Me
juega una mala pasada mi memoria si intento recordar cuándo nos conocimos.
Supongo que será porque tengo la sensación de que nos conocemos de toda la
vida. Lo que sí recuerdo, es que entraste en mi vida en un momento en el cual
necesitaba renacer como un Ave Fénix de sus cenizas y poco a poco, tu fuerza,
tu descaro y tus ganas de disfrutar de la vida me invadieron y contagiaron,
haciendo que el animal agazapado y asustado que conociste, se convirtiera en un
cachorro de leona, que despacito pero con paso firme, iba dándole pequeños
mordisquitos al mundo.
Recuerdo
tantos buenos momentos compartidos, enganchadas al teléfono horas y horas,
mientras me fumaba un cigarro y observaba el cielo de Málaga desde mi ventana,
mientras nos contábamos nuestras aventuras y desventuras amorosas y cómo llevábamos
la facultad. Hacíamos planes para cuando ambas volviéramos por vacaciones a
nuestro pueblo, esperanzadas e ilusionadas por noches que se confundían con
días y días que daban paso a eternas noches. Bailando, riendo, tomando alguna
que otra copa y sobre todo disfrutando de nuestra juventud.
No
teníamos secretos, nunca los hemos tenido, siempre nos lo hemos contado todo y
dicho todo a la cara, sin falsedades, sin temores, con unos cimientos tan bien
anclados en la amistad, que ni el peor de los tornados los movió ni siquiera un
centímetro.
Y
tuviste que ser tú, quién sino amiga mía, la que convirtiéndose en celestina de
zapatos de tacón y minifalda aquella noche, consiguiera lo impensable. Interrogando
a un amigo en plan “poli bueno, poli malo” para que confirmara que el objetivo
que perseguías para mí, esa noche de Septiembre, estaba más cerca de lo que
pensábamos. Le buscamos cual agentes camuflados en un cinquecento por medio pueblo, hasta por fin dar con él y hacernos
las encontradizas, para que el que hoy es el hombre de mi vida, no sospechara
nada de lo que tramaban las amigas que en ese momento lo miraban con carita de
niña buena.
Pasaba
la noche, llena de miradas cómplices entre ambas, excusas para ir cada dos por
tres al baño de chicas, bailes al son de Ricky Martin y Chayanne y risas
nerviosas hasta que por fin lograste lo que te propusiste, y aquel amigo común
de mirada honesta al que le encantaban el baloncesto y las motos, selló mis
labios con los suyos mientras tú nos vitoreabas con un sonoro “por fin”.
Han
pasado los años y tú, al igual que yo, hemos seguido caminos diferentes. Tú en
Madrid, yo en Puertollano, tú con tu cubano y yo con mi motero, tú investigando
y yo escribiendo e intentado trabajar como psicóloga, viviendo experiencias y
vidas diferentes, pero pese a la distancia y a todo los demás, esos cimientos
siguen tan fuertes o más que el primer día, porque ahora nuestras confidencias
no tienen que ver con los chicos que nos gustan o con lo que nos ponemos para
salir, son mucho más importantes y trascendentales, más vitales y en esos
momentos de debilidad, cuando el tirar la toalla parece la única opción, ahí sigues,
al pie del cañón con tu fuerza, tu descaro y tus ganas de disfrutar de la vida
y cuando lo que toca es saltar de alegría y brindar por nuestros éxitos, ahí
estas tú, con tus risas, con tus bailes y con mil cosas más. Todas y cada una
de ellas responsables de que se me llene la boca al decir, que fuiste, eres y siempre
serás mi mejor amiga.
María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio"
(Falsaria).
@Marynfc
4 comentarios:
Muy humano y con el encanto de la normalidad en algo tan poco normal como es encontrar una buena amistad. Que dure siempre. Un saludo.
Muchas gracias José. Un saludo.
Que bonitoooooo!!! Me has transportado no sé cuántos años atrás y os he visto perfectamente en mi cabeza!!! Que cosa más linda has conseguido con sólo unas palabras. Que bonicas que sois, coño!!
Esther
Muchísimas gracias Esther!!! Me ha encantado tu comentario. Saludos!!!
Publicar un comentario