POR ESO ESCRIBO


Hay cosas que deben compartirse. Desde luego no hablo del “deber” como obligación, sino como necesidad. De vez en cuando aparecen cosas que son tan tan grandes que difícilmente uno puede guardarlas  dentro de sí mismo por mucho tiempo, porque si eso pasa, la cosa en cuestión empieza a cobrar vida; uno siente como empieza a palpitar, a hacerse grande, a ocupar todo su espacio, a adherirse con el interior de la piel. 

Hay cosas que tienen el tamaño de los grandes secretos, por eso, el que guarda uno de esos debe llevar siempre un par de servilletas a mano, para poder limpiarse de las comisuras de los labios cada una de las pequeñas marcas que van dejando las palabras que, desesperadamente, pretenden, sin conseguirlo, ocultar una verdad contenida. Y es que siempre hay algo en todas esas cosas que uno encierra que necesita urgentemente salir a la luz, ser compartido. 

Sin embargo, no siempre es fácil dar rienda suelta a todo esto. De repente, puede pasar que choques de frente con una gran verdad, con algo único, algo lo suficientemente especial como para no ser proclamado a los cuatro vientos y que, a su vez, te hace intuir que no debería ser escondido. Algo delicado. Pero ¿cómo ponerte a explicar según qué cosas sin que te tomen por loca? Y luego, por otro lado, está el lenguaje. ¿Cómo vas a usar la misma herramienta que usas para comunicarle al mundo que necesitas ir al baño, que te pica la espalda o que te aburres, para traducir la esencia de algo tan maravilloso u oscuro? Y es que a veces, es curioso como las más grandes verdades son tachadas de falsedad mientras hay mentiras que viven entre nosotros disfrazadas permanentemente de certeza. 

Por eso escribo, porque he descubierto que las verdades cuando son tratadas como mentiras son más fácilmente acogidas en el seno de quien las lee. Escribo para disfrazar de fantasía la esencia del Universo, para despertar con las palabras esa parte del cerebro que, mientras lucha desesperadamente contra una razón pragmática y encuadrada, nos dice que hay algo de cierto en todos esos cuentos de hadas. Por eso el cine, por eso el arte, por eso la literatura y la danza, por eso nosotros, porque hay algo maravilloso que continuamente se nos está escapando, algo que supura y que nos da miedo mirar de frente y nos obliga a asumir que nosotros estamos hechos de esa misma materia. 

Así, Steven Spielberg quiso compartir, de algún modo, esa palpitación en el pecho que le decía y le hacia saber que había algo más en el Universo, supo disfrazarla de cuento para que pudiésemos abrazarla sin sentirnos atacados por una información que desconoce la razón y que bien entienden los sentidos. Así Borges nos habla del gran Aleph y nos deja entrever los vestigios de la Verdad. Así Murakami nos adentra en la fantasía que también contiene nuestro mundo. Así yo intento traducir lo que duerme en mi pensar y vive en mi pecho.

Sara C. Labrada.

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