“21 rutas para vivir con
nuestras emociones”. Esto es lo primero que leemos al coger este libro, esta
guía para cosechar el más alto cargo en el duro negocio de las emociones, de la
gran Elsa Punset.
Cada ruta junta palabras,
palabras que separadas no significarían nada, quizás una mera sopa de letras
con ningún tipo de orden ni sentido; pero Elsa coge decidida su aguja y su
dedal y nos presenta un fino tejido, un tejido que nos lleva en volandas por un
mundo desconocido, un mundo de desconocimiento provocado por el miedo, el miedo
de las personas a enfrentarse a él, el mundo de las emociones.
Ella lo domina, ella ya se
ha enfrentado, y no se guarda la clave para si misma, no quiere que sea un
secreto, como buena filósofa que es quiere compartirlo, y lo hace mediante unos
hilos tan delgados que al leerlos parecen insignificantes, que al leerlos te
dices a ti mismo que tú eso ya lo sabes, que no hace falta comprarte un libro
para entenderlo, pero tus ojos siguen el camino de esa costura, Elsa sigue
cosiendo y tú sigues leyendo, tu vista fija en el cordel, en la aguja, en esos
dedos que han acabado formando una tela de araña hermosa, un libro importante,
un tejido óptimo.
Se oirán quejas de la
posible pesadez de sus páginas, de la posible reiteración en argumentos, de la
poca calidez de sus palabras; quejas proyectadas de una misma voz, la voz de un
conjunto que anteriormente había relatado que no hacia falta leer cosas que ya
se sabían.
Cuesta aceptar la validez
de libros en los que pesa, y mucho, un apellido. Cuesta aceptar la singularidad
de las personas. Cuesta dejar de lado los prejuicios.
Pero para aquellos que se
han visto capaces, que han podido coger el libro con unas manos limpias de
expectativas, unos ojos liberados del velo de la desconfianza, este libro
indudablemente habrá sido otra pieza clave a poner en la incipiente hilera que
forman las obras de esta magnífica escritora, una escritora pasional, que se
basa de las palabras para expresar lo que siente, se basa de las palabras para
entrar en ese mundo angosto, tantas veces tildado de fúnebre, tantas veces
tildado de lóbrego; un mundo con luz propia, un mundo en el que no se exige ser
el mejor, ser el más listo, ser el más triunfador, sólo se exige amor, solo se
exigen palabras, amor por las palabras. El mundo de las emociones.
“Vaya por delante que tengo
claro que los humanos, para navegar por nuestras extensas y complejas redes
sociales, para colaborar, crear, amar y odiar a los demás, sólo disponemos de
dos instrumentos básicos: las palabras y la emociones”.
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