REYES CALDERÓN


Con una seguridad y confianza en sí misma reflejadas en el apretón de manos inicial, Reyes Calderón nos recibía en el bello hotel Sansi Pedralbes para hablar de su nueva novela publicada bajo el importante sello de Planeta. Una obra que mezcla ciencia y espiritualidad, que lleva al lector por los pasos de un más allá que acaba en una puerta, a la que todos debemos llamar y solo estando allí sabremos si podemos entrar. Para conocer un poco más acerca de este turbio camino y de esta incomprensible puerta no podéis dejar de disfrutar de esta novela: La puerta del cielo, Reyes Calderón. 

Víctor González: ¿Qué hay, para Reyes Calderón, tras La puerta del cielo?

Reyes Calderón: Si hablamos del libro hay una novela de intriga, de aventuras, con una gran dosis de humor y con un final sorprendente.

VG: Dicen que la buena Literatura es aquella que plantea más preguntas al lector que respuestas. Y yo creo que la tuya es una de esas. ¿Cómo afrontaste el querer hablar de algo tan confuso e inabarcable como nuestro destino tras la muerte?

RC: Ante el vértigo de eso que se llama 'lo sobrenatural', tanto en su versión positiva como negativa, me pareció que la mejor manera de enfrentarme a él era con un personaje muy sencillo, que pudiera ser cualquiera de nosotros. Por eso hay un protagonista gallego, allí la tierra es especialmente propicia, están envueltos en esa niebla que la hace misteriosa. Llega a la gran ciudad y se pierde, como nos pasaría a nosotros ante un infinito. La mezcla de estas dos cosas, una tan grande y la otra tan pequeña, termina llevándote por la senda más fácil, porque en realidad yo escribo para el lector y el lector tiene que ser cualquiera de nosotros; y aunque los héroes deben ser únicos, cada uno de nosotros somos un héroe, porque somos únicos. Lo que nos caracteriza a todos es que tenemos una base de sencillez ante algo tan grande. Hay que escoger protagonistas muy de a pie.

VG: Has confesado que tú no ideas las novelas, sino que ellas te encuentran. Y esta sabemos que te encontró en un aeropuerto junto a un obispo que te narró su experiencia en un exorcismo. Cuéntanos.

RC: Fue en un retraso. Yo no conocía mucho a esta persona y él llegaba realmente impresionado de un exorcismo. Cualquier exorcismo impresiona. Él me trasladó la experiencia y entonces la impresionada fui yo. No pegué ojo en toda la noche, pasé un miedo horroroso. Me llamaron la atención muchas cosas que me contó: cómo muchos casos son simplemente casos psiquiátricos, no demoníacos; lo potente que es cuando se enfrentan a uno, etc. empecé a indagar en el tema de los exorcismos, en todo lo que los rodea, y encontré que en Roma hay censados, aunque habrá muchos sin censar, más videntes, mediums, espiritistas,... que curas. En Roma, un sitio donde precisamente no faltan curas. Me di cuenta que es un mundo que mueve miles de millones de euros, muchas veces basándose en la credulidad de la gente. Sirven a personas de muchas clases sociales, de muchos niveles culturales. Me llamó la atención que cada vez somos más descreídos, más agnósticos, más ateos, y sin embargo cada vez hay más. Cuando no tenemos algo grande en lo que creer vamos creyendo en cosas pequeñas. Me pareció que era una base estupenda para una intriga, usar como escenario este mundo. Eso sí, es un mundo con muchos prismas: está la parte de los exorcismos los cuales tienen un libro oficial para realizarlos, son personas preparadas para ello, con muchos conocimientos psiquiátricos, etc. Luego habría otro mundo paralelo con los echadores de cartas o los videntes, gente que tiene premoniciones porque ha nacido con ellas. Yo conozco un poco el mundo de las meigas que en gran parte son médicos de hierbas y remedios naturistas. Pero sí que hay gente que es especial para ver cosas que los demás no vemos. Con todo estos ingredientes había que hacer una novela en un tema en el que la ciencia se calla y no llega a más y la fe te dice que tienes que creer sin ver. Hay una nebulosa que me pareció el sitio ideal aunque muy complicado porque no es una novela científica pero tiene muchos elementos de ciencia ficción. Tampoco es una novela religiosa pero hay un exorcista. Era tan complicado que me ha llevado siete años. Estoy muy contenta porque con el protagonista gallego se ha conseguido hacer una novela para todos. Está claro que la intriga es potente y a veces se pasa un poco de miedo pero no necesitas ningún tipo de conocimiento científico ni religioso para seguirla.

VG: Podríamos decir que es una novela miscelánea por el hecho de encontrar rasgos del costumbrismo de Cela, del misterio de Javier Sierra, de la ironía de Larra e incluso de la novela negra de Larsson. ¿Cuáles han sido tus influencias en la elaboración de esta y las demás novelas que has escrito? ¿Qué has querido conseguir mezclando temas tan trascendentales con el humor y la ironía más llanos?

