EL PRIMER HOMBRE - ALBERT CAMUS

Hace unos días estaba en una conferencia en la que hablaban tres mujeres. Una era directora editorial, otra, agente literaria y la tercera, escritora. Esta última fue la que empezó hablando. La idea era que las tres, desde sus perspectivas diferentes, dieran consejos a nuevos escritores sobre cómo llegar al mercado editorial. Yo no estaba allí por ser escritor, ni mucho menos, pero eso ya es otro tema. La cuestión es que la escritora se preparó una especie de decálogo para nuevos autores y uno de los puntos (creo recordar que el primero) era que el inicio de la novela (porque en este caso solo se hablaba de novela) fuera llamativo, consiguiera convencer a la persona a quien le tocara leer ese manuscrito (y tantos otros) de no dejar el suyo a las dos primeras páginas y probar con el siguiente. Yo acababa de empezar la noche anterior El primer hombre de Albert Camus, con ese primer capítulo magistral y pensé de repente dos cosas: que Camus había estado en la misma conferencia que yo pero muchísimos años antes (quizá incluso antes de nacer) y que aquella escritora quizá había leído el mismo libro que estaba leyendo yo. Sé que cualquiera de las dos opciones es bastante improbable, pero de alguna forma tenía que empezar esta reseña, y lo que cuento es verídico, por lo menos para mí. Lo importante es que el libro que estaba leyendo por entonces y que acabo de terminar es uno del que ahora se cumplen 25 años de su publicación y del que Tusquets ha lanzado una nueva edición: El primer hombre, de Albert Camus, traducido por Aurora Bernárdez y acompañado de un posfacio de José María Ridao.

Hay varios temas a destacar dentro de este libro, pero por encima de todo está la escritura de Camus. Qué delicia de texto. Pero hay otras cosas, algunas tan curiosas como el hecho de que se intercalen páginas manuscritas del autor con una letra mínima e indescifrable que te da a entender perfectamente cómo puede ser que haya algunas palabras en el libro que no aparecen y van acompañadas de una nota al pie donde se indica que la palabra era ilegible. Porque ahí está otra de las gracias del libro, y es que esta novela fue escrita por Camus justo antes de fallecer en aquel ya famoso accidente de coche cuando tenía 46 años y cuando todavía le quedaba su mejor literatura por delante (o por lo menos eso era lo que él defendía). He dicho fue escrita y en realidad no es del todo verdad porque, como podrá ver cualquiera que abra el libro, es esta una novela inacabada, aunque no por ello merecedora de no leerse. ¿Qué se merece no leerse que haya escrito Camus? Con un gran trabajo de edición y partes que se han intentado complementar con notas al pie y hojas añadidas al final, este El primer hombre bien podría venderse como obra terminada. Aunque, ahora en serio, ¿qué obra está acabada? De todas formas, tengo que decir que, aunque digan que el final que aparece no es el final, vaya si parece un final. 

En El primer hombre nos encontramos con la historia de Jacques Cormery, desde pequeño hasta la edad adulta, y no por ello en ese orden. Y es que desde esa edad última (¿?) el narrador nos va ofreciendo pasos atrás con los que descubrir por qué esa cerrazón del protagonista y, sobre todo, por qué esa ansia en la búsqueda de la figura paternal. El pequeño Jacques no conoció a su padre, fallecido en la Primera Guerra Mundial, pero sí conoce la ausencia de él, y se da cuenta de que debe ocupar su vida en la búsqueda de alguien que llene ese vacío. Por ese hueco pasará su abuela, su tío, su profesor... pero nunca su madre. Aunque convive con ella, aunque la ama más que a nadie, no ve en ella la figura que necesita. Sí en su abuela. Dureza, dolor y castigo. Conviviendo toda la familia en un ambiente de miseria absoluto en el Argel de la primera mitad del siglo XX, Jacques consigue huir de su entorno gracias a su predisposición en clase (y a ese profesor), lo que le lleva a recibir una beca para ir a estudiar al liceo. Será ahí donde el pequeño Jacques descubra otras formas de vida, donde descubra que la miseria no es lo que lo gobierna todo en el mundo, donde se sepa diferente rodeado de una gente que parece superarlo en todo menos en una cosa, lo importante en ese momento: el conocimiento, o la capacidad de él. Así, descubriendo que la mente puede crear vidas más cómodas que las de la propia vida, Jacques irá creciendo hasta llegar a la edad adulta, siempre con la sombra del padre ausente detrás. Por favor, no os perdáis la descripción de ese crecimiento, de ese saber que lo que se deja atrás en la niñez no volverá nunca, de entender pronto que crecer significa dejar la mayor y mejor patria que hay: el ser niño. 

También veremos la versión adulta de Jacques, a quien encontramos en una búsqueda férrea del rastro de su padre. Así, con las dos versiones de los dos Jacques posibles, se va creando desde el contorno hasta el grueso la figura de Henri Cormery, un ser olvidado como tantos otros que perecieron (y perecen) en la guerra, un hombre anónimo como tantos, pero alguien con un hijo (iba a decir familia, pero hijo) que se pregunta por qué, quién y dónde. Y más.

Solo hace falta abrir Wikipedia para ver cómo todo lo contado (y todo lo que queda por contar y que encontrarás dentro del libro, dicho y también no dicho) está en la biografía del propio Camus. Él fue ese niño sin padre por culpa de la guerra, ese niño que vivió la pobreza más absoluta en Alger, que pudo salir gracias al estudio y los libros, que acabó triunfando en la literatura y no tanto en la vida. Alguien que quiso escribirlo todo para dejar sin nada el mundo (su mundo) y así encontrar por fin a su padre. Pero alguien, también, que se fue antes de conseguirlo. Quizá por la prisa de encontrarlo, quizá con la esperanza de encontrarlo. Quién sabe. Yo seguro que no, por eso prefiero disfrutar de lo que queda. Y lo que queda es un grandísimo libro. No pierdas la oportunidad de leerlo.

Víctor González

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