METROS Y ADIOSES


En el andén negro de esa mañana
un millón de veces andado
en exceso percutido por las suelas,
se abre una puerta y tras ella,
salvajes y arremolinados,
el repetido mar arisco de cabezas;
sé que siempre ha estado allí,
soy quien no pertenece aquí.

Estoy haciendo mi deporte favorito
ya sabes ese de vagar y observar
mientras otros se rebaten
con sus conflictos cotidianos,
soy el epicentro de esta filmación
aferrado como ultimo dosier
a las letras que no dejo de abrazar,
con certeza que nadie da nada por nadie.

El bullicio agreste de todos los días
hoy marca un punto y coma,
haciéndome recordar a la fuerza
una tarde de pan dulce y cafeconleche
también de todos los días.
Con los arpegios de Gonzalo Teppa
y la ventana que diseca el tiempo,
siento una nostalgia que nunca esperé.

Es hora pico, las corrientes son notorias
todos van dirección Plaza Venezuela
con los ojos vahídos y las manos ocupadas
en el vagón superpoblado y fastidiado
algún sonido me recuerda a The Man I Love
pero solo yo me percato de ello
habitando en mi mente desmantelada
y sintiéndome huérfano de tu amor.

Las personas se empujan desesperadas
enfurecidas con el tiempo
que no vacila en quedarse corto,
se me olvida que la anhelada tranquilidad
es una representación moderna de libertad
cuando siento el impulso de agitarme
si quiera para abrirles el paso,
aquí nadie cree más que en sí mismo.

Me perdí en la Avenida Urdaneta,
en el famoso bulevar refugiado
bajo el puente de las Fuerzas Armadas
habían muchos libros y me creí en casa
pero recordé a Schoppenhauer
como un regaño, que me incluía:
confundimos la compra de un libro
con la compra del contenido del libro.

Volví a sentirme huérfano de adioses
y ¿por qué no decirlo? De amigos
esta metrópolis se mueve rápido
y no parece darse cuenta ni de reojo
que me jubilo de ella con descaro
con un chao huraño e impersonal
y que la uso para desterrarme
de mis intentos de alejarme de ti.

Wilmer Ricardo Acosta-Izturriaga.

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