La vida de los elfos, de Muriel Barbery, no es una novela corriente; precisamente por eso, no se debe leer de manera corriente, rápida y ávida, sino en tiempos calmados, donde las agujas del reloj pasen sin prisa, para saborear toda su prosa.
Porque lo que es bello de esta historia no es su historia en sí, sino su poética, pues a veces parece que se está leyendo una épica o una epopeya donde las palabras están cuidadosamente escogidas y forman una telaraña de belleza infranqueable. A causa de esto, a mí parecer, el argumento de la novela queda escondido bajo todo esto, y al final uno está leyendo pero sin saber exactamente qué pasa. Se necesita concentración: no es un libro fácil, pero es precioso. Tampoco es un libro para aquellos que esperan una acción tempestuosa —que la hay, pero diluida entre metáforas — o un ritmo ágil. Más bien es una novela de personajes: historias entrelazadas y llenas de fantasía que se mezclan en un remolino de magia.
Se explica la historia de dos niñas con poderes mágicos, María, en Francia, y Clara, en Italia, que son las escogidas para salvar el mundo y las especies de los elfos. Todo el argumento se desarrolla, pues, envuelto de la magia élfica, de visiones y puentes que se van tendiendo entre las dos niñas, con personajes misteriosos y mágicos y otros completamente mundanos y campesinos. Pero no es la escenificación, ni tan siquiera los diálogos que te adentran en esta historia. Es, como he dicho, la curiosa narrativa de Barbery, llena de contradicciones, anáforas y frases para subrayar y nominadas a convertirse en las mejores y más bellas oraciones que has leído nunca.
Así pues, no te lo leas si quieres acción o divertimento, si quieres algo que te enganche y que puedas leer en dos días. Cógelo tranquilamente, saborea las imágenes, las páginas y las lapidarias élficas, que la vida es sólo una, y los libros preciosos cuestan mucho de encontrar.
Andrea Rovira.
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