SABINA. SOL Y SOMBRA - JULIO VALDEÓN

Tantas frases y fragmentos subrayados de este libro que podría escribir esta reseña únicamente con lo que he ido subrayando en estos días de compañía sabiniana. Es totalmente cierto lo que dice Julio Valdeón nada más empezar el libro cuando afirma que «a Sabina lo llevamos puesto como un chaleco antibalas». Y si crees que las canciones no son suficiente para evitar los disparos del día a día, de la vida, ahora Efe Eme te trae un mastodonte de quinientas páginas y tapa dura para ponértelo delante, bien apretado al pecho, y salir a la calle más protegido que nunca. 

Calle es quizás la palabra más importante en la vida de Joaquín Sabina. Empezando por su “exilio” a Londres, las calles siempre han sido su cuna, su amigo fiel, su contador de historias interminables que luego él, con ese filtro mental caído del cielo que tiene, ha sabido rimar, convertir en versos cantados la historia de todos: la suya, la tuya y la mía. Yo he crecido escuchándole, he crecido al revés de los adultos como bien me ha enseñado y lo sigo haciendo y creo que, si en algún momento dejara de escuchar sus canciones, él seguiría estando allí. Porque Sabina ya es parte de nuestro país, Sabina está en las calles, en los conciertos, en las camas vacías de jóvenes recién solteros, en las primeras citas, en las bodas, incluso en los divorcios, incluso en los velatorios. En ti. Pero Joaquín, no. Sabina es nuestro y Joaquín, de momento es solo suyo, aunque pueda no parecerlo. Desprovisto de las calles por culpa de una fama que muchos defienden como nada más que la calderilla del éxito, Joaquín ya no puede ser Joaquín más allá de las cuatro paredes de Tirso de Molina. Quitarse de todo, desatarse de todo: las calles, las drogas, la gente, la música. Su condena. El hombre del traje gris que ha conocido de cerca la gran nube negra de la depresión y que parecía desde hace ya un tiempo inmerso en la caída de los grandes, en el cambio de ciclo, en el fin de una era, llega en 2017 más fuerte que nunca. Disfrutémoslo, leámoslo más que nunca, escuchémoslo, vivámoslo y no hagamos más cierta esa expresión de que solo se admira algo cuando se pierde. Perder y perderse, sus grandes aficiones, sus grandes condenas. Que no sean las nuestras.

Julio Valdeón trae en Sabina. Sol y sombra un recorrido a lo largo de toda la carrera de Sabina. Y digo carrera y no vida porque no es este un libro “tomatero” por el que pasear alrededor de las circunstancias más personales y privadas del cantante, si es posible separar vida y carrera musical en Sabina. Por descontado que viviremos las noches en la Mandrágora, los días y días sin dormir, las fiestas, las juergas, las reuniones abiertas y eternas en Tirso de Molina, en Casa Sabina, incluso algunos amoríos. Pero todo sin olvidar la música, estandarte de todos los libros que firma Efe Eme. Por cada copa de whiskey, por cada raya, por cada hora de no dormir, una lección musical por parte de Valdeón o de cualquiera de sus entrevistados, que son muchos. Quinientas páginas divididas en dieciocho capítulos que conforman el recorrido por todos los discos del músico de Úbeda sin ningún tipo de mesianismo hacia él. Valdeón te destroza un disco de Sabina igual que alza al cielo otro, y todo con razones. Me gusta que la gente se moje, me gusta que la gente sepa criticar a un dios, me gusta que la gente no crea (tanto) en nada, incluso cuando esa nada es lo que te hace seguir viviendo. Y todo ello es este libro.

Sabina. Sol y sombra, que se cierra con un entrevista de 2016 entre el autor y Sabina, es la argumentación perfectamente conseguida del título, del claroscuro en el que siempre ha habitado Sabina. Hay claros en el libro como el momento álgido de un Sabina que completa de forma genial el inconmensurable 19 días y 500 noches, del Sabina que llena noche tras noche la Bombonera o del Sabina que cuando más abajo dicen que está de su carrera musical se encuentra (o busca como el penitente de rodillas peladas que necesita creer en algo o alguien) al magnífico Leiva. Y oscuros: ese ictus, esas nubes negras, esos discos maltratados por productores y músicos “de oficio”, ese Fito Páez, esa condena a la soledad. No sabremos nunca dónde habita el olvido ni quién nos ha robado el mes de abril, pero sí podremos siempre sentirnos guiados por un bombín, estremecernos al sentir que alguien ha sido capaz de escribir lo que sentimos antes de que lo sintamos, ese «poeta y relojero» que dice Asúa, ese que, como defiende Valdeón al final del libro «no fue, es». Yo me bajo en Sabina.

Víctor González.


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