Leo Perutz, nacido en Praga en 1882, nos deleita con esta recopilación de cuentos sobre Praga en el siglo XVI y principios del XVII, donde reinaba el excéntrico emperador Rodolfo II. Se ha publicado recientemente por la editorial Libros del Asteroide, con una magnífica traducción de Cristina García Ohrlich del alemán — creedme, he estudiado filología alemana, sé cuán difícil es traducir un libro del alemán y he leído muy, muy malas traducciones -.
Al empezar a leer este libro, mis sentimientos fueron agridulces. Por una parte, me cautivó, como explicaré más adelante, la prosa de estos relatos; por otra parte, me molestaron dos cosas: que se tratase, otra vez, de historias de judíos (por mis estudios, he tratado un montón de veces todo lo relacionado con los judíos, me sé su historia de pe a pa), y tener que buscar el nombre por Google y darme cuenta que Leo Perutz es uno de los escritores más influyentes de la literatura en lengua alemana y que yo no tenía ni idea porque mis cuatro años de filología alemana no lo han considerado merecedor de nombrarlo (pero esto es otro tema).
Entonces, antes de empezar, debo pedir perdón: lo siento, Perutz, por haber pensado que tus historias eran otras historias de judíos. No lo son. Es un tema largo de explicar, necesitaría muchas páginas, pero sólo diré: si sois como yo, que creéis que sabéis mucho de ello pues habéis estudiado muchas veces la historia de los judíos, estás equivocados, pues no sabéis nada. Muchas veces en nuestros estudios leemos solamente sobre una época de los judíos, y normalmente, son siempre estereotipos, arquetipos que ayudan a construir una historia melodramática y poco creíble (como El niño con el pijama de rayas). A veces me parece que la historia de los judíos ha sido instrumentalizada por muchos para hacer un bestseller. Pero Perutz es judío, y sus personajes son judíos y podemos ver cómo vivían, qué hacían. La religión siempre está presente, característica que encuentro muy interesante, aunque no sé casi nada de religión (ni cristiana, ni musulmana, ni judía, ni budista…). Por tanto, lo siento, Perutz, por haberte prejuzgado.
Y es que lo mejor de los relatos de este libro son, precisamente, sus personajes, de todas clases sociales: tenemos relatos desde emperador, otros de sus mayordomos, del mítico rabino Löw, a Mordejai Meisl (el judío más rico de Praga, o del mundo) o músicos de la calle. Y lo bonito de Perutz es que nos recuerda que, no importa nuestra religión o condición social, todos somos ciudadanos del mundo y todos podemos sufrir igual. Todos estos personajes que se confieren en la recopilación son carismáticos y humanos: no tienen solamente una cara, y a menudo la miseria, la ambición y los pecados los tiñen y, sin embargo, empatizamos con ellos. ¡Qué difícil se me hace aceptar que he llegado a entender a un emperador ambicioso y malcriado! Pero es así. Y es que la magia de Perutz es escribir historias que suceden en una época tan lejana que de normal no podríamos entender, y hacer que luzcan cuentos atemporales y de problemática eterna.
La prosa es sencilla, infalible, sin grandes palabras ni frases larguísimas, como alguno de sus contemporáneos alemanes. Y claro, no falla en transmitir lo que quiere transmitir, porque la belleza de sus cuentos no está en su forma, sino en el contenido, ligeramente simbolista y mucho más profundo de lo que parece en la primera lectura. A medida que ésta avanza, el lector se va dando cuenta que no son precisamente relatos independientes: todos los personajes se repiten, Perutz confiere una historia de historias. Una historia dentro de historias, y de hecho, también dentro de su propia historia, pues el narrador escucha atentamente el relato de un estudiante de medicina, que es quién le explica todos los relatos que lee el lector. En cierto modo, encuentro que tiene reminiscencias de Las mil y una noches, y así pues, Perutz se lleva el mérito de haber creado un mundo, un universo, sin que se note el artefacto del artista.
Leer estos cuentos ha significado sumergirme en ellos completamente, olvidarme un poco del mundo que me rodea, sentir que todo lo que explica es verdad, que no verosímil, como me sugieren otras obras. Y eso, señores y señoras, es el sentimiento que tengo cuando leo buena literatura.
Andrea Rovira.
@andreaishere
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