Es lunes.
Salgo de mi casa, como de costumbre,
pero hoy no voy a trabajar,
la vida me lleva a otro lado.
Sigo sus pasos hasta la librería,
no sé porque lo hago,
solo sé que no podía no hacerlo.
Ahí estoy, en ese lugar
donde entre ficciones
cuentan que ardieron sus libros.
Nada más entrar
recuerdo cuánto me gustaba arder entre
ellos contigo.
Busco mi favorito,
mi debilidad.
Ahí sigue.
Mírame. Siempre vuelvo; ¿o vuelves tú?
Lo abrazo de nuevo,
siento a las mismas mariposas
salir de sus páginas a bailar conmigo.
Me reinvento en ellas.
Me dan alas y vuelo lejos,
me pierdo en las historias que me cuentan,
creo que me brillan los ojos al revivirlas;
se me eriza la piel,
me invade una sensación de éxtasis
y luego, dejo de ser.
No sé si le estoy haciendo el amor al libro
o él me lo está haciendo a mí,
pero está bien.
Delimito con mis yemas sus historias,
entre metáforas e hipérbatos
que se desnudan al ritmo que mis ojos
recorren sus letras,
desvistiéndolas.
Suficiente. Decido irme.
Se apodera de mí el vacío de no haberlo
comprado.
Quizás no vuelva a verlo más,
Alguien puede llevárselo.
No retrocedo.
Prefiero que el destino juegue las cartas,
yo no estoy para juegos de ese tipo.
No ahora, no es el momento.
Llego tarde, como siempre.
¿Hay realmente un momento para todo?
Se pone a llover.
Mientras me mojo me acuerdo de ti.
Me queda amarte a versos,
desnudarte con palabras,
y sudar tinta…
Mientras juego a escribir
la historia que se nos escapa.
Andrea.
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