UN VIAJE POR EL UNIVERSO


Ya lo decía Bécquer, «el que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo». Y es que a mí, eso a lo que llamamos imaginación, esa capacidad de crear y recrearse a partir de lo que nace de uno mismo, me tiene asombrada. Bendita imaginación, que nos hace jugar a ser pequeños dioses inventores; que nos lleva – sin necesidad de ruedas o combustibles – a lugares que no pueden ser traducidos en palabras; que es capaz de sumergirnos en sensaciones  tan excitantes. Que es solo nuestra, absolutamente exclusiva. Sin embargo, hace algún tiempo, me di cuenta de que era posible la experimentación de algo más sorprendente, si cabe: la propia imaginación negándose a sí misma; es decir, el darse de bruces con la puerta última de la imaginación, encontrar un límite en ella. Y ¿qué pasa cuando esto sucede?, que algo en lo más profundo de una implosiona.

Esto mismo me ocurrió hace algunos años cuando iba al instituto, concretamente en clase de ciencias del mundo contemporáneo. Recuerdo perfectamente la escena, el pupitre en el que me encontraba, el sol de mediodía, mis compañeros… y cómo, poco a poco, a partir de unas pocas palabras escogidas con acierto por el profesor, mi piel se iba volviendo permeable y era atravesada por cada una de ellas. Unas palabras que ya no iban en busca de mis oídos, sino que se zambullían sin permiso y pugnaban por llegar hasta lo más hondo de mí,  emborronando todo aquello que antes se presentaba como nítido.

Fue cuestión de segundos, todo lo que consideraba relevante pasó a un segundo plano, incluidos el tiempo y el espacio. Hasta entonces, hasta ese momento, solía pensar que la imaginación se encontraba, por situarla en algún lugar de nuestro cuerpo, en la cabeza; o, si me apuras, en eso a lo que llamamos mente, sea lo que sea y esté donde esté. No obstante, ese día me di cuenta de que la imaginación dormitaba por todo nuestro cuerpo, y que su centro neurálgico se encontraba latente en el interior de nuestras tripas, más concretamente en la zona del plexo solar. Lo sé porque ese día encontré el límite de la imaginación y me explotó en la barriga, no en la cabeza. Una explosión como de miles de partículas que casi me hace levantar de la silla, una frustración que necesita de una imagen que no puede ser creada y que, a su vez, provoca inexplicablemente una tremenda admiración, una especie de revelación relampagueaba por todo mi cuerpo. Recuerdo que me removía en mi pupitre, me sentía algo tensa, no podía apartar los ojos del profesor y, sin embargo, mi mirada apuntaba mucho más lejos de cualquier lugar de ese colegio. Recuerdo que me sentía emocionada, como si acabase de descubrir algo fascinante pero incomprensible; admito que si la vergüenza no ocupase tanto espacio en mi persona habría sido capaz de exteriorizarlo de algún modo. 

Lo que causó esa sensación, esa exaltación de una imaginación que se había encontrado con sus propios límites, se puede resumir en apenas dos oraciones que no suman más de nueve palabras entre ellas: «El Universo es eterno. El Universo se expande continuamente.»

En fin, espero que no se me malinterprete, no es que antes no hubiese pensado en el universo, lo había hecho,  pero era un universo con la “u” minúscula; donde, efectivamente, se encontraban Marte, Júpiter y, en fin, un elenco de planetas y estrellas que tenían poco de familiares para mí; un universo inerte que se representaba en mi cabeza como una fotografía tomada casi por casualidad, un bosquejo de algo enorme que no se había acabado de completar. Sin embargo, ese día, ve a saber por qué, sin verlo, lo vi, y no solo lo vi, sino que lo estuve contemplando durante unos minutos. 

Qué hallazgo, el Universo. ¿Pero cómo podía estar en expansión desde la explosión del Big Bang?, ¿Acaso no se había tomado un respiro desde su nacimiento, hace más de trece mil millones de años ?, ¿Cómo es posible que una explosión devenga creadora?; ¿En qué lugar del Universo se situaba la Vía Láctea?, ¿Y la Tierra?, ¿tendría sentido la palabra situar en el Universo? y lo peor (y mejor) de todo, ¿quién era o qué era yo?, ¿habría un punto suficientemente pequeño como para señalarme de algún modo en medio de ese infinito espacio?; si es cierto que es eterno ¿contiene en él el presente, el pasado y el futuro?, y si es así, ¿es posible que ya hayamos sido antes en alguna otra galaxia?, ¿en alguna otra dimensión?.

Una ristra de preguntas se agolpaba súbitamente en mi interior, y por cada pregunta la misma respuesta: la oscuridad, el vacío, el silencio del espacio sideral, la eternidad, las estrellas, las galaxias, una supernova, la nebulosa del cangrejo. Un planeta, el mío, suspendido sobre un perpetuo fondo negro, como en medio de un ejercicio de meditación, un planeta con los ojos cerrados, levitando y escuchando el silencio de un maestro que, con un gran abrazo gravitacional le sostiene: el Sol. ¡Qué espectáculo!, ¡Qué emoción! Ya no había límites, no había esquinas, no había un arriba ni un abajo, la nada en el Todo. Y yo, en medio del espacio, estaba siendo observadora de algo magnífico que, probablemente, se había formado casi por casualidad. Y, en todo eso, yo seguía siendo yo para los demás, pero lo cierto es que entonces ya era otra. Algo había cambiado.

Vaya cuadro. El Universo, un creador que se convierte en obra; un organismo vivo e ilimitado que aparece de la nada, de un punto minúsculo, más pequeño que un átomo. Formado por millones de galaxias, estrellas, planetas y seres vivos. Un Universo del que yo era un minúsculo pedazo. Entonces me acordé de nuevo de los átomos y de las células que me forman a mí, y me dio por pensar que quizá ellas se sentían, si es que tienen la capacidad de sentirse de algún modo, en medio de otro inmenso universo, Yo.

Y ahora, con el paso de los años y con la magia de la perspectiva que nos regala el tiempo, me acuerdo de Borges y de su querido Aleph. Por lo visto hay un lugar donde habitan todos los lugares. Un punto. Nada más que un punto que todo lo contiene en armonía. Y otra idea tengo, y es que cada una de nuestras células contiene el mapa del Universo y que si se quisiese, si se quisiese desde el centro del alma, desde la Verdad, podríamos acceder a él. 

Sammy.
@sarazamz

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