Imagen: Brigitte Lacombe. |
Con motivo de la presentación de 'Pequeño fracaso' (Libros del Asteroide), las memorias de Gary Shteyngart antes de convertirse en Gary Shteyngart, pudimos realizar esta cercana y divertida entrevista a un escritor que no dejará a nadie indiferente. Sátira, humor y confesión a partes iguales.
Andrea Rovira: Gary o Igor Shteyngart empezó a escribir para sentirse querido y aceptado. ¿Por qué escribe hoy en día?
Gary Shteyngart: Bien, ya sabes, ahora tiene una hipoteca, tiene que pagarla... También tiene un niño en Manhattan, cosa que le resulta caro... Cuando empecé a escribir era una diversión y a la vez lo que me salvaba un poco: volvía de una fiesta, me sentía triste y me ponía a escribir. Ahora es un trabajo. La gente siempre me dice que su primera novela es un acto artístico, después, ¿qué más puedes hacer? (se ríe).
AR: Dices que durante tus años de adolescente desarrollaste un problema de personalidad. No sabías si eras Igorcheyk, Gary Ñu, Gary Shteyngart... ¿Quién es ahora? ¿Cree que es un mix de todos o que hay alguna personalidad que resalta sobre las otras?
GS: Con la edad, o bien coges tu personalidad y la rompes en mil personalidades diferentes, o bien coges a tu persona y la estiras hasta quedarse llana, y entonces tienes una personalidad aburrida. Yo creo que me he quedado en esto último.
AR: En el último capítulo hablas mucho de tus padres y de lo que ellos sufrieron, y de cómo tu padre dejó de llamarte “hijito”. ¿Tiene Gary Shteyngart a veces la necesidad de sentirse otra vez como el pequeño Igorcheyk, aunque la relación con su padre fuese difícil?
GS: Claro, todo el mundo quiere volver a sus momentos buenos de la vida. Tener un hijo me ha recordado a eso porque hay esa oportunidad de hacerlo bien y no mal, pero nunca lo sabes: cada persona es diferente, es una combinación de cosas diferente y no sabes cómo alguien va a resultar ser. En la mayoría de casos es suerte y genética. En el mundo, a la mayoría de personas se les puede decir quién van a ser desde el minuto uno, al menos es así con la gente que conozco.
AR: Tus padres no volvieron nunca a Rusia...
GS: Nunca. Yo creo que es un país deprimente. Y volver donde se criaron... el centro de la ciudad es muy bonito, pero también empezaron a ver perros moribundos, borrachos por la calle... Mi madre decía: «¡todo estaba mejor cuando vivía Stalin!». Pero solo el hecho de ser rodeado por millones de rusos creo que es algo depresivo. Bueno, todo el mundo que puede se está yendo de allí. Toda la gente que yo conozco en San Petersburgo se quiere ir de allí lo más rápido posible.
AR: En tu libro también explicas cómo tu padre, cuando llegaron a América, fue a una sinagoga y la comunidad judía les empezó a prestar dinero sin ningún problema y con mucha generosidad. ¿Diría que esta generosidad y espíritu de comunidad aún está presente?
GS: No tengo ni idea. El sitio donde vivo no es para nada religioso, así que no sé cómo sería hoy en día. Pero para entonces todo era muy político: sacar a judíos de la Unión Soviética era es gran “trabajo” para que todo el mundo estuviese junto, etcétera. Los judíos americanos se sintieron en parte también culpables durante la Segunda Guerra Mundial por no salvar a las víctimas del Holocausto, así que creo que para ellos fuimos esa oportunidad de “arreglarlo”, de alguna manera. Pero estuvieron muy sorprendidos cuando llegamos, porque no éramos religiosos para nada, comíamos jamón todo el rato...
AR: Sí, realmente a mí me chocó cuando leí tu libro: esta generosidad que ahora no se ve mucho, por ejemplo con los refugiados sirios, al menos aquí...
GS: Sí, pero los refugiados sirios no son españoles, o ingleses, son sirios. Pero yo lo pienso, y nosotros también podríamos haber sido perfectamente una familia de Siria: no teníamos nada que ver con los otros judíos.
AR: En relación con el tema judío, aunque no eres religioso, en las memorias retratas cómo preguntaste a tu madre por qué estabas asustado de todo, y cómo ella te respondió “porque eres judío”. ¿Crees que es eso cierto?
GS: Creo que incluso ahora se pueden trazar orígenes de enfermedades, ansiedades o miedos que resaltan más en una comunidad étnica que en la otra. No sé por qué por eso (ríe). En el genoma de los judíos del holocausto aparecen muchas enfermedades, y estoy seguro de que la ansiedad y el miedo es una de ellas.
