[Prólogo: una vez me dijeron que las hormigas eran ciegas, yo no sé si esto es completamente cierto, pero a mí me fastidió interminables horas de fantasía en la que a mí se me veía como un temible ente gigantesco y poderoso. El texto siguiente toma la ceguedad de las hormigas como un hecho. Lo demás todo metáforas y alegorías y divagaciones y ocurrencias.]
La calle es la palma de una mano de asfalto que se deja caminar por nosotras, pequeñas hormigas ciegas que tratan de buscar la felicidad al final de una línea recta, que se obstinan en recolectar comida y abrigo para todos los inviernos del año, para todos los malos vientos, para olvidar qué andaban buscando.
Las hormigas más vetustas se regocijan de haber encontrado su lugar, para ello, dicen, no hace falta salirse de la eterna hilera de pequeños cuerpecitos negros, de hecho está gravemente penalizado quebrar ese orden interno, querer tomar otros posibles itinerarios. El camino ya está formado y debe seguirse para que la especie siga avanzando. Está más que demostrado que uno puede encontrar su lugar caminando del derecho, siempre recto, eso sí, sin adelantar las espaldas que nos preceden y sin preguntarse por los rostros que van detrás. Lo realmente importante para las hormigas es hacer acopio de nuevas tecnologías que les distraigan del tedioso camino a ninguna parte y ponerle a esa “ninguna parte” el título de prosperidad.
Aunque pueda parecer extraño, no todas las hormigas nacen sabiendo ser hormigas. Algunas se dan cuenta de que la ceguedad es una característica intrínseca a su especie y quieren comunicarlo al resto de sus compañeras, explicarles que también se puede experimentar la vida con otros sentidos que todavía carecen de nombre por su desconocimiento. Afortunadamente siempre hay un par de hormigas experimentadas que acaban por convencer y demostrar que si las hormigas tienen algo que les caracterice es, precisamente, la vista, que las guía fielmente por el único camino hacia la plenitud. A veces también pasa que las que no saben ser hormigas preguntan por esa excelsa palabra, “plenitud”. Preguntan por su significado mientras las que sí saben ser hormigas ríen entre ellas a causa de la ignorancia de las anteriores, sin dar respuesta a su pregunta. Gracias a eso, las inocentes se convencen de que quizá ya sepan el significado de esa palabra y de tantas otras como esencia, ser, felicidad… y dejan de plantearse si tienen realmente cabida en sus vidas, las dan por sabidas y como única definición acaban soltando, como las otras, una risita que tacha de incrédulo y soñador al que lo pregunta. Gracias a este procedimiento la especie no se queda estancada en preguntas absurdas, abstractas y poco productivas y puede avanzar, seguir sobreviviendo – es decir, viviendo por encima – a esta vida tan inhóspita.
Sara C. Labrada.
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