Para los que le conozcan, más de lo mismo; y no en ningún tipo de
sentido despectivo, ni peyorativo, de aburrimiento o cansancio. Nada de eso.
Vuelve a deslumbrarnos con su sabiduría, con su tono desternillante, su
llaneza; su seña de identidad.

Un
grandísimo escritor, un grandísimo economista, un sabio contemporáneo, un
genio. Y de estos, en estos tiempos que corren, se encuentran muy pocos, tan
pocos que un grito nace del vacío en forma de clamor para decirnos que no
seamos necios y les apartemos de nuestra vista, no nos creamos superiores con
nuestras mentes “egotistas”, no nos creamos intocables, supremos. No. Gocemos
de ellos, aprovechémoslos, son muy valiosos, gente como él nos sacará de esta
crisis, de los demás depende que confiemos en ellos, que abramos nuestras
mentes, que nos abramos al mundo.
Acerca
del libro en cuestión, poco más que decir, leer cualquiera de sus libros es
leer a Leopoldo. Es leer su característica forma de entender la vida, de entender
la sociedad, los problemas. De buscar en esa moneda que a nuestros
ojos parece tener un único lado (el negativo) y la cual maneja nuestra suerte,
el lado positivo. Aquel lado que nadie puede o quiere ver pero que, al fin y al cabo, pocos encuentran. Y él lo encuentra por nosotros. ¿No es esto
suficiente para leerle o escucharle?
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