AR: Me quedé muy sorprendida con la historia de tu primera televisión y cómo el pequeño Gary iba todos los días a casa de la abuela para ver los programas. Evidentemente, la televisión jugó un papel muy importante en tu aceptación entre los otros niños...
GS: Sí, todo iba sobre la televisión en esos tiempos. Sería el equivalente a Facebook ahora.
AR: Eso quería preguntarte: ¿crees que la relación de ahora niños-televisión es la misma que antes?
GS: No, en absoluto. Ahora es todo Facebook, redes sociales... Los niños ya no miran la televisión, ahora miran cosas en una pantalla. Pero esto es interesante: casi todas nuestras interacciones son ahora online, así que los niños tienen que adaptarse a ese tipo de pensamiento. Para mí, hubiese sido mejor, porque siempre fui mejor escritor que orador (tenía un acento pésimo), así que creo que mi vida hubiese sido mejor.
AR: Dices que cuando comprasteis el primer televisor, paraste de escribir. La televisión es genial pero también hace perder un poco la imaginación a los niños...
GS: ¡Claro! Todo elimina la imaginación. Cuando me voy a otro país y soy demasiado tacaño para pagar el Wi-fi público y me doy vueltas por la ciudad sin estar enganchado a esta pequeña cosa (me enseña el móvil), me doy cuenta de hasta el más pequeño detalle. Hoy he mirado un rascacielos y había un par de chicos en el último piso subidos en una grúa limpiando los cristales... No habría reparado en ello si hubiese estado mirando algún tweet estúpido. Te conviertes en una persona totalmente diferente cuando estás siempre online. Llevo un mes fuera de casa y me doy cuenta de lo necesitado que estoy de encontrar Wi-Fi.
AR: Dices que el psicoanálisis te salvó la vida... ¿cómo te afectó o influenció en la escritura?
GS: Simplemente me mantuvo apartado del consumo habitual de drogas y alcohol. La gente siempre dice «bueno, si vas a psicoanálisis pierdes aquello que te empuja a escribir», yo no creo que sea así. Para mí lo que hizo fue darme un tiempo cada día donde estar sobrio y trabajando.
AR: ¿Y te ayudó a reconocerte y aceptar todo aquello por lo que habías pasado?
GS: Ya estaba haciendo eso a través de la escritura. Pero no es un proceso de grandes descubrimientos, es algo médico: realmente te baja la ansiedad, la depresión, y puedes funcionar mejor. Ahora algunos se medican para lograr ese efecto, pero los medicamentos no hacen todo el trabajo; pueden tratar algunos de los síntomas pero el problema base sigue existiendo, y para eso me sirvió a mí la psicoanálisis. No estoy en contra de las drogas tampoco (ríe).
AR: Basado en tu propia experiencia como creador y profesor, ¿qué consejo le darías a un joven escritor?
GS: Vaya, es duro ser un escritor joven, porque realmente no sabes quién eres. Es encontrar su propia voz, eso es duro; porque leemos mucho, y eso está bien, pero evidentemente nos dejamos influenciar por esas lecturas y lo difícil está en encontrar el punto medio, ya sabes, ¿quiero ser el nuevo Nabokov?, bueno, ¡pues no seas el próximo Nabokov, ya tuvimos un Nabokov! Pero la pregunta es: ¿cómo coges lo mejor de todos los autores que has leído y a la vez te mantienes fiel a ti mismo y a tu propia voz? Odio a los escritores que suenan como otros escritores, no hay nada más triste que eso.
AR: ¿Así que piensas que un escritor también debe aportar un tono personal?
GS: Sí, por eso quizás en América hay tantos escritores inmigrantes, porque la experiencia que aportan es muy diferente de la experiencia estándar. Todo lo que se escribe se convierte, casi por naturaleza, en una voz diferente.
AR: Tu madre te llamaba “Pequeño Fracaso”... ¿cómo te llama ahora?
(Suelta una carcajada) ¡Solo Igor! ¿Sabes? Cuando publiqué mi primer libro fue como un acto de emancipación. Siempre me pregunto si la razón por la que me convertí en escritor fue para crear esa distancia: cuando te haces abogado, puedes ser un mal abogado, pero si te haces escritor es como decir “no soy tú, soy diferente a ti”. Y en Rusia eres visto como una extensión de tus padres, en cambio en América el individualismo es lo más importante.
LIBREGUNTAS:
Libro electrónico o de papel: Papel, por supuesto.
Narrativa o poesía: Narrativa.
Un libro: Pnin, de Vladimir Nabokov.
Un poema: Charles Simic, cualquiera de sus poemas.
Un autor: Iván Turguénev.
Un personaje: (se lo piensa un buen rato) No sé... es mejor que se los deje tranquilos, ¡a los personajes!
Una cita: No soy fan de las citas, ni los eslogans... No me inspiran. Me inspira la buena comida.
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