FUIMOS TAN INGENUOS


Cuando te das cuenta de que algo termina, siempre te acabas dando cuenta de muchas otras cosas más. Aprendes a distanciarte y a mirar la situación desde una perspectiva distinta. Quizás te vuelves más fría, con la cabeza colocada en su sitio y no en el pecho. Porque a veces intercambiamos el orden de las prioridades  y nos empeñamos en poner las cosas en sitios equivocados. 

Y mi sitio no era tu lado. Quizás lo sabíamos y solo jugamos. Como si jugásemos al parchís. Y tú fuiste la pieza azul y yo la roja, tú llegaste a tu casa y yo a la mía y ni siquiera nos comimos. 

Porque al fin y al cabo, fuimos esa bonita historia de amor que no llegó a nada, fuimos esos típicos amores de madrugada por mucho que forzásemos quedar a la luz del día. Nosotros éramos como los gatos, por la noche siempre pardos. Lo nuestro solo fluía con más de dos cervezas encima, cuando nuestros labios con sabor a tequila querían explorar. Fuimos ese golpe de pasión alejados de nuestras obligaciones y rutinas. Supimos crear ese mundo paralelo a la realidad, sin sentido pero nuestro.

Pero el quid de la cuestión fue que nunca supiste amarme, como tampoco lo supe hacer yo. Quizás nos faltó complicidad más allá de cuatro miradas y de cuatro tonteos. Quizás no tuvimos el ingrediente principal para poder hablar de amor, por mucho que durante un largo e ingenuo tiempo nos empeñásemos en creer lo contrario. 

Por eso, hay que saber cuando termina. Y recordar, que las puertas del pasado no hay que abrirlas ni para ver si ha cambiado algo, se cierran y punto. Y siento decirte que aunque cada trago de cerveza me recuerde a tus labios, tu puerta está más que cerrada y perdí las llaves hace ya un tiempo.

Titanium.
@blancadepaco

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;