SOMBRAS


El sol despuntaba en la colina más alta del pueblo, amanecía tarde aquel día frío de invierno, saqué lo pies de debajo del edredón de plumas y luego el resto del cuerpo, deslizándome hacia el suelo como si estuviese aun dormida, con unos calcetines blancos bien gruesos, para no tener que dar aún los buenos días a las baldosas con los pies, fui hasta el baño y puse la bañera a llenar mientras me arreglaba los rizos, a pesar de que mi pelo estuviese sucio hoy no era el día de lavarlo, la hipotermia no me resultaba atractiva. Una vez dentro de la bañera me senté y me abracé las rodillas, pensaba en el largo día que me esperaba, todo lo que tenía que hacer era ir a clase pero el tedio era insoportable, la gente gritando, los profesores fingiendo que la falta de atención no les afecta en absoluto, fingiendo que con mil y poco de sueldo al mes está pagada la carga emocional que conlleva que nadie te haga ni puto caso. Cotorreos incesantes de pasillos y pupitres sobre chicos y chicas y sus obvias cualidades físicas tanto positivas como negativas, nadie se atrevía a aventurarse en conocer, no cometerían el gran error de pensar que importa lo de dentro.

Me salí de la bañera ya más malhumorada que conforme, me sequé, me vestí, cogí mis cosas y empecé a caminar. Vivía en un pueblo ‘pequeño’, bastante extensión pero pocos habitantes, para llegar a clase solo tenía que caminar una media hora a través de bosque y prado, inicié la ruta saliendo de mi barrio hacia el bosque, pensativa, pensaba en lo caótico que era el mundo, lo increíblemente complejo que podía llegar a ser y lo simples que eran las personas. Aunque yo era lo que se considera una de estas personas con mucha vida interior y don para la observación pero sin ningún interés por contar lo que ven o lo que sienten, simplemente adoraba la belleza de mi entorno y cuidaba lo que creía que merecía la pena cuidar, y en mi lista de cosas a proteger pocos eran los nombres de personas.

Mientras caminaba pensaba en la profundidad del océano, en el color del mar, en la fuerza del viento y el tiempo, el mundo era un lugar para contemplar, tormentas, huracanes, rayos, eclipses, mareas, lluvias de agua y de estrellas, bancos de nubes y de peces, verde hoja caduca o verde hoja perenne, la palidez de la luna y el calor del sol, noche y día, y a pesar de que la naturaleza se compusiese de una casi dualidad para mí todo era luz, oscuridad y, entre ambas, sombras.

Oí algo detrás de mí, el crujido de una rama y una respiración grave y profunda, giré mi cuerpo muy despacio, a pesar de que mis piernas decían corre, mis ojos decían espera, y me di la vuela muy poco a poco, una manada de lobos de color castaño y mirada nada amable me daba los buenos días. Mis piernas tomaron el control y corrí hacia la única dirección hacia la que tenía opción de correr, oía cómo se acercaban cada vez más rápido a mí, cómo sus cuerpos diseñados para atrapar y desgarrar ganaban en velocidad al mío que ni siquiera sabía muy bien para qué estaba hecho, la evolución nos la había jugado muy fea ya hace miles de años, corrí y corrí, y cuando parecía que ya no me seguían volví la cabeza hacia atrás, mi corazón latía como cien de los suyos al mismo tiempo, el bombeo movía no solo mi pecho sino todo mi cuerpo, tomé una bocanada de aire y salí de mi lento pestañeo, la nariz del lobo alfa estaba a tan solo cinco centímetros de la mía, y lo único que hizo fue gruñir de una forma tan agresiva y dominante que di un salto hacia atrás, tropecé y caí sobre miles de flores de acónito común, desmayada. Y nunca volví a salir. Mi muerte fue una sombra.

Alba Ferrer. 
@dihiftsukai

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