No contabas que el último te saliera tan diablillo,
que la rebeldía brotara entre tanto empeño y cariño,
que lo difícil siempre está por llegar
y que el pequeño era una vuelta a empezar.
A ti que me inventaste cuando ya tenías todo inventado,
a ti debo inventarme Papá,
aquello que nunca te inventé.
En tu rostro rosado una clara cuenta he heredado,
los chupitos en el sofá de unos cuantos domingos,
la gestión administrativa de mis sentimientos,
estudia chaval, te pago todo, no me vengas con tanto cuento.
A ti que me esperaste sin apenas esperarme,
a ti que puedes esperar Papá
a que ya no desespero más.
Tú que a los veinte y pocos tenías el doble de mis veinte y largos,
tú me enseñaste a ponerle freno al asunto
a desasustarme de sustos, a saber castigar mis castigos, a pagar las multas
que esta vida de prisas impone a almas prestas y al más preso.
A ti que te debía lo que nunca tú me debiste,
a ti te debo Papá,
aquello y esto otro que me diste.
Papá de padres como un Don Vito Corleone,
gestor de fidelidades y corazones,
de remontadas blaugranas, de clientes y otros goles.
No caben más emociones en tu humilde gestoría.
A ti que me enseñaste tantas canciones
a ti debo cantarte Papá,
esta última melodía.
Cuánto aprendo de tí sin apenas escucharte,
cuántos gestos en la tarde, cuánto ejemplo de por vida.
Cuántos “¡Dani pon la mesa!” sin apenas preguntarme
quién fue la última actriz que entrevistaste.
A ti que nunca escribiste en tantas páginas escritas.
A ti que te creías que este epílogo no existía,
que no había más tinta para tanta tontería.
Te doy las Gracias en tu día.
Daniel Arrébola.
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