos mismos escriban unas líneas parecidas a las mías pero en las que manifiesten que el libro es fruto de la necesidad de hablar en alguien siempre callado, que es fruto de la urgencia por una terapia que en cierto tipo de gente se convierte en palabra escrita, que es fruto de algo que por favor no nos toque a nosotros. Pero yo no quiero decir eso. Lo que yo quiero decir del argumento, que no es más que el relato vivencial de alguien que nace con una enfermedad y que vive una vida condicionada por ello, lo que yo quiero decir es gracias. Puede sonar ofensivo, puede que incluso macabro, pero son mis líneas y es así. Sin esa enfermedad nunca hubiéramos leído algo tan genial como es Luz en las grietas.
¿Qué es antes en cuanto a importancia: el escritor o su obra? Eso me pregunto yo constantemente sin hallar una respuesta – ojalá nunca encuentre las respuestas a nada de lo que me pregunte – pero sabiendo que estoy más cerca de decantarme por la obra. Yo leo la obra, yo no conozco al autor, yo soy solo alguien que lee y que disfruta leyendo y que agradece que haya escritores que deban pasarlo mal, muy mal, para encontrarse cara a cara con su propia genialidad. Porque yo disfruto de su genialidad. Y eso es lo que ocurre con Ricardo Martínez Llorca.
Luz en las grietas nos habla de alguien – sí, es el autor pero podría no serlo, qué más da ya quién es el personaje de la obra – con el corazón hipertrofiado que se ve obligado a renunciar o a adaptarse – muy cerca de la renuncia – a todo lo que le pide la vida. Amigos, familia, montaña, vida. Nada de ello es normal para Ricardo, alguien que ve la vida siempre desde atrás. Pierde a su mejor hermano casi como símbolo de advertencia, como paso previo, como la cara oculta del abandono que la montaña quiere hacer con él. Lo pierde, como tantas otras cosas, y lo cuenta con un baile excelso de oraciones que van y que vienen, que se alargan como laberintos borgianos y se reducen aforísticamente. Del aforismo al flujo de conciencia, de la sentencia a la oración. Y todo regido por unas leyes poéticas que convierten al relato en el solo de violín que busca ser Martínez Llorca en la vida.
Justo hace unos días se llevó el premio Panenka a mejor libro del año el escrito por uno de los integrantes de la famosa Quinta del Buitre, Miguel Pardeza, y titulado Torneo. En él, el ex futbolista y Alumno Distinguido de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, ofrece una confesión desgarradora del interior de un niño que se hace mayor aprendiendo a habitar en la soledad. Si Martínez Llorca tenía el problema en el corazón, Pardeza lo tenía en la mente. Pardeza me corroboró mi creencia de que todavía hay esperanza en la literatura y de que sí se puede hablar en las reseñas literarias de hoy de libros actuales. No he podido evitar pensar en Chevalier al empezar el libro igual que no he podido evitar pensar en Pardeza al acabarlo. Pero lo más importante, lo que más quiero destacar de lo dicho en estás últimas líneas y que seguramente haya quedado sepultado por nombres propios, es que Luz en las grietas me ha hecho pensar, y pensar libremente. Todos tenemos grietas, pero no todos sabemos encontrar la luz. Ricardo Martínez Llorca lo ha conseguido y quizás tú, lector, lo consigas leyendo su libro. ¿Te vas a atrever?
Víctor González.
@chitor5
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