Siete han sido los años de silencio narrativo en la vida del genial David Trueba. Pero todo ello ya quedó atrás y lo verdaderamente importante es que ahora se están redactando críticas como esta en las que se habla de la nueva novela de este escritor, periodista, director de cine, guionista e incluso actor.
Siete años que han podido pasar volando o ser eternos, que han podido transcurrir con diferente tempo según la vida de cada uno. Este tempo tan subjetivo e individual queda reflejado en esta obra con unos capítulos, o meses, que se estiran y se encogen como una goma de mascar. El autor ha querido jugar con las velocidades, como lo hace Cortázar en El perseguidor, para demostrar la forma en la que el ser humano puede alargar un minuto en horas o puede acortar meses en un simple minuto. Y hablamos de esta percepción individual porque para David Trueba “se suma apelando a la individualidad, no al grupo”, porque para el famoso cineasta “el concepto de ‘gente’ no existe, cada individuo es uno”. De ahí nace la visión tan especial y admirable de Trueba frente a la vida. Una frase suya que será recordada por mucho tiempo es la de “antes perturbar que masturbar”. Y es que para él siempre hay que buscar perturbar al lector, hacerle pensar sin agitarlo, clavar su mirada en el mundo.
Cansado de ver que las personas tienen antes una opinión que una observación, el madrileño vuelve a apoyarse en una ficción que él defiende a ultranza por su capacidad de evitar que la gente siga ese camino de la opinión primeriza; evitar a esa colectividad, como él mismo dice, con bisturís en las manos y que se lanzan a abrir el cuerpo sin saber qué tiene o si es necesario abrirlo. Trueba se aparta de la conformidad, busca a ese lector disconforme, busca apartarse de ese grupo de “personas que van al cine o leen libros esperando estar de acuerdo con todo”. Y, como siempre, lo consigue.
Trueba ha bebido y bebe, aunque pueda parecer extraño dentro del mundo poco letrado del cine, de maestros narrativos que le han enseñado a diferenciarse buscando no lo general, sino el admirar al lector con un detalle a simple vista nimio pero que para lectores con corazones disconformes es la esencia de una buena novela. Detalles como un pestañeo calculado, un gesto, una mirada, una frase; esa es la táctica de Trueba y solo cabe observar el resultado para darse cuenta de si ha surgido efecto o no.
Con la maestría que lo caracteriza, el autor crea dos personajes totalmente opuestos, Beto y Helga, que nos exponen dos perspectivas contradictorias pero a la vez lo suficientemente cercanas como para atraerse entre sí. Beto es el joven despreocupado, paisajista con visiones frustradas, verde, solo y apesadumbrado por ver que su pareja lo deja para irse con su antiguo novio. Helga, en cambio, es una mujer de avanzada edad, o como Beto dice "una señora", alemana, de vuelta de todo, segura de sí misma, pero con la inexplicable aceptación de entrada en su cama a ese joven con más dudas que años. Viviremos de primera mano el recorrido de un Beto hermanado con la clásica figura del paseante, del dandi, por la ciudad de Múnich, luchando con sus prejuicios, estereotipos y tabús que una sociedad como la nuestra le ha inculcado.
‘Blitz’ es una historia de orfandad, del luchar por encontrar un refugio en la vida. Porque, ¿qué es la vida sino la búsqueda de un refugio en nuestra familia, en nuestro hogar, en nuestra patria,…? Tal y como expone su propio título, es la historia de un relámpago. Ya lo decía Vicente Aleixandre: “entre dos oscuridades, un relámpago”. Y es que la vida se sustenta en estos pequeños relámpagos, fugaces y momentáneos, que pintan de color una vida insulsa, una vida que como dice Trueba “es salir de un relámpago para volver a caer en la oscuridad”.
Jorge Herralde, director de la editorial Anagrama, se hacía eco en la presentación de una frase aparecida en La opinión de Málaga sobre el libro y que desde aquí también acuñamos porque no puede ser más cierta y precisa: “Háganse el favor, y léanla”.
"La besé y cuando la besé me había quitado de encima la mirada de los demás, la opinión de los otros y las convenciones. No me molestaba sentir la rugosidad encima de sus labios, puede que en lugar de estar volviéndome loco me estuviera volviendo cuerdo".
Víctor G.
@libresdelectura
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