“El
Alquimista”. Paulo Coelho. La gran obra maestra. El quinto libro más leído de
la historia. Un libro que despierta. Solo hace falta leer sus escasas 200 páginas
para ver el mundo de otro color. Uno de esos libros los cuales allanan tu
camino, enderezan esas curvas que todos vemos por delante nuestro, unas curvas
que siempre realzamos con nuestro pesimismo en pos de una vida que derrocha
oferta a raudales sin encontrar demanda suficiente. Una demanda que nada ni
nadie nos impide, a excepción de una sola persona, nosotros mismos. Y por ello
aparecen libros como este, para contarnos historias como la de Santiago, un
joven pastor andaluz que deja su rebaño para perseguir su sueño, un sueño que
se le presenta mediante las señales que ofrece la vida, señales a las que estamos
todos invitados, señales a las que la mayoría restamos importancia.
Santiago
cree fervientemente en ellas, descubre su sueño, confía en el sentido de su
vida, en la bonanza de su camino, en la suerte, en el destino. Lo abandona todo
y, mediante personas, situaciones, lugares, o en definitiva señales, va
haciendo su camino, un camino de rosas, un camino de espinas, pero siempre
confiado, consciente de que lo que hace es lo que sueña, consciente de que lo
conseguirá, seguro de sí mismo y de todo lo que le rodea.
Un libro
mágico, que aporta enseñanzas a borbotones, cada página es un espectáculo
nuevo, cada línea se convierte en una nueva fuente, una fuente que nos regala
agua, un agua mística, un agua que puede cambiar nuestra vida pero que negamos
al no saber de su procedencia por no saber encontrarla, por no atrevernos a buscarla.
Y que, finalmente, nos auto convencemos situándola en un lugar inexorable, un
lugar inalcanzable, pero que puede no ser así. Como aquel cuento indio sobre La llave de la felicidad:
(…) “Dios
quedó triste, nuevamente solo. Reflexionó. Pensó que había llegado el momento
de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la llave de la
felicidad, encontrar el camino hacia Él y volver a quedarse solo. Siguió
reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para
que el hombre no diese con ella. (…) Y cuando el sol comenzaba a disipar la
bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el
hombre no buscaría la llave de la felicidad: dentro del hombre mismo. Creó al
ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad”.
Víctor G. (@chitor5)
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