Como de costumbre, estaba perdida en mis pensamientos internos y eternos. El sol me acariciaba y me doraba la piel mientras yo, con los ojos cerrados, viajaba lejos, hacia dunas ondulantes y recuerdos frágiles como las hojas de papel que se mojaron entre lágrimas y no volvieron a ser las mismas.
Fue de repente, en uno de esos giros inesperados que da la vida de vez en cuando, que abrí los ojos y, como nunca antes, me sentí despierta.
Justo antes de despertar, soñé con largos monólogos interiores oprimidos por ansia de irrealidad y suspiré verdades ahogadas en las vidas de una mayoría silenciosa. Volé a un lugar donde la vida no se estructura en edades, ni se mide en tiempos escuetos que no dan cabida a los deseos del inconsciente. Y en brazos de ese lugar remoto, con hambre de libertad, me columpié entre los anhelos de una infancia fugaz y los retazos de una inocencia perdida.
También estabas tú, ahí de pie, a la izquierda del árbol de la vida; mirándome.
Llévame allí. - te dije-. No me hinches el ego con globos de colores vacíos de ilusiones, ni me regales falsas sonrisas innecesarias, ya no las quiero. Llévame donde las rosas tienen espinas y pinchan, para que yo elija si quiero que me duelan.
Pero súbeme alto primero. Hazme creer que controlamos todo, cada detalle, mientras escalamos juntos la cima de la felicidad que nos contaron. Y cuando estemos en lo más alto, dejémonos caer, huyamos. Sí, por favor, hagámoslo. Salta conmigo para que podamos encontrarnos.
Me desperté así, entre imágenes difuminadas de cimas, rosas y espinas; y vi que seguías a mi lado, sonriendo.
IG: @andreamoonforce
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