CON ALAS DE PESTAÑA

Ha entrado sola. La yema de uno de sus dedos índices, saciada de desgana y fastidio, pulsa el botón de Planta Baja. Justo en el momento en que los brazos metálicos se han juntado y la correa eléctrica tosía su rutinario y brusco ruido de descenso, le ha parecido oír a lo lejos un “¡Espere!”. Pero le da igual.  No le apetece compartir con nadie un diminuto viaje de 50 segundos dentro de un espacio en que el idéntico y escaso aire nace y muere en su cuello.  Ni siquiera le apetecía compartirse con ella misma. Su chispa se había apagado hace muchos meses y con ello su atención. No se estaba dando cuenta que llevaba desde el piso 14 al 11 reflejándose frente al espejo. Se miraba. O más bien parecía mirarse. Ella no era capaz de advertirlo pero, pese a que llevaba un largo tiempo empeñada en dejar de cuidarse, aún le quedaban varios kilogramos de belleza en su rostro de piel parda y ojos verdes insultantes, escudados por largas pestañas. También su figura seguía manteniendo todas las curvas en sus ángulos y equilibrios perfectos para ser definida, con todo merecimiento, como una musa urbana por un amplio abanico varonil.

Él espera. No solía hacerlo en sus orígenes de rebeldía, pero desde hace toda una etapa restaurada sí. Espera. Y no solo espera, sino que lo hace sonriente mirando hacia arriba -siempre hacia arriba- el panel luminoso que descuenta números hasta la planta baja...13, 12, 11... Aprendió al fin las virtudes de la paciencia. Ahora aguardaba con los músculos de todo el cuerpo relajados pero más vivos que nunca. En su mente preparaba con inercia todo un nido de estímulos que le hacían crecer.  Planta 8, 7,... Al fin sentía su propia metamorfosis que le hacía ganar en la vida a la vez que maldecía el tiempo perdido. Fueron muchos años de enojos, de cábalas y de insultos. Había lesionado más de mil corazones desde que la impaciencia y las trampas combinaban el veneno diario por sus venas en su tiempo lozano. Pero todo ese veneno terminó de un plumazo tras perder a todos y no encontrarse a sí mismo por su insana afición de crear atajos a la vida. Por suerte lo advirtió a tiempo. Y a su mente cada vez más despierta y heroica se sumaban sus ojos color chocolate y su cuerpo esbelto que seguían configurando todo un atractivo y varios tickets de rifa para un nuevo mercado femenino incapaz de conocer su ayer enfangado. Es por eso que mientras espera, en sus mejillas revividas aún se huelen los últimos átomos resistentes del perfume de la dueña de sus besos después del café del desayuno. Será también la propietaria de su primer mimo nocturno.

Planta 4...3...Y bajando, como bajaba ella a la vida abatida después de haber perdido el apetito de la cima y de las nubes. En su retina siente el roce irritante de los recuerdos tóxicos. Y ahora es consciente de su mano sudorosa que conduce el calor amargo súbitamente por el resto de su cuerpo. Desea pulsar el botón de STOP mientras la pantalla luminosa de la tableta de números muestra el 2 con la flecha indicadora hacia abajo. Pero... ¿Para qué pulsarlo? Ni siquiera lo sabía... Lo que antaño era claro y diáfano ahora es difuso y opaco. El aire no llega en un mundo a pasos cambiados...

 El sonido de la correa muere tras una leve nota metálica que certifica su llegada a la planta baja. Las puertas se abren. Él llevaba mucho tiempo realizándolo sin esfuerzo. Ella se dio cuenta en milésimas que había olvidado ese pequeño gesto desde que decidió abandonar su camino vital de colores para encontrar un acantilado gris donde caer poco a poco. También recordó que ese gesto le daba un micro-placer que sumados todos a lo largo del día, de los meses y de los años, le otorgaba un arsenal de placeres imbatible.
Y ocurrió. Verdosas en ella, castañas en él, las aperturas de los iris convergieron a pasos cambiados. La medición de la intensidad fue igual de imposible de realizar que la del escaso instante de tiempo en que ambos se destellaron.

-”Perdona. Olvidé...”

Pero ya eran dos los segundos que llevaba la correa emitiendo ahora su ruido de subida y el espejo conversaba  brillando de sonrisa con su nuevo inquilino que, más que subir hacia su imponente despacho, volaba acariciando la textura de las nubes blancas hacia su nueva y ganada vida.


Ella volvía a recordarlo. Para empezar a volar debía volver a impulsarse sobre la suela de su mirada...Poco a poco...Con hierba nueva y esperanza. Con un sencillo gesto. Como es la vida. Y con alas de pestaña.  

Daniel Arrébola.
@apetececine
http://apetececine.wordpress.com/

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