En La tierra de los abetos puntiagudos, publicada hace pocas semanas por la editorial Dos Bigotes, el lector se introduce en el cuerpo de una escritora que llega a la pequeña localidad costera de Dunnet Landing en busca, con el fin de terminar su libro, de una abstracción imposible de hallar en la ciudad. Allí se encontrará con la señora Todd, quien le alquila una habitación en una casa que a muchos traerá el recuerdo de las actuales novelas de Jacqueline Kelly y su entrañable Calpurnia Tate, y con quien acabará entablando una férrea y poderosa amistad. Envuelta en todo tipo de cultivo medicinal, pasará los días entre cantos de gorriones, paseos por el puerto o excursiones a la montaña, teniendo una pequeña escuela en desuso alquilada para el trabajo en su libro. De esta manera irán pasando los días y su relación con el entorno se irá estrechando de manera cada vez más fuerte llegando incluso a congeniar con vecinos, con la familia de la señora Todd y, lo más importante, con ella misma.
La tierra de los abetos puntiagudos es un claro grito a la capacidad de la mujer en su introspección, en su independencia, en su soledad. Pero no solo eso, es una novela que llena los sentidos: el oído con el canto de los pájaros, la vista con el verde de unos abetos que nos guían el camino por la trama del libro y un mar que siempre espera en calma la entrada de los barcos pesqueros, el olfato con el sinfín de étimos herbolarios que tiene la señora Todd en su conocimiento, e incluso el tacto en las relaciones humanas que se crean, entre ella y la señora Todd, el capitán Littlepage o la señora Blackett. Y no nos olivemos del gusto, que parece no estar, pero que llega al acabar el libro a la boca del lector en forma de dulce regalo para el paladar.
En esta novela, aunque lo parezca, no hay edad. No se cuentan los años porque estos no cuentan. En Dunnet Landing cuenta el alma de las personas, eso las hace mayores o menores, atractivas o repulsivas, respetadas o denigradas. En este pueblo, que vive de las decisiones del mar, el mayor obstáculo no son las condiciones meteorológicas adveras, o el impedimento de salir a navegar. En Dunnet Landing lo que más pesa, lo que más trabajo cuesta es la aceptación y, sobre todo, la adaptación a la soledad. La tierra de los abetos puntiagudos, más allá de una estampa rural, más allá de un grito reivindicativo hacia la independencia de la mujer, es un manual donde se expone, de la forma más bella posible, cómo un pueblo apartado del imparable avance urbanizador es derrotado por la soledad, por la añoranza de una felicidad que nadie sabe si un día surcó esos humildes mares.
Víctor G.
@chitor5
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