EL ENCUENTRO

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Buscan, mas nada encuentran sus ojos ciegos,  
se anegan en lágrimas que brotan del pecho, 
y por no dejarlo solo, y por no dejarlo huérfano, 
también llora como un niño el desconsolado cielo. 

Sus pies no son alados, mas como el dios, él, mensajero,
en la cueva de sus labios, porta millones de versos
dirigidos a algún alma que creyó haber visto en sueños. 
Desde entonces él suplica otro encuentro con Morfeo. 

Las mañanas, ahora heladas, y los días son invierno
cuando busca entre las gentes a ese alma y a ese cuerpo. 
¿Dónde está la dulce esencia?, ¿Dónde está?, que no la veo;
se pregunta mientras gime ese amor tan plañidero. 

Pide al Sol que no le toque, que se olvide de su cuero,
solo baila con la Luna, confidente de sus miedos;
y en las noches más oscuras, mientras sopla fuerte el viento, 
se desliza él, descalzo, y deja huellas por el cielo.

Al principio todo es rosa, por las nubes queda envuelto
como un gusano de seda apunto de alzar el vuelo. 
Pero él no resucita, ni aletea, ni atraviesa el claro velo, 
simplemente, él despierta arrastrándose por el suelo. 

Callan las calles mojadas, callan los niños y el pueblo, 
solo grita el gran vacío que se adueña de su pecho.
Y las horas se repiten y hacen al segundo eterno,
que posterga al infinito el tan anhelado encuentro. 

Vaga por amplias gargantas, también yerra por senderos,
a veces descansa el tronco en el cuerpo de un cerezo. 
Pobre chico, ¡qué lamento! , un rapaz que no alza el vuelo,
un muchacho que se sabe un frágil ente pasajero.

Unos le hablan de los mares, de que hay peces más pequeños,
pero él no quiere escamas, él no pica en el anzuelo. 
Se ha acercado a otras mujeres y eran frías como el hielo, 
y es que al lado de esa esencia, gélido se muestra Helio. 

A bocados se alimenta de un recuerdo duradero,
confiado en el encuentro con el ángel de sus sueños.
Y con la cabeza gacha, busca excusas en el suelo 
que recoge sus pesares inundados de deseo. 

Dime, amor, ¿dónde te escondes?, dime amor, ¿dónde te encuentro?.
Lo presentan como a un loco, como a Jesús el nazareno,
que por amar demasiado, lo clavaron con desprecio. 
Ahora él es señalado y juzgado por el pueblo. 

¡Morfeo, amigo mío! te suplico de rodillas, te lo pido, te lo ruego, 
llévame a esa luz que brilla, que es la vida y es misterio,
que sin yo saber su nombre, de sus ojos soy el siervo,
y sin yo tocar su mano, me hago hombre si a ella llego. 

Por respuesta, sin embargo, de bruces contra el silencio,
que ahora hablaba con palabras impropias del intelecto.
Si ella ya no viene a verme, no me importa, yo me muevo, 
no en el tiempo o el espacio, desde el interior me elevo. 

Está claro lo que quieres, que me libre de mi cuerpo 
sucio de frivolidades, que lo vuelque sobre estiércol, 
que se mezcle entre las plantas y quede cara al firmamento,
como un loco enamorado que te busca en los luceros. 

Yo le vi dejar sus ropas a la orilla de un estero
libre ya de restricciones y de algunos trapos viejos, 
se hizo nuevo junto al barro y desnudo frente al medio, 
hundió su cuerpo en el lago y elevó su alma al cielo. 

Buceó profundamente  y olvidó lo que era el tiempo
y cuanto más hondo llegaba más claro todo y más cierto, 
zambullido entre las plantas un cuerpo perecedero, 
olvidando lo mundano y queriendo conquistar lo eterno. 

A ti voy, amor mío, voy a ti, mi amor, 
en este lago, antes muerto, palpitará mi corazón
cuando mi cuerpo dormido sienta el eco de tu voz. 
Recíbeme, amiga mía, como te he acogido yo. 

Apenas duró un segundo, el lago se iluminó, 
como fuegos artificiales que anuncian celebración, 
luego todo siguió en calma, conservó cierto fulgor
de una mirada que aguarda el reencuentro de un amor. 




Ahora él estaba seco, intacto, y se levantó, 
no había árboles, no había cielo, solo un rayo cegador. 
Con los ojos entornados a esa musa se acercó, 
a galope iba su pecho y la razón le abandonó. 

A tientas hundió sus pasos y apenas si se movió;
como un punto en el espacio, su sangre se congeló.
Sus palabras se marcharon y la bandera de su voz
no ondeaba con el viento porque no había dicción. 

Fue su espalda y su melena lo primero que encontró, 
solo esa imagen primera de nuevo le cautivó.
¡Cuánto tiempo había pasado desde la vez que la conoció!
Ahora todo era distinto, era cálido, era pasión. 

Gírate, mi alma gemela, concédeme este favor, 
que este halo que te arropa causa en mí la devoción. 
Sempiterna es tu mirada y mi deseo asolador.
Gírate, mi alma gemela, concédeme este favor.

Y así hizo la vida suya, le hizo caso y se giró, 
y cuando por fin pudo verla esto mismo pronunció: 
Si yo pudiera morir dos veces, 
volvería a morir de amor.  

Sammy.
@sarazamz

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