RC: Yo siempre me quedo con la ironía dulce, la gallega. Hay una ironía ácida que no me gusta nada, pero la dulce sí. La ironía es muy humana, el único animal que se ríe es el ser humano. Y sobre todo es muy humano reírte cuando no alcanzas, reírte de ti mismo, frente a temas como el infinito, el más allá, etc. Respecto a todo ello no queda más que la ironía, el pensar si cuando llame me dejarán pasar. Sí que hay un guiño a La colmena de Cela porque sigue existiendo en las grandes ciudades. Era casi un homenaje a todos esos que han conseguido mantener esas casas de renta antigua, que son una ruina económica absoluta, pero donde los vecinos siguen conociéndose, se preocupan unos de otros, y todo ello en el cogollo de una gran ciudad. Eso me parece precioso. Con respecto a la novela negra, debo confesar que no suelo leer cuando escribo novela negra porque me terminan influyendo. Me influyen más los clásicos que la novela negra. Quizás también porque mi intriga es de letra pequeña, es potente pero siempre los personajes son casi antihéroes, se enfrentan con miedo, se ríen de sí mismos, etc. Es otro perfil, quizás más femenino. Dicen que en las autobiografías masculinas el protagonista siempre explica lo que es capaz de hacer mientras que en las femeninas es más un detalle que les ha influido, algo que ha ocurrido que de repente les ha impactado. Y mi novela se basa en eso, en los pequeños detalles, muy costumbrista en ese sentido, muy Cela. Yo tengo la teoría de que si no me divierto escribiendo, el lector no se divierte leyendo. Yo me he divertido mucho recreando a estos personajes, tengo 21 versiones distintas de la obra, 21 manuscritos porque no me acababa de convencer. He leído mucho en estos siete años y al final estoy convencida de que no sé si somos lo que leemos pero sí que lo que leemos nos hace distintos. Y creo que lo distinta que me ha hecho el leer se refleja en la novela.

VG: Centras el argumento de tu novela en esa nebulosa (como tú la llamas) donde ni la ciencia ni la religión llegan con sus explicaciones. ¿Crees que hay algo seguro que puede sacarse de allí o es todo cuestión de fe?

RC: Yo apostaría más por la experiencia. Creo que lo sobrenatural no te lo da la razón ni la fe, sino la experiencia. La religión es una experiencia religiosa. Si la religión acierta diciendo que detrás hay alguien y no algo, al alguien no se le conoce por razón sino por compartir experiencias. En ese sentido creo que es muy positivo porque todos podemos tener una experiencia en algún momento de tocar algo intangible que nos supera. Cada uno le puede llamar de una manera determinada. Tenemos la experiencia de lo mejor y lo peor, de lo que podría ser el cielo y el infierno.

VG: Decía Agatha Christie que la mejor receta para una novela de este tipo es que el detective nunca sepa más que el lector. En tu novela es muy importante el lector como detective de la propia historia. ¿Cuáles crees tú que son las claves de una novela de misterio?

RC: Creo que los escritores jugamos con la curiosidad del lector. Él está sentado en su sillón, cómodo, y tú le estás diciendo "sígueme, te voy a meter en una cueva oscura donde hay una cierta aventura pero tú no sabes dónde vas a ir". Yo opino que hay que darle una linterna, y por eso estoy totalmente de acuerdo con Agatha Christie. La linterna la lleva él. Los libros tienen que tener suficientes caras como para que si estás señalando con la luz en una parte puedas ver algo y si señalas en otro lugar veas otra cosa. Por eso hay distintas lecturas de un libro y cada lector hace la suya. Al lector que le gusta más la ciencia ve una clave científica, al que le gusta más la religión ve la clave religiosa, al de la acción, también hay clave de acción. Por eso me gusta dibujar físicamente las novelas antes de ponerlas en el papel, porque tienen que unirse todas las líneas. Y no solo porque lo que digas en la página 80 tenga que ser coherente con lo de la 380, sino por construir esa visión circular que es la única manera de darle entrada al lector. Él mismo debe entrar en la cueva, no tienes tú que empujarle. Ya me han escrito dos personas: uno me decía que había reñido con su mujer porque lo leyó entero un domingo dejando a los hijos y todo lo demás de lado. Y eso es lo que quiero conseguir, el efecto de que enganche y no se pueda soltar, querer llegar al final, no a la respuesta sino seguramente a su pregunta.

VG: Tú misma recalcas siempre que te impresionó saber que en Roma hay más adivinadores, tarotistas, médiums, etc., que curas. Y creo que de esa idea nace la base de esta novela, que es algo así como querer defender que, a pesar de ser cada vez una sociedad menos católica, menos creyente y más dubitativa, siempre hay un espacio dentro de nosotros para el más allá, el misterio del después; que es más o menos lo que le ocurre al protagonista. ¿Qué piensas de ello? ¿Qué tiene que tanto nos llama?

RC: Hay algún autor que dice, y me encantó el símil, que es como si lo hubiéramos conocido y lo hubiéramos perdido, y lo echáramos de menos. Es decir, hay algo en nuestro interior que hace que intuyamos que algo conocemos, pero no sabemos qué. O dicho de otra manera, que cuando abramos la puerta habrá algo detrás que seamos capaces de reconocer. Por eso también muchos dicen, y yo estoy de acuerdo, que el cielo será una extensión de la Tierra, que lo que hayas sido en la Tierra lo serás en el otro lado, porque te reconocerás allá. Es muy curioso como a una persona que pierde la memoria le cambia la expresión de la cara. De hecho deja de ser ella. En cierta medida somos los que son nuestros recuerdos. La acumulación de experiencias, nuestros recuerdos, son los que nos hacen ser alguien distinto a otro. En la medida que somos recuerdos tenemos que llevárnoslos al otro lado, porque si no no seríamos nosotros. Por eso me convencen cuando dicen que hay un cierto paralelismo en los dos sitios. Lo que yo espero es que no haya lo que aquí no me gusta: dolor, angustia, tristeza, enfermedad, degradación, y sobre todo, que no haya esa maldad que el escritor de novela negra o la simple persona que ve el telediario se encuentra cada día.

VG: Hablando de los personajes, has reconocido que tus protagonistas “son siempre otra cosa de lo que a primera vista parecen” lo que nos lleva al tema de las máscaras que siempre llevamos puestas. ¿Es posible llegar a ver la verdad de uno mismo? ¿Lo consigue el lector con los personajes de tu novela?

RC: A mí me resulta complicado llegar a la verdad sobre mí misma, y me parece que no soy la única. A veces me sorprendo cuando respondo de una determinada manera o hago algo que me llama la atención. Pues de otros todavía más. Yo creo que tenemos muchas máscaras, algunas que nos las ponemos porque queremos y otras porque la vida nos las va poniendo. Por eso cuando pones a alguien en una situación extrema de repente sale alguien que él desconocía. ¿Quién eres? Pues no sé, probablemente quien seas en situación de emergencia. En una novela negra lo que se hace es poner a los personajes en situaciones poco normales.

VG: Introduces en la novela a un hombre llegado de Lugo en una gran ciudad como Madrid, concretamente, en tu querido barrio de Salamanca. ¿Cómo afecta ese contraste en un personaje como Gerardo Vilela?

RC: El contraste es total. Hay un momento en que dice que en Madrid casi todos de alguna manera son bastardos. Es decir, allí no tienes pasado ni casi presente y el futuro ya veremos. Es una ciudad de gente anónima. Cuando uno viene de un sitio pequeño, donde si no quieres que se sepa algo no lo pienses, sabe que nunca puede ser anónimo, el concepto de soledad social es inexistente. Al llegar a la gran ciudad, el cúlmen del anonimato, empieza a salir el otro yo. Un yo que se puede exhibir sin preocuparse por el qué dirán, quitarse muchas de esas caretas de las que hablabas antes. El cambio es drástico. Este cambio se puede ver también en muchos escritores cuando cambian de país. Incluso a Murakami se le nota al irse a Estados Unidos, y mira que ya vivía en una ciudad grande, pero el cambio cultural es importante. Eso termina afectando mucho al personaje. Y especialmente a Gerardo le afecta un montón.

VG: Detrás del humor que contiene la novela y de los temas tan vitales que trata hay también el personaje del asesino, alguien tan oscuro y sin resquicio de esperanza ni sentimiento que incluso lo has llegado a llamar “el padre de todos los asesinos”. ¿Qué te hizo crear un personaje así?

RC: Quiero pensar que es ficción, pero cuando veo en el telediario como cortan el cuello a alguien que lo visten de naranja para que se le vea bien no puedo… He trabajado con asesinos en serie, he descrito una novela sobre algún caso en particular, y siempre te queda la duda de si están tan mal de la cabeza que no se les puede culpar, de si ningún asesino está del todo cuerdo. Aunque hay algunos que parecen mucho más cuerdos que locos. Hay veces que cuando la persona transmite tanto odio que parece que no le cabe nada más, uno llega a pensar que existe la maldad absoluta, la figura del demonio, que solo quiere el mal por el mal. Normalmente los humanos hacemos el mal porque buscamos otra cosa, venganza, dinero o lo que sea, pero en este caso es mal por mal, nada más que por hacer daño. Hay una escena que da cierto miedo que es cuando se convoca a un espíritu. Es relativamente suave, no hay sangre humana, pero se capta el regodeo en la muerte, en arrancar la vida aunque sea a un animal. Ese gustarse en la maldad es lo que me parece espeluznante, pensar que tenemos gente que se apunta voluntariamente a ese lado oscuro. Hay una iglesia del diablo en Filadelfia que tiene millones de “clientes” o adeptos, y saben a lo que se apuntan, y son personas normales que nos encontramos por la calle.

VG: Te hemos leído decir que esperas tener tiempo suficiente para vaciar tu cabeza antes de morir. Pero como bien sabemos, los escritores, a medida que pasan los años, van sumando preguntas y más preguntas en el interior de sus cabezas a medida que van tomando conciencia del mundo. ¿Cómo llevas el tener que lidiar con lo que podríamos llamar el desengaño de la verdad? ¿Ves el escribir como una catarsis? 

RC: Sí, yo descubro un yo que no conocía cada vez que me pongo a escribir. No puedo pensar vivir sin escribir. Siempre he escrito, lo que no he hecho es publicar. No empecé a escribir hasta que pensé que no tenían razón los que me decían que siendo de ciencias no podía dedicarme a esto. A partir de ese momento hice lo que me dio la gana. De pequeña escribía porque cuando no sabía expresar una opinión con palabras o gestos, cogía un papel y era capaz de plasmarlo ahí. Y ahora me sigue pasando un poco lo mismo. Es verdad que hay muchas historias que me han ido atrapando a lo largo de los años y que están en una cola en mi cabeza esperando. No creo que pueda vaciarla nunca porque me siguen impactando otras que se ponen en la cola pero una de las cosas que he aprendido con La puerta del cielo es que más vivir el momento y disfrutar lo que tengamos porque si luego vas y te mueres es mejor irte teniendo el presente muy presente. 

VG: Al final de tu libro expones la interesante teoría de que el “gracias” es la palabra que nos une a las personas, la que nos evita llamar demasiado pronto a la puerta del cielo. Y gracias a ello, tú has conseguido sacar adelante tras siete años de trabajo este libro. ¿Cómo ha sido todo este proceso?

RC: Yo he estado viviendo unos meses en Londres y es curioso que allí, cuando la gente sube al ascensor, no es de buena educación saludar, nadie dice una palabra, el silencio más absoluto. O coges el metro a las seis de la mañana, todo el mundo de pie, y no se oye una mosca, cada uno a lo suyo. Puede que sea un síntoma de buena educación no meterse en la vida de los demás pero cualquiera de nosotros somos unos necesitados, es decir, no es que seamos sociales porque la naturaleza nos haya hecho así sino que la naturaleza nunca hace nada en balde, somos seres sociales porque necesitamos todo de los demás, y al mismo tiempo los demás también dependen de ti. No es una cuestión mercantil, no podríamos vivir sin los demás. De ahí que, como no se trata de ningún intercambio mercantil, dar las gracias al que fuera que ideó un móvil por ejemplo sea completamente necesario. Y además es gratis, parece mentira que siendo algo tan valioso que no tiene precio no lo utilicemos. Con lo fácil que es alegrar la vida al resto dando las gracias. Yo entro en un ascensor en Londres y doy los buenos días, me da igual que me consideren maleducada o lo que sea; y si hay un niño le sonrío. Con un poco de esta dosis estoy convencida de que habría menos suicidios en el mundo.

VG: Por último, tras tus años de experiencia como profesora en la Universidad de Navarra teniendo tanto contacto con jóvenes, ¿cómo ves la nueva generación joven de escritores? ¿Qué les dirías a aquellos que desisten de su sueño al ver que actualmente las editoriales solo apuestan por autores consagrados?

RC: Ahora están todos los medios técnicos al alcance de cualquiera, uno por ejemplo puede autopublicarse. Yo he aprendido con el tiempo que uno tiene que hacer lo que hacen las viudas: escuchar a todo el mundo y hacer lo que les da la gana. Y me parece que es una sabiduría espléndida. Uno tiene que aprender de sus propios errores, y para eso hay que cometerlos. Quizás la primera novela no es la que quisiera escribir o la editorial tampoco es la que quisieras tener pero esto es un camino que hay que seguir, es como una maratón, hay que ir entrenándose. Y a lo mejor la primera maratón es mejor que la última, o al revés, pero creo que siempre hay que apostar por ti mismo, si no crees en ti mismo nadie va a creer en ti. No hay escusa, el que tiene un don, yo estoy convencida de que todos tenemos nuestro don artístico, tiene que explotarlo. 

LIBREGUNTAS:

Libro de papel o electrónico: Papel.

Narrativa o poesía: Narrativa.

Un libro: Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez.

Un poema: Y Dios me hizo mujer, Gioconda Belli.

Un autor: Haruki Murakami.

Un personaje: Cualquiera de Delibes.

Una cita: ...

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