Es un hecho. Abrir un libro de Murakami implica adentrarse en un universo paralelo, bucear en sus páginas supone ahogarse en uno mismo y salir a flote al mismo tiempo. Tener en las manos una de sus novelas significa estar dispuesto a tomar lo más disparatado de la “realidad” para acabar tomándolo como lo más verosímil. Leer la primera página es correr un riesgo, pues supone VIVIR, sin restricciones. El escritor japonés nos invita a hacer equilibrios sobre sus letras, estratégicamente colocadas para crear la magia, sobre unas palabras que van asfaltando y creando camino entre las páginas que conformarán el relato. Murakami, ya ha quedado claro, es un arquitecto de la literatura, un creador nato.
La caza del carnero salvaje es una especie de silencio postergado, un silencio que se queda dormido en la piel del lector cuando llega a la última página. Un silencio fértil, que se acaba transformando en interrogantes que cuelgan de la nada. Murakami, una vez más, consigue mantenernos pegados al libro incluso después de haberlo leído, nos mantiene junto a él unos minutos después de su final, como esperando a que sus personajes salgan de la novela para decirnos que la historia no acaba ahí, que no nos preocupemos, que hay más y, sobretodo, que nosotros, lectores, seguimos formando parte de ese extraordinario mundo que nace de la mezcla de lo verosímil y lo sobrenatural.
A lo largo de la novela, Murakami consigue que nos vistamos con las pieles del protagonista, un treintañero instalado en una especie de mediocridad que lo tiñe todo de grises, un publicista del cual desconoceremos el nombre, cosa que no nos impedirá instalarnos en sus ojos y en cada uno de sus sentidos para pasar a vivir lo que él está viviendo. Una mediocridad que se verá amenazada por una cadena de peripecias que obligarán al personaje principal a tomar una serie de decisiones apresuradas que delinearán claramente su existencia en un antes y un después.
Una mujer de orejas perfectas, una fotografía, un extraño carnero misterioso que no se deja encontrar y un hombre que se disfraza de res, son algunos de los detonantes de la novela, que te deja avanzar a través de sus páginas como si de una escalera de caracol se tratase, con cierto vértigo y con ganas de llegar al final para poder descubrir qué se encuentra detrás de todo eso.
Haruki Murakami lanza la caña al mar y en la primera o en la segunda línea consigue hacernos picar, arrastrarnos por todo un océano de palabras y sumergirnos en un mundo de largas descripciones; de musicalidad; de vicios y pasiones; pero, sobretodo, consigue sumergirnos en el subconsciente, en lo latente de esta existencia y que tan pocos se atreven a mirar a los ojos.
Sara C. Labrada
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