EL PODER DEL ORO


Elia abre los ojos, ya es de día. En Argento, su pequeño pueblo, todo el mundo se despierta cuando amanece, es el sol quien manda en el sueño de esas gentes. Como cada día, Elia mira por la ventana. Todo sigue igual, todo está bien. Ve personas que empiezan a cargar sus cubos de agua en dirección al Palacio Dorado. En Argento solo hay un trabajo, y lo hacen igual adultos, ancianos o niños. En Argento únicamente se carga agua para llevarla al Palacio, donde esta es cambiada por oro. ¿Y para qué quieren el oro estas gentes? Para volar.

En Argento la gente solo tiene un sueño, volar. Miran con envidia, mañana tras mañana, el vuelo de quien ha conseguido el oro suficiente para alzarse, para navegar por el viento. ¿Y cómo se consigue volar? ¡Con el oro! En Argento, todo el mundo nace con dos alas: blancas, suaves, aterciopeladas, pero incapaces de volar, o eso cuentan ellos. Solo pueden volar siendo bañadas por oro, por eso es tan importante el oro en Argento. Y Elia quiere volar, pero quiere volar ya. Por eso, a sus 13 años, ya ha llevado más cubos de agua que algún anciano del pueblo. Tiene mucho oro en casa, pero no cree que sea suficiente todavía. 

Elia camina encorvada, tiene todo el cuerpo deformado de tantas horas bajo el sol llevando cubos y cubos de agua. Elia no tiene amigas, Elia no tiene un chico que tontee con ella. ¿Para qué lo quiere? Elia quiere volar. Y esa mañana Elia cree que será la última. ¡Esa tarde podrá volar! 

Se desviste y viste rápidamente, tomándose unos minutos para contemplar por última vez sus alas blancas. ¡Cómo brillarán esa tarde! ¡Será la envidia de todos cuando la vean por el cielo volar! 

Sale de casa, coge su cubo, y emprende el trayecto de cada día, saludando hoy con sonrisas a todo el que se cruza en su camino, regalando cumplidos y ánimos – los cuales desde aquí no sabemos dónde y cuándo aprendió - . Elia llega a casa, deja su cubo lleno ya de oro y suspira. Se deja unos minutos para mirar por dentro todos los recuerdos de tantos años en el camino. No debería tener prisa, pero Elia quiere volar. 

Con todo el oro acumulado, ya fundido, Elia comienza a pintar sus alas de color dorado mientras unas lágrimas – que no sabemos si son de melancolía o de alegría – caen por su sonrojada cara de niña. Ya las tiene acabadas, ¡ya puede volar! 

Pero en el cielo, Elia no tiene la sensación que esperaba, no todo es tan bonito como imaginó. Le encanta la sensación del viento regateando a su cuerpo, mirar a la gente desde tan arriba, ¡Elia se siente poderosa! Pero hay algo que le molesta. La gente que vuela, allí arriba, no está contenta. Todos miran para arriba, a los que vuelan todavía más alto. Todos quieren tener más oro en sus alas para llegar hasta allí, para ser los que vuelen más alto. Y Elia no entiende el porqué, ¡pero si lo bonito es volar! Aunque – debemos reconocerlo – Elia tiene el mismo sentimiento. 

Elia se pone a llorar en pleno vuelo, comienza a recordar lo mal que lo ha pasado todos esos años, para nada. No le importa que las lágrimas le tapen la vista, ¿qué más da?, le da igual adónde ir. Cuando se detiene, Elia se da cuenta de que ya no queda nadie en el cielo, todos se han recogido en sus casas, pero no sabe por qué. Las nubes están un poco oscuras y el sol empieza a caer, pero eso no debe ser motivo para dejar de volar. Se refriega los ojos con el dorso de sus manos, se quita las lágrimas que todavía no se habían atrevido a tirarse al vacío de aquel cielo, y lo ve. Algo viene hacia ella, algo parecido a una peonza que gira, que gira y gira, que va hacia ella. Y no le da tiempo a pensar, la peonza se la lleva. 

Tirada en el suelo, Elia consigue abrir los ojos. Mira a su alrededor, y cree que debe de estar alucinando, no puede ser, ¡hay gente con alas blancas volando! Ellos sí que disfrutan, no hay nadie por encima del otro, y si lo hay, es para hacer piruetas, es para hacer sonreír a los demás. Al verla ya despierta, uno de ellos baja hacia ella. Le sonríe y se sonríen. 

- ¿Dónde estoy? – pregunta Elia observando con detenimiento su entorno.

- Bienvenida a Moral, el malvado remolino te trajo hasta aquí. – con los brazos abiertos, un apuesto joven le muestra el nuevo pueblo. 

- ¿Estoy lejos de Argento?

- No mucho, pero no nos gusta hablar de ese lugar, la gente es tan rara… - Elia se da cuenta de que aquel extraño no deja de mirar sus alas y reírse. 

- ¿Por qué?

- ¿No lo ves? Mira tus alas, y mira las nuestras. Llevamos años sin entender por qué os las pintáis de oro. – Elia, que comienza a sonrojarse, enfadada, oye risas también por el cielo.

- Pues es fácil, tonto, para volar.

- ¿Volar? Y, ¿qué te crees que hacemos nosotros? – era como si a través de su voz le hablasen todos los habitantes del pueblo.

- Pues sí, tienes razón, no entiendo nada…

- Anda, dame la mano y levanta del suelo.

Es la primera mano masculina que toca Elia. Desde muy pequeña ha vivido sola y dedicado todo su tiempo a trabajar. Su mano tiembla, pero la de él no; sus ojos lo miran, y los de él, a ella, también. Van caminando hacia la primera casa que Elia ve mientras él le pide que le explique el porqué de ese color en sus alas. Elia le cuenta todo, que ellos solo pueden volar si sus alas son pintadas de oro, que necesitan cargar mucha agua para conseguir el suficiente, ¡que es su única manera de volar!

- Pero, ¿quién os ha contado todo eso? – el chico sigue con la sonrisa en el rostro que cada vez molesta más a Elia. 

- No lo sé, esas cosas no se preguntan. Hay cosas que son así y punto.

- ¿Adónde lleváis el agua? – Elia ve en su cara algo así como la brillantez de saberlo todo, como la luz de una bombilla cuando se enciende. 

- Al Palacio Dorado, allí nos dan el oro. 

- Así que se la dais al rey, ¿no? Y… ¿este rey nunca os recuerda lo del agua? ¿Nunca os anima para que no dejéis de hacerlo?

- ¡Claro! Una vez al año tenemos un día de descanso donde vamos todos a comer al Palacio y él allí nos recuerda todo lo que podemos conseguir llevándole el agua. 

- Y… ¿no crees que quizás lo del oro es una escusa? ¿Nunca te has preguntado por qué es necesario el oro para volar? 

- ¡Pues no! Ya te he dicho que esas cosas no se preguntan, son así, y punto. 

- ¿Seguro? 

Antes de llegar a la casa, Elia se da cuenta de que el chico la lleva hacia otro lugar a medida que avanza la conversación. Ahora está en lo que debe ser el límite del pueblo, porque a partir de allí solo ve el abismo. Ya no tiene a su lado al chico, y Elia comienza a notar como alguien le sacude las alas. Se gira, pero no le da tiempo a ver nada más, el chico la ha empujado al vacío. Solo ha podido ver al chico, su sonrisa, un trapo en cada mano, y sus alas otra vez blancas. Elisa vuelve a sentir el viento que regatea a su cuerpo, y sonríe mientras vuela. ¡Qué engañados habían estado siempre! 

Víctor G. 
@libresdelectura